Cuando
Jesús estaba a la mesa en casa de Simón, el leproso, se aproximo a Él una mujer
(Mc 14, 3-90
Dios
es amor. Si quisieramos hablar de definición, esta es la mejor correspondiente
a la esencia divina. Quien ama nació de Dios y conoce a Dios, solo quien ama
permanece en Dios y Dios permanece en El/Ella, nos dice la Sagrada Escritura.
Todas las personas son llamadas a amar, porque Dios, que es amor en persona, se
dió a conocer y enseñó como vivirlo. En Jesús, el amor se tornó humano para que
todos nosotros nos tornemos divinos, decían los antiguos Padre de la Iglesia.
Por lo tanto, no se puede llegar a Dios, apartandose de lo humano, esto es,
cuanto más humanos somos, más divinos seremos. Solamente quien ama es capaz de
tener actitudes humanizadas y humanizadoras.
En
el Evangelio, Jesús recibe los gestos de cariño de la mujer porque ella
demostró mucho amor y porque fué muy humana. Así puede manifestar lo divino,
que está presente en ella. Pero no todos los que estaban en la sala fueron
verdaderamente humanos, debido a la actitud preconceptual y discriminadora
para con la mujer. Jesús valoriza tanto
el gesto de ella que hasta pide que sean recordados en el camino evangelizador.
Para Jesús, no importa la situación de las personas, ellas son dignas de ser
amadas. Parafraseando una música popular, afirmo que es necesario amar a las
personas como si todo terminara hoy, como si fuese mi último acto.
Quien
no ama, no llegó a conocer a Dios. El amor en Dios es tan intenso y verdadero
que genera comunión entre las personas divinas, evitando la soledad, superando
toda exclusión. En este mismo movimiento, se nos invita a envolvernos, para
tornarnos generadores de vida y comunión. Este es el primero testimonio que
nuestras comunidades son llamadas a dar: “mira como se aman, tienen todo en
común y no hay necesitados entre ellos”. Eso si convence y tranforma. Por lo
tanto el amor es más concreto que de lo que la gente imagina. El amor romántico
puede excluir, engañar, decepcionar. Pero el amor, expresado en la entrega,
donación, y compartir genera comunión, transforma vidas y nos vuelve más
humanos.
El
amor no sólo creo comunión, dando unión a la pastoral o a la comunidad, también
nos dirige en dirección de las otras personas, dignas de renocimiento y
acogida. Cuando se ama no se hace discriminación de las personas.
Discriminación es negación del ser humano y negación de la imagen de Dios
presente en él. Cuando discriminamos, decidimos no amar, atentando contra la
vida de los demás y actuando contra Dios y su proyecto. Dios no discrimina y
tampoco nosotros debemos hacerlo. El cuidado especial que Dios tiene por el que
es más débil y pobre no significa exclusión de los demás, sino un apoyo, para
que haya más humanidad de éstos para con aquellos. Por eso la Iglesia en
América Latina y Caribe, desde Puebla (1979) hizo opción preferencial por los pobre y, en Aparecida afirma que esta
opción no es exclusiva ni excluyente, así como es propio del amor de DIos.
La
Iglesia existe para evangelizar. Como miembros de esta Iglesia, somos enviados
para todas las personas y cultura, como testimonios alegres del amor y de la
Misericordia de Dios. Él nos amó primero y pide que permanezcamos en él para
ser perfectos en el amor y que nuestra misión pueda producir frutos. El amor es
la esencia de la vida y de la misión. Por lo tanto, quien ama es un misionero,
una misionera. En la evangelización, nos encontramos con muchos desafíos y uno
de los más presentes es la aceptación de quien actúa y piensa diferente a
nosotros, por ser de cultura diferente. Sólo quién ama verdaderamente es capaz
de superar toda rivalidad, todo localismo, todo preconcepto, discriminación y
ocuparse de lo esencial. Por eso, nuestra misión tiende a ser humanizadora,
pués nuestra meta es el bien del ser humano, principalmente en las situaciones
en que su humanidad es más herida y perjudicada.
Que
María, la amada de Dios, caminando con nosotros, nos ayude a amar conforme su
Hijo, para volvernos verdaderamente humanos.
Axé!
Pe. Degaaxé
Tradução: María Erika Dieterle
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