sábado, 28 de maio de 2016

CINCUENTA Y CINCO AÑOS DEL INICIO DEL CONCILIO VATICANO II

Perspectivas evangelizadoras para una Iglesia Sierva y Kenótica

El Concilio Vaticano II sucedió entre los años 1962 y 1965. La Iglesia cargaba una fama de que cuando se reunía en concilio era para formular y declarar algún dogma o para condenar anatemas. Inclusive había sido electo un papa de edad avanzada, pues sorprendió, convocando a toda la Iglesia, el día 25 de enero de 1959, al abrir las ventanas, para que los nuevos aires sacasen el moho que se había acumulado. Él estaba hablando de lo Nuevo, del Soplo del Espíritu que, encontrando espacio, actuó de forma más profunda en todos los miembros de esta Gran Asamblea. En el próximo año estaremos celebrando cincuenta y cinco años del comienzo de este acontecimiento. Delante de las muchas interpelaciones que trajo a la vida cristiana, de un modo general, es necesario preguntarse: ¿qué perspectivas evangelizadoras tenemos?

Sin lugar a dudas, el Concilio Vaticano II dio una nueva dirección para la Iglesia, en cuanto continuadora de la Obra de Cristo a favor de la humanidad. Más allá de adecuarla a las nuevas situaciones vividas por los hombres y mujeres de nuestro tiempo, le trajo un nuevo vigor interno, haciéndola redescubrir toda su riqueza mistérica. Como el Vaticano II fue un concilio de cuño pastoral, favoreció un agiornamiento de la Iglesia y esta actitud trajo a la conciencia la necesidad de una constante actualización a la luz del Espíritu de Dios. Atenta a las señales de los tiempos, es así que la Iglesia es llamada a conducir su pastoral, en el amor de Cristo Buen Pastor, abrazando al mundo entero. La Iglesia continúa siendo invitada a abrirse a todos los pueblos y culturas, en un diálogo verdadero y revelador de la bondad y misericordia de Dios.

La realidad es siempre más desafiante y la Iglesia se muestra atenta a eso. Delante de los males que amenazan la dignidad humana y ocultan los verdaderos valores, la iglesia se siente en el deber de anunciar la buena nueva de la vida, siendo testimonio de la verdad y de la paz. Estamos, por lo tanto, delante de una Iglesia Sierva, que se proyecta hacia delante, en medio de tantas señales de muerte, con una propuesta kenótica, como procedió su Fundador, diciendo que es necesario vaciarse de sí mismo para que el otro pueda vivir. El Concilio la hizo percibir que su misión consiste en estar siempre próximo a las personas, principalmente de los más pobres y sufridores. La Iglesia es consciente de su papel de ser “LUZ” para tantas personas en busca de la Verdad de Dios.

Aproximándonos a la celebración de los cincuenta y cinco años del acontecimiento que transformó la vida de la Iglesia – Nuevo Pentecostés – estamos invitados siempre de nuevo a testimoniar las maravillas de Dios de modo accesible a todos y todas. El Concilio nos hizo mirar la realidad y la historia no de manera trágica o pesimista, sino con una mirada de esperanza, mostrando el rostro de una Iglesia que busca comprender la historia en que está inserta, no para condenar, sino para evangelizar más eficazmente. Una Iglesia que se pone en búsqueda del dialogo con el mundo es una Iglesia abierta y renovada. El horizonte que se abre para la Iglesia la provoca siempre más a ser Sacramento de salvación de Dios, pues es su deseo que todas las personas se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. La vida cristiana se renueva y revigora: vino nuevo en odres nuevos, comunidades siempre más vivas y participativas, señal del Reino que viene, semilla del Reino que ya está presente.

Fr Ndega

Traducion: Nomade de Dios

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