terça-feira, 10 de maio de 2016

ACOGIDA Y HOSPITALIDAD EN EL SEGUIMIENTO DE JESÚS: UNA REFLEXIÓN EN LA ÓPTICA DEL PUEBLO NEGRO



La acogida y la hospitalidad son virtudes que no pueden faltar en la convivencia humana, pues son reveladoras de lo divino en nosotros. Ellas son fuente de vida y de bendición, pues quien ve o viene en nombre de Dios es portador de su bendición. Al gesto del despojamiento y simplicidad de la persona de Dios, sigue el gesto de generosidad y gratitud de las personas de la casa – como en el caso de Eliseo y de la familia que lo recibe. Una situación provoca a la otra. El bien que se hace a alguien vuelve en doble, pues Dios no se deja vencer en generosidad. Lo que se hace a un enviado suyo es a él mismo a quien se lo hace.

El seguimiento de Jesús tiene mucho de eso. El llamado que Dios hace a alguien es expresión de su bondad y generosidad, pero Jesús dice que es necesario radicalidad para corresponder, principalmente en el modo de amar y servir. Él dice que es necesario amar a las personas, así como citó el ejemplo del buen samaritano y dejó como testamento el amarnos los unos a los otros, como identidad de sus discípulos y discípulas. La manera como la gente ama comprueba se estamos aptos para seguirlo. Para comenzar, el compromiso que asumimos con él está sobre todo. Aquí está la medida de nuestro amor por Jesús: sobre todo, hasta de los compromisos familiares. Debemos amar a la familia y a todas las personas, pero no al mismo nivel de Dios. Pero Jesús recuerda todavía a sus discípulo que el amor de Dios, del cual él habla, no puede ser abstracto, espiritual apenas. Pasa por la cruz de la contradicción, que es la lógica del Reino: perder para ganar, morir para vivir, ser el último para ser el primero. Cargar la cruz como Cristo es reconocer que esta cruz ha sido pesada en los hombros de tantos hermanos y hermanas que, por clamar por justicia, respeto y dignidad son literalmente crucificados. Pensemos en el drama del racismo, de la discriminación, del pre concepto y de la intolerancia religiosa… son verdaderas cruces en las cuales están prendidos muchos afrodescendientes o es peso que la sociedad cree que deben cargar por el resto de sus vidas. La dinámica del seguimiento de Jesús, dice que es necesario “bajarlos de la cruz”, o, al menos, no aumentar el peso en sus hombros.

“Existe un principio en el judaísmo en que el mensajero es encarnación de aquel que lo envió”. Jesús se identifica con aquellos y aquellas que son enviados en su nombre y recuerda que todo gesto de amor y acogida en relación a ellos no quedará sin recompensa. Por lo tanto, recibir bien a las personas nos lleva a hacer experiencia del Jesús peregrino, de pies y manos callosos y rostro curtido. Jesús cuando se encarnó, asumió nuestra humanidad y tomó en serio esta opción. Él dignificó lo humano, divinizándonos, de manera que no necesitamos dejar los humano para encontrarlo. Él se hace encontrar en las experiencias humanas, o sea, el ser humano se volvió espacio de encuentro con lo divino en Jesús. A través de él nuestra humanidad alcanza el grado más alto de dignidad. Cuando esta humanidad es herida, dañada la persona de los pobres y víctimas de racismo, y sus vertientes, seguramente Jesús es afectado. Para el pueblo negro, el ser humano es sagrado por haber sido creado por Dios y por ser parte integrante del universo, Santuario de Dios, en el cual la tierra es el altar de su ofrenda, en la oferta y en la acogida de la vida, de la riqueza y compartir de dones, en fin, en la fraternidad.

Los males que todavía existen en nuestra sociedad que agreden la dignidad de las personas, revelan nuestra resistencia en relación a la vida nueva que Jesús nos trajo y que el bautismo nos hace experimentar de una manera sin igual. Tratar mal a las personas es una opción, pero es una opción indigna del ser humano salvado por Jesús. Jesús también experimentó en la propia piel lo que es ser discriminado, despreciado: “¿0puede venir algo bueno de Nazaret?”. “¿Quién es este que dice estas cosas?” “¿No es el hijo del carpintero?”. Por lo tanto, Jesús sigue su camino, libertando a quien está oprimido e invitando a la conversión a los opresores. Es así que debe actuar el afrodescendiente y todo el que se dice discípulo de Jesús: seguir su camino, haciendo historia, aún sin reconocimiento, pero consciente de su papel de agente de transformación.

Más allá de identificarse con quien va, Jesús quiere que recibamos bien a quien llega. En África, la acogida va más allá de un simple gesto. Cuando las personas entran en la amistad de la familia, pasa a ser parte de aquella familia. En Brasil, en épocas de esclavitud, el pueblo negro, en los quilombos, recibían a los indígenas que estaban siendo diezmados y a los de otras razas que, por no estar de acuerdo con el sistema esclavista opresor, eran perseguidos. Estas personas eran incorporadas a la familia quilombola, protegidas y tratadas dignamente. Esta cultura de la acogida está muy arraigada en el pueblo brasilero, especialmente entre los más pobres, que “hacen de tripa corazón” para recibir bien a alguien. Son capaces de quedarse hasta sin alimentos para que la visita pueda comer.

De un modo general, para recibir bien no basta tener buena voluntad, es necesario espíritu de fe, en caso contrario seremos dominados por el interés y segundas intenciones. Nosotros, enviados en nombre de Jesús, somos comparados a los profetas de la Antigua Alianza: somos personas de Dios, cuando tomamos conciencia de ser portadores de su mensaje de salvación para un mundo que se olvidó de amor. Carguemos la cruz que Jesús nos concedió, la cruz del despojamiento, de la fidelidad al proyecto de Dios, de la vida y de la salvación, por más que estemos en medio de situaciones de muerte. Jesús se identifica con nosotros y sufre con nosotros los rechazos. Al mismo tiempo, pide que multipliquemos los gestos de acogida y hospitalidad, para humanizar el mundo y las relaciones. Recibamos a las personas como “personas de Dios que necesitan de un lugar en nuestra vida, en nuestra amistad, en nuestro corazón”.

Padre Degaaxé

Traducción Nómade de Dios.

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