Me gustaría iniciar
esta corta reflexión invitando a todos a darle las gracias al Padre, por el
Hijo, en el Espíritu Santo, por la vida de la juventud y por una oportunidad
más de experimentar la maravilla de su amor, como sus hijos e hijas.
Aprendemos en la
catequesis que nuestro Dios es Uno y Trino, y no pocas veces nos preguntamos cómo
es posible esto. Cuando se piensa en Dios como Uno, recordamos su unidad, así
como Jesús reza: yo y el Padre somos uno, quien me ve, ve al Padre; que sean
uno así como el Padre y tú, Padre, somos uno.
Cuando pensamos en
Trino, recordamos que son personas distintas, cada una con su misión
específica, más presente y actuante en la misión de la otra, de manera que
donde una de las personas está, están las otras dos y cada una contiene las
otras dos. Son personas que se aman eternamente y tan intensamente que evitan
el aislamiento e impiden la exclusión, promoviendo la vida y la comunión. Este
es, por lo tanto nuestro Dios, Santísima Trinidad: unidad en la diversidad, la
mejor comunidad. Él es el único, pero no está solo; es relación. Por ser
comunidad de amor, es permanente novedad, envolviendo el universo entero en una
dinámica constante de recreación, comprometiendo al ser humano a orientar todo
su vivir según este misterio.
Así, cuando hablamos en
economía, nuestra reflexión necesita volverse para la intención de Dios
Trinidad respecto de la vida y del ser humano. En teología, hablamos de
Economía de la salvación, designando los planes de la vida que Dios tiene para nosotros, que nos
proporciona abundancia de dones y de bienes.
Esa reflexión nos lleva
a cuestionar el modelo económico injusto, adoptando en nuestro país, que
privilegia algunos y marginaliza tantos hermanos y hermanas. Esta economía que
usa los jóvenes y los descarta según sus intereses, con certeza, no es querida
por Dios; al contrario, es un atentado a la imagen presente en cada joven.
Cuestionamos el acumular y el consumismo desenfrenado que aísla siempre más a
las personas y las vuelve indiferentes frente a la realidad de sus semejantes.
La economía necesita
estar al servicio de la vida y no la vida al servicio de la economía. Cuando se
coloca al servicio de la vida, ella nos abre perspectivas más amplias. Se
vuelve una realidad promotora de la solidaridad, de la justicia, del cuidado de
la naturaleza, de atención a las necesidades básicas de todos y todas. La
abundancia de la mesa nos hace pensar en la abundancia de la vida que el Dios
Trinidad nos quiere proporcionar, invitándonos a ser parte de su ministerio.
En la medida en que
traemos de vuelta la economía para sus verdaderos objetivos, nos damos cuenta
de la dimensión transcendente de la existencia humana, llamada a participar de
la abundancia de los bienes divinos, que ya comienzan a ser compartidos en este
mundo, por los valores que la fe cristiana nos presenta.
Que el misterio del
Dios Uno y Trino nos inspire actitudes más proféticas, para cultivar una nueva
economía pautada por la justicia y la solidaridad, promoviendo la vida y la
dignidad para todos y todas. Este es el espíritu que debe animar el caminar de nuestra
juventud como expresión de compromiso y cuidados para con nuestra “Casa Común”,
gran don del Dios comunión.
Padre Degaaxé.
Traducción: Nómade de Dios.
Nenhum comentário:
Postar um comentário