Desde
el inicio de la Sagrada Escritura, vemos la manifestación del maravilloso plano
de Dios para la humanidad: el matrimonio y la família. Cuando creó el ser
humano – hombre y mujer – Dios creó la comunión de los diferentes, proyectando
para fuera de sí aquello que hace parte de su esencia. Por eso son imagen y
semejanza de Dios. Cuando mujer y hombre son presentados uno al otro, podemos
decir que hubo un encontrarse en el otro: “esta si...” “este si...” así, son llamados a perderse uno en el otro
para poder encontrarse a si mismos y juntos bendecir a Dios, asegurando la
salvación del otro. Hombre y mujer, entonces, son hechos uno para el otro, como
complementarios y auxiliares; ambos de la misma carne, del mismo creador y con
responsabilidades compartidas. El matrimonio sella esta alianza y hace del
hombre y la mujer símbolos del cariño y la ternura de Dios por toda la
humanidad. Por el matrimonio, contribuyen para que la relación de adhesión
entre Dios y la humanidad se torne visible. En la fidelidad y total gratuidad,
buscan eternizar en sus vidas el amor que los unió y que , en su orígen, es
eterno, porque viene de Dios. Este mismo amor no los cierra en sí mismos, los
torna fecundos y abiertos a la vida, a través de la concepción de los hijos.
Así, son dos las finalidades del matrimonio: el bien de los cónyuges, la
concepción y educación de los hijos.
La
misión de procrear y educar hijos como coronación de la institución matrimonial
y del amor conyugal, se refiere a la extensión del ser humano, como padre y
madre, más allá de la historia. Hay un sentimiento de eternidad. Procreando, el
ser humano participa del poder de Dios. Como en Dios, la creación es un
traspasarse a si mismo, la pocreación es un traspasar la riqueza interior del
hombre y de la mujer. Quiere decir que no basta la unión conyugal, es preciso
formar família, tan querida por Dios. En orden de la redención y de la Gracia,
Cristo bendijo copiosamente este amor, a imagen y semejanza de su relación con
la Iglesia. Y así como Dios viene al encuentro de su pueblo, en una alianza de
amor y fidelidad, Cristo, Salvador de los seres humanos y esposo de la Iglesia
viene al encuentro de los esposos con el sacramento del matrimonio. Y no solo
viene al encuentro, también permanece con ellos.
El
divorcio acaba con todo esto, ya que la relación se desmorona y se rompe la
família, causando sufrimiento para todos, principalmente para los hijos. El
matrimonio es el plano original de Dios, mientras que el divorcio es el plano
de las limitaciones humanas. El divorcio nace de la dureza de corazón de las
personas y no permite una plena realización: “no es bueno que el ser humano
esté solo”, tampoco es Bueno “saltar de rama en rama” por placer. Dios cuando
hace las cosas las hace bien, porque solamente sabe hacerlo así. Cuando nos
atrevemos a intervenir en lo que Dios hizo bien, facilmente prevalecen nuestras
limitaciones. Jesús confirma la acción y deseo originales de Dios y condena el
divorcio en sus innumerable direcciones. Aunque el divorcio no se acepte,
debemos actuar con caridad para con los divorciados, posibilitando su
participación en las actividades eclesiásticas. Todo juicio compete a Dios.
Es
necesario salvar la familia. La familia puede y debe ser formadora de opinión,
rescatando aquello que es más sagrado: ser promotora de valores que posibiliten
al ser humano el desenvolvimiento integral de sus potencialidades. Los padres
deben testimoniar que sus vidas pertenecen a Dios, haciendo de su hogar una
verdadera “iglesia doméstica”, hacer de la comunidad eclesial la extensión de
nuestra família, dejándonos amar verdaderamente por Dios y unir los esfuerzos
para superar las ocasiones que llevan a la separación y a la división. Que
cultivemos en nuestras famílias, la fidelidad y el perdón para fortalecer
siempre más los lazos de amor que nos unen.
Axé
Pe.
Degaaxé
Tradução: María Erika Martínez
Tradução: María Erika Martínez
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