sexta-feira, 5 de outubro de 2012

EL BIEN QUE LAS OTRAS PERSONAS SON CAPACES DE HACER


Delante de la pluralidad religiosa, que busca responder a una única realidad divina que se revela, la actitud más sensata es el diálogo sincero, pués sólo ganamos y crecemos. El diálogo interreligioso es el resultado de una conciencia madura entre los fieles de las diversas religiones respecto de lo que Dios está revelando a todos y todas. No podemos imaginar que Dios sea como un padre que tiene muchos hijos y que escoge a unos y a otros los desprecia. Su luz alcanza a todas las personas. Él se revela salvando porque ama, y salva amando. Cada religión poseé aspectos de la misma revelación que pueden complementar lo que es recibido por las otras. Las personas que participan en las diversas religiones buscan, por diversos medios, el verdadero sentido para sus vidas y son salvas no a pesar de sus religiones, y si a través de ellas.

Si usamos las Sagradas Escrituras, aunque en el Antiguo Testamento se hable de un pueblo que se decía “electo” y por lo tanto se creía con el derecho de despreciar a los demás, encontramos muchas señales de reconocimiento del modo libre con que Dios actúa. Encontramos muchos testimonios en los profetas, pero queremos reflexionar un poco sobre la figura de Moisés, que es considerado “libertador” para los israelitas. De a poco Moisés se va acomodando en la tarea de guiar el pueblo y se queja de no tener fuerzas para llevarlo adelante solo, y Dios reconoce, concediendo su Espíritu también a otras personas para que puedan colaborar con él en su ministerio pastoral (Núm 11, 25-29). Mientras Moisés sentía que podía con todo solo, apenas hubo agotamiento y stress, pues el pueblo continuaba siempre insatisfecho, reclamando de mala manera. Dios solamente interviene cuando Moisés reconoce las propias flaquezas y limitaciones. No es la primera vez que esto acontece, pués en Éxodo 18 también Moisés se presenta como centralizador, con actividades acumuladas sin necesidad. La situación se torna dramática: el agotamiento de él y la insatisfacción del pueblo. Dios inspiró Jetro, suegro de Moisés, a darle un consejo: “distribuyendo las actividades, tú no te cansarás y el pueblo quedará satisfecho”. Y así sucedió para el bien de todos y todas.

Si tomamos el NuevoTestamento, los casos se multiplican, pués Jesús trae un mensaje universal, diferente del exclusivismo judío. En una de las partes del Evangelio de Marcos (Mc 9, 38-48), los discípulos habían prohibido a alguien hacer el bien en nombre de Jesús, diciendo: “Él no nos sigue y por eso se lo prohibimos”. Existe aquí una gran equivocación, la propuesta de seguimiento es a Jesús, no a sus discípulos. El predominio del exclusivismo que mantenemos sobre Jesús nos puede tornar fanáticos, y el fanatismo no admite alteridad ni diferencia. Los otros serán siempre una amenaza y deben ser eliminados. Jesús reconoció fe y buenas acciones en personas que venían a su encuentro y no eran del grupo de los elegidos. Hay personas que se dicen seguidoras de Cristo, pero no admiten que miembros de otras iglesias y religiones puedan dar lección de amor, honestidad, no violência, servicio, generosidad y dedicación a los demás. El Papa Benedicto XVI alerta: “ debemos ser amigos y no dueños de Jesús”.

El Espíritu de Jesús sopla donde quiere, tornandonos instrumentos de la Palabra de Dios, en unidad con tantas otras personas. Tardamos mucho para percibir eso y entramos en crisis cuando descubrimos que otras personas, de afuera de nuestro grupo, también reciben el mismo don que nosotros recibimos. Dios no se deja encerrar en las rejas de nuestras Iglesias, parroquias o grupos. Tampoco tiene sentido cualquier monopolio de servicios y ministérios dentro de la Iglesia. Hacemos un bien inmenso, pero debemos reconocer que otros también lo hacen. Y eso, a veces, nos deja inquietos y preocupados. ¿Por qué será que eso pasa? Seguramente porque detrás de todo el bien que hacemos ni siempre hay una recta intención. Muchas veces es fruto del orgullo y la vanidad acumulados. Nos preocupamos porque tememos perder el prestigio, que es nuestra gran seguridad. Si de hecho fuese santa la intención por la que hacemos las cosas, debemos alegrarnos también cuando otros se despiertan para hacer el bien, como nosotros.

Hay personas que gustarían esperar lo mejor de nosotros, pero muchas veces se sienten tan escandalizadas que hasta dejan de creer. Jesús insiste que no debemos escandalizar a los pequeños que creen, o nuestra conducta en cualquier forma, dificultará la fe de otros. Colocar obstáculos a aquellos que todavía no desenvolvieron una fe madura, nos trae graves responsabilidades. Lejos de querer eliminar a los otros, lo que debemos hacer es eliminar las ocasiones que nos llevan a pensar que somos mejores que los otros. Nuestra vida necesita algunos cambios profundos: hábitos, mentalidad, posturas. Cambios superficiales nos dejan equivocados, engañados y más pretenciosos. Nos falta corage para admitir que somos limitados y que no estamos llegando a las personas en lo que ellas más necesitan, porque perdemos de vista lo esencial. Más que nunca, necesitamos de una profunda conversión interior para ver la existência del bien más allá de lo que los límites de nuestras intituciónes y de nuestras capacidades nos hacen percibir.

Axé
Pe Degaaxé

Tradução: María Erika Martínez

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