Estuve representando a la Iglesia Católica en una
celebración, interreligiosa, el 12 de este mes, en la Isla Grande de los
Mineros. Mellamó mucho la atención el esfuerzo por integrar el mayor número de
personas en torno a la problemática ecológica. Si la naturaleza pide socorro,
el grito de los manantiales resuena más ensordecedor. Muchas ONG vienen
cumpliendo su papel de promover campañas de concientización en vista de la
preservación y cambio de hábitos, llamando la atención de las autoridades
competentes y del pueblo en general sobre la problematica. Las religiones
también pueden y deben tomar partido en este movimiento de concientización, por
ser formadoras de opinión y tener un discurso fuerte en lo que se refiere a la
naturaleza encuanto creación de Dios. En la celebración, tuve un pequeño
espacio para un mensaje y quiero compartir ahora:
Un sentimiento de fraternidad profundo nos reunió aquí,
resultado de una experiencia de devoción a Nuestra Señora, la Madre de las
aguas, pero también y principalmente, el atender a un toque especial de Dios
que habla al corazón humano como un padre a su hijo y lo invita a ser fraterno.
Ya quedó comprobado que hacemos más y mejor cuando nos unimos alrededor de los
puntos fuertes y comunes. Sabemos que somos formadores de opinión y por eso
antes de cualquier palabra, cuenta mucho el gesto, la actitud. En este sentido,
la actitud más sensata es el aprecio recíproco, conociendo y valorizando los
innumerables puntos de convergencia que nos llevan a acciones comunes en vista
de “otra sociedad posible”. Uno de los puntos comunes entre nosotros es el bien
de las personas. Cada religión actúa a su modo, pero sabemos que queremos la
misma cosa: la realización del ser humano en su busqueda de armonía con Aquel
que él reconoce como su Creador y con todo lo que está a su alrededor. El ansia
de realización humana se satisface cuando cada uno hace de su vida un servicio
y donación a los demás. Todo parece perder sentido cuando no se hace valer la
pena la vida y eso sólo es posible si se invierte lo mejor de sí en vista del
bien de los otros.
Necesitamos cultivar una espiritualidad que sea también
ecológica, reconociendo la naturaleza como santuario de Dios y la tierra como
un ser maternal y fecundo. Por lo tanto, lo que se tira de ella es de todos y
todas. El ser humano es llamado a cuidar la naturaleza y vivir en armonía con
todo lo que existe, pués es parte de él y él es parte de ella. La naturaleza
puede vivir sin el ser humano, pero él no. Si la naturaleza muere, él también
muere. Todo lo que existe está envuelto por la dimensión de los sagrado, Dios
en su providencia conduce el universo y nuestra vida. Así el agua que brota de
la tierra es sagrada, y es fuente de vida. Por ella la vida se renueva
permanentemente. Es el tesoro más preciado de nuestro planeta,
principalmente allá donde es escasa y ya no ofrece más condiciones de vida
debido a nuestra acción sin mucho discernimiento. El gran desafío para nosotros
hoy es contribuir para que este bien continúe siendo un bien para todos y
todas. Sólo así manifestaremos la intención del Creador, prolongando y
perfeccionando su obra. Nuestra fe dice que tenemos mucho que aprender unos de
otros.
Creyendo que en Jesús de Nazaret se deshizo el muro de separación
entre los pueblos, que podamos contar con la ayuda de la Madre Aparecida de las
Aguas, la Negra Mariana, para superar toda división e intolerancia presentes
todavía entre nosotros, sumando esfuerzos en defensa de la vida y en la lucha
por la paz.
Axé!Pe. Degaaxé
Tradução: María Erika Martínez
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