domingo, 5 de maio de 2013

LA VITALIDAD DE NUESTRA MISIÓN


Una reflexión a partir de Jn 15, 9-11

“ Como el Padre me amó, así también yo los amo; permanezcan en mi amor”. Dios no solamente ama, sino que es amor. El amor es la vida de Dios y de esta manera el Hijo se siente amado, ya que comparte la misma vida. El amor genera comunión, por lo tanto, entrega y donación. Vive ese amor quien es capaz de dar la vida por los amigos y amigas. No hay amor más grande, pues este va hasta las ultimas consecuencias. En este mismo amor los discípulos se envuelven y están invitados a permanecer. Eso significa que el amor que Jesús tiene para quien lo sigue va más allá de algo que puede ser limitado. Se trata de la propia vida del Maestro que debe continuar en la vida de los discípulos. Así él continuará viviendo y actuando en aquellos que lo siguen.
El mandamiento del amor ya existía antes de Jesús, pero ahora es enseñado de un modo nuevo y con un lenguaje totalmente nuevo. No es más a partir de los antiguos, sino a partir de Jesús que los discípulos deben dirigir sus vidas y sus relaciones. El anuncio de la salvación de Dios pasa por la experiencia del amor como Jesús la vivió. Él trajo la revelación del verdadero rostro de Dios: un Dios que se muestra preocupado con el cuidado amoroso de todo – hasta de “un cabello de nuestra cabeza” (Lc 21, 18). Un Dios Abbá,  que está atento a todas las personas con toda la fuerza y actividad de su amor compasivo y libertador, posibilitando que los menos amables hagan la experiencia del amor eterno. Un Dios que no excluye a nadie, y que ama con prioridad. Según afirma el teólogo L. C. Susin, “Amar con prioridad es lo que hace una madre, según un antiguo proverbio árabe: prefiere al enfermo hasta que sane, prefiere al que está lejos hasta que llegue, prefiere al menos hasta que crezca (…)”.
En ese sentido, Jesús nos convoca para que posibilitemos a todos lo que él trajo para todos. Pero antes es necesario que nos abramos al misterio de Dios que ama salvando y salva amando. Él está siempre con nosotros, desde siempre nos amó y cuidó de nosotros como hijos e hijas. Si permanecemos en su amor, el amor en nosotros será perfecto y experimentaremos alegría plena. En otro caso, serán nuestras limitaciones las que determinarán como se debe amar. Y entonces será nuestra ruina. Solamente ama verdaderamente aquel/aquella que quiere el bien de la persona amada, aunque ella no lo merezca. Es así que Dios nos ama, en la gratitud y generosidad, sin ningún merito de parte nuestra. Esta experiencia debe llevarnos a hacer lo mismo que él hace, aquello que se decía de los primeros cristianos – “Ved como se aman” – solamente fue posible porque permanecieron unidos al amor de aquel que los llamó. Esta exigencia continúa con validez en nuestros días y es eso que asegura la vitalidad de nuestra misión.
 
Pe. Degaaxé
Tradução Nómade de Dios

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