Perspectivas evangelizadoras para una
Iglesia Sierva y Kenótica
El Concilio Vaticano II sucedió entre los años 1962 y
1965. La Iglesia cargaba una fama de que cuando se reunía en concilio era para
formular y declarar algún dogma o para condenar anatemas. Inclusive había sido
electo un papa de edad avanzada, pues sorprendió, convocando a toda la Iglesia,
el día 25 de enero de 1959, al abrir las ventanas, para que los nuevos aires
sacasen el moho que se había acumulado. Él estaba hablando de lo Nuevo, del
Soplo del Espíritu que, encontrando espacio, actuó de forma más profunda en
todos los miembros de esta Gran Asamblea. En el próximo año estaremos
celebrando cincuenta y cinco años del comienzo de este acontecimiento. Delante
de las muchas interpelaciones que trajo a la vida cristiana, de un modo
general, es necesario preguntarse: ¿qué perspectivas evangelizadoras tenemos?
Sin lugar a dudas, el Concilio Vaticano II dio una
nueva dirección para la Iglesia, en cuanto continuadora de la Obra de Cristo a
favor de la humanidad. Más allá de adecuarla a las nuevas situaciones vividas
por los hombres y mujeres de nuestro tiempo, le trajo un nuevo vigor interno,
haciéndola redescubrir toda su riqueza mistérica. Como el Vaticano II fue un
concilio de cuño pastoral, favoreció un agiornamiento
de la Iglesia y esta actitud trajo a la conciencia la necesidad de una
constante actualización a la luz del Espíritu de Dios. Atenta a las señales de
los tiempos, es así que la Iglesia es llamada a conducir su pastoral, en el
amor de Cristo Buen Pastor, abrazando al mundo entero. La Iglesia continúa
siendo invitada a abrirse a todos los pueblos y culturas, en un diálogo
verdadero y revelador de la bondad y misericordia de Dios.
La realidad es siempre más desafiante y la Iglesia se
muestra atenta a eso. Delante de los males que amenazan la dignidad humana y
ocultan los verdaderos valores, la iglesia se siente en el deber de anunciar la
buena nueva de la vida, siendo testimonio de la verdad y de la paz. Estamos,
por lo tanto, delante de una Iglesia Sierva, que se proyecta hacia delante, en
medio de tantas señales de muerte, con una propuesta kenótica, como procedió su
Fundador, diciendo que es necesario vaciarse de sí mismo para que el otro pueda
vivir. El Concilio la hizo percibir que su misión consiste en estar siempre
próximo a las personas, principalmente de los más pobres y sufridores. La
Iglesia es consciente de su papel de ser “LUZ” para tantas personas en busca de
la Verdad de Dios.
Aproximándonos a la celebración de los cincuenta y
cinco años del acontecimiento que transformó la vida de la Iglesia – Nuevo
Pentecostés – estamos invitados siempre de nuevo a testimoniar las maravillas
de Dios de modo accesible a todos y todas. El Concilio nos hizo mirar la
realidad y la historia no de manera trágica o pesimista, sino con una mirada de
esperanza, mostrando el rostro de una Iglesia que busca comprender la historia
en que está inserta, no para condenar, sino para evangelizar más eficazmente.
Una Iglesia que se pone en búsqueda del dialogo con el mundo es una Iglesia
abierta y renovada. El horizonte que se abre para la Iglesia la provoca siempre
más a ser Sacramento de salvación de Dios, pues es su deseo que todas las
personas se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. La vida cristiana se
renueva y revigora: vino nuevo en odres nuevos, comunidades siempre más vivas y
participativas, señal del Reino que viene, semilla del Reino que ya está presente.
Fr Ndega
Traducion: Nomade de
Dios
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