La acogida y la hospitalidad son virtudes que no
pueden faltar en la convivencia humana, pues son reveladoras de lo divino en
nosotros. Ellas son fuente de vida y de bendición, pues quien ve o viene en
nombre de Dios es portador de su bendición. Al gesto del despojamiento y
simplicidad de la persona de Dios, sigue el gesto de generosidad y gratitud de
las personas de la casa – como en el caso de Eliseo y de la familia que lo
recibe. Una situación provoca a la otra. El bien que se hace a alguien vuelve
en doble, pues Dios no se deja vencer en generosidad. Lo que se hace a un
enviado suyo es a él mismo a quien se lo hace.
El seguimiento de Jesús tiene mucho de eso. El llamado
que Dios hace a alguien es expresión de su bondad y generosidad, pero Jesús
dice que es necesario radicalidad para corresponder, principalmente en el modo
de amar y servir. Él dice que es necesario amar a las personas, así como citó
el ejemplo del buen samaritano y dejó como testamento el amarnos los unos a los
otros, como identidad de sus discípulos y discípulas. La manera como la gente
ama comprueba se estamos aptos para seguirlo. Para comenzar, el compromiso que
asumimos con él está sobre todo. Aquí está la medida de nuestro amor por Jesús:
sobre todo, hasta de los compromisos familiares. Debemos amar a la familia y a
todas las personas, pero no al mismo nivel de Dios. Pero Jesús recuerda todavía
a sus discípulo que el amor de Dios, del cual él habla, no puede ser abstracto,
espiritual apenas. Pasa por la cruz de la contradicción, que es la lógica del
Reino: perder para ganar, morir para vivir, ser el último para ser el primero.
Cargar la cruz como Cristo es reconocer que esta cruz ha sido pesada en los
hombros de tantos hermanos y hermanas que, por clamar por justicia, respeto y
dignidad son literalmente crucificados. Pensemos en el drama del racismo, de la
discriminación, del pre concepto y de la intolerancia religiosa… son verdaderas
cruces en las cuales están prendidos muchos afrodescendientes o es peso que la
sociedad cree que deben cargar por el resto de sus vidas. La dinámica del
seguimiento de Jesús, dice que es necesario “bajarlos de la cruz”, o, al menos,
no aumentar el peso en sus hombros.
“Existe un principio en el judaísmo en que el
mensajero es encarnación de aquel que lo envió”. Jesús se identifica con
aquellos y aquellas que son enviados en su nombre y recuerda que todo gesto de
amor y acogida en relación a ellos no quedará sin recompensa. Por lo tanto,
recibir bien a las personas nos lleva a hacer experiencia del Jesús peregrino,
de pies y manos callosos y rostro curtido. Jesús cuando se encarnó, asumió
nuestra humanidad y tomó en serio esta opción. Él dignificó lo humano,
divinizándonos, de manera que no necesitamos dejar los humano para encontrarlo.
Él se hace encontrar en las experiencias humanas, o sea, el ser humano se
volvió espacio de encuentro con lo divino en Jesús. A través de él nuestra
humanidad alcanza el grado más alto de dignidad. Cuando esta humanidad es
herida, dañada la persona de los pobres y víctimas de racismo, y sus
vertientes, seguramente Jesús es afectado. Para el pueblo negro, el ser humano
es sagrado por haber sido creado por Dios y por ser parte integrante del
universo, Santuario de Dios, en el cual la tierra es el altar de su ofrenda, en
la oferta y en la acogida de la vida, de la riqueza y compartir de dones, en
fin, en la fraternidad.
Los males que todavía existen en nuestra sociedad que
agreden la dignidad de las personas, revelan nuestra resistencia en relación a
la vida nueva que Jesús nos trajo y que el bautismo nos hace experimentar de
una manera sin igual. Tratar mal a las personas es una opción, pero es una
opción indigna del ser humano salvado por Jesús. Jesús también experimentó en
la propia piel lo que es ser discriminado, despreciado: “¿0puede venir algo
bueno de Nazaret?”. “¿Quién es este que dice estas cosas?” “¿No es el hijo del
carpintero?”. Por lo tanto, Jesús sigue su camino, libertando a quien está
oprimido e invitando a la conversión a los opresores. Es así que debe actuar el
afrodescendiente y todo el que se dice discípulo de Jesús: seguir su camino,
haciendo historia, aún sin reconocimiento, pero consciente de su papel de
agente de transformación.
Más allá de identificarse con quien va, Jesús quiere
que recibamos bien a quien llega. En África, la acogida va más allá de un
simple gesto. Cuando las personas entran en la amistad de la familia, pasa a
ser parte de aquella familia. En Brasil, en épocas de esclavitud, el pueblo
negro, en los quilombos, recibían a los indígenas que estaban siendo diezmados
y a los de otras razas que, por no estar de acuerdo con el sistema esclavista
opresor, eran perseguidos. Estas personas eran incorporadas a la familia
quilombola, protegidas y tratadas dignamente. Esta cultura de la acogida está
muy arraigada en el pueblo brasilero, especialmente entre los más pobres, que
“hacen de tripa corazón” para recibir bien a alguien. Son capaces de quedarse
hasta sin alimentos para que la visita pueda comer.
De un modo general, para recibir bien no basta tener
buena voluntad, es necesario espíritu de fe, en caso contrario seremos
dominados por el interés y segundas intenciones. Nosotros, enviados en nombre
de Jesús, somos comparados a los profetas de la Antigua Alianza: somos personas
de Dios, cuando tomamos conciencia de ser portadores de su mensaje de salvación
para un mundo que se olvidó de amor. Carguemos la cruz que Jesús nos concedió,
la cruz del despojamiento, de la fidelidad al proyecto de Dios, de la vida y de
la salvación, por más que estemos en medio de situaciones de muerte. Jesús se
identifica con nosotros y sufre con nosotros los rechazos. Al mismo tiempo,
pide que multipliquemos los gestos de acogida y hospitalidad, para humanizar el
mundo y las relaciones. Recibamos a las personas como “personas de Dios que
necesitan de un lugar en nuestra vida, en nuestra amistad, en nuestro corazón”.
Padre
Degaaxé
Traducción
Nómade de Dios.
Nenhum comentário:
Postar um comentário