Delante de la pluralidad
religiosa, que busca responder a una única realidad divina que se revela, la
actitud más sensata es el diálogo sincero, pués sólo ganamos y crecemos. El
diálogo interreligioso es el resultado de una conciencia madura entre los fieles
de las diversas religiones respecto de lo que Dios está revelando a todos y
todas. No podemos imaginar que Dios sea como un padre que tiene muchos hijos y
que escoge a unos y a otros los desprecia. Su luz alcanza a todas las personas.
Él se revela salvando porque ama, y salva amando. Cada religión poseé aspectos
de la misma revelación que pueden complementar lo que es recibido por las
otras. Las personas que participan en las diversas religiones buscan, por
diversos medios, el verdadero sentido para sus vidas y son salvas no a pesar de
sus religiones, y si a través de ellas.
Si usamos las Sagradas
Escrituras, aunque en el Antiguo Testamento se hable de un pueblo que se decía
“electo” y por lo tanto se creía con el derecho de despreciar a los demás,
encontramos muchas señales de reconocimiento del modo libre con que Dios actúa.
Encontramos muchos testimonios en los profetas, pero queremos reflexionar un
poco sobre la figura de Moisés, que es considerado “libertador” para los
israelitas. De a poco Moisés se va acomodando en la tarea de guiar el pueblo y
se queja de no tener fuerzas para llevarlo adelante solo, y Dios reconoce,
concediendo su Espíritu también a otras personas para que puedan colaborar con
él en su ministerio pastoral (Núm 11, 25-29). Mientras Moisés sentía que podía
con todo solo, apenas hubo agotamiento y stress, pues el pueblo continuaba
siempre insatisfecho, reclamando de mala manera. Dios solamente interviene
cuando Moisés reconoce las propias flaquezas y limitaciones. No es la primera
vez que esto acontece, pués en Éxodo 18 también Moisés se presenta como
centralizador, con actividades acumuladas sin necesidad. La situación se torna
dramática: el agotamiento de él y la insatisfacción del pueblo. Dios inspiró
Jetro, suegro de Moisés, a darle un consejo: “distribuyendo las actividades, tú
no te cansarás y el pueblo quedará satisfecho”. Y así sucedió para el bien de
todos y todas.
Si tomamos el NuevoTestamento,
los casos se multiplican, pués Jesús trae un mensaje universal, diferente del
exclusivismo judío. En una de las partes del Evangelio de Marcos (Mc 9, 38-48),
los discípulos habían prohibido a alguien hacer el bien en nombre de Jesús,
diciendo: “Él no nos sigue y por eso se lo prohibimos”. Existe aquí una gran
equivocación, la propuesta de seguimiento es a Jesús, no a sus discípulos. El
predominio del exclusivismo que mantenemos sobre Jesús nos puede tornar
fanáticos, y el fanatismo no admite alteridad ni diferencia. Los otros serán
siempre una amenaza y deben ser eliminados. Jesús reconoció fe y buenas
acciones en personas que venían a su encuentro y no eran del grupo de los
elegidos. Hay personas que se dicen seguidoras de Cristo, pero no admiten que
miembros de otras iglesias y religiones puedan dar lección de amor, honestidad,
no violência, servicio, generosidad y dedicación a los demás. El Papa Benedicto
XVI alerta: “ debemos ser amigos y no dueños de Jesús”.
El Espíritu de Jesús sopla donde
quiere, tornandonos instrumentos de la Palabra de Dios, en unidad con tantas
otras personas. Tardamos mucho para percibir eso y entramos en crisis cuando
descubrimos que otras personas, de afuera de nuestro grupo, también reciben el
mismo don que nosotros recibimos. Dios no se deja encerrar en las rejas de
nuestras Iglesias, parroquias o grupos. Tampoco tiene sentido cualquier
monopolio de servicios y ministérios dentro de la Iglesia. Hacemos un bien
inmenso, pero debemos reconocer que otros también lo hacen. Y eso, a veces, nos
deja inquietos y preocupados. ¿Por qué será que eso pasa? Seguramente porque
detrás de todo el bien que hacemos ni siempre hay una recta intención. Muchas
veces es fruto del orgullo y la vanidad acumulados. Nos preocupamos porque
tememos perder el prestigio, que es nuestra gran seguridad. Si de hecho fuese
santa la intención por la que hacemos las cosas, debemos alegrarnos también
cuando otros se despiertan para hacer el bien, como nosotros.
Hay personas que gustarían
esperar lo mejor de nosotros, pero muchas veces se sienten tan escandalizadas
que hasta dejan de creer. Jesús insiste que no debemos escandalizar a los
pequeños que creen, o nuestra conducta en cualquier forma, dificultará la fe de
otros. Colocar obstáculos a aquellos que todavía no desenvolvieron una fe
madura, nos trae graves responsabilidades. Lejos de querer eliminar a los
otros, lo que debemos hacer es eliminar las ocasiones que nos llevan a pensar
que somos mejores que los otros. Nuestra vida necesita algunos cambios
profundos: hábitos, mentalidad, posturas. Cambios superficiales nos dejan
equivocados, engañados y más pretenciosos. Nos falta corage para admitir que
somos limitados y que no estamos llegando a las personas en lo que ellas más
necesitan, porque perdemos de vista lo esencial. Más que nunca, necesitamos de
una profunda conversión interior para ver la existência del bien más allá de lo
que los límites de nuestras intituciónes y de nuestras capacidades nos hacen
percibir.
Axé
Pe Degaaxé
Tradução: María Erika Martínez
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