Una reflexión a partir de Jn 15, 9-11
“ Como el Padre me
amó, así también yo los amo; permanezcan en mi amor”. Dios no solamente ama,
sino que es amor. El amor es la vida de Dios y de esta manera el Hijo se siente
amado, ya que comparte la misma vida. El amor genera comunión, por lo tanto,
entrega y donación. Vive ese amor quien es capaz de dar la vida por los amigos
y amigas. No hay amor más grande, pues este va hasta las ultimas consecuencias.
En este mismo amor los discípulos se envuelven y están invitados a permanecer.
Eso significa que el amor que Jesús tiene para quien lo sigue va más allá de
algo que puede ser limitado. Se trata de la propia vida del Maestro que debe
continuar en la vida de los discípulos. Así él continuará viviendo y actuando
en aquellos que lo siguen.
El mandamiento del
amor ya existía antes de Jesús, pero ahora es enseñado de un modo nuevo y con
un lenguaje totalmente nuevo. No es más a partir de los antiguos, sino a partir
de Jesús que los discípulos deben dirigir sus vidas y sus relaciones. El
anuncio de la salvación de Dios pasa por la experiencia del amor como Jesús la
vivió. Él trajo la revelación del verdadero rostro de Dios: un Dios que se
muestra preocupado con el cuidado amoroso de todo – hasta de “un cabello de
nuestra cabeza” (Lc 21, 18). Un Dios Abbá,
que está atento a todas las personas
con toda la fuerza y actividad de su amor compasivo y libertador, posibilitando
que los menos amables hagan la experiencia del amor eterno. Un Dios que no
excluye a nadie, y que ama con prioridad. Según afirma el teólogo L. C. Susin,
“Amar con prioridad es lo que hace una madre, según un antiguo proverbio árabe:
prefiere al enfermo hasta que sane, prefiere al que está lejos hasta que
llegue, prefiere al menos hasta que crezca (…)”.
En ese sentido, Jesús
nos convoca para que posibilitemos a todos lo que él trajo para todos. Pero
antes es necesario que nos abramos al misterio de Dios que ama salvando y salva
amando. Él está siempre con nosotros, desde siempre nos amó y cuidó de nosotros
como hijos e hijas. Si permanecemos en su amor, el amor en nosotros será
perfecto y experimentaremos alegría plena. En otro caso, serán nuestras
limitaciones las que determinarán como se debe amar. Y entonces será nuestra
ruina. Solamente ama verdaderamente aquel/aquella que quiere el bien de la persona
amada, aunque ella no lo merezca. Es así que Dios nos ama, en la gratitud y
generosidad, sin ningún merito de parte nuestra. Esta experiencia debe
llevarnos a hacer lo mismo que él hace, aquello que se decía de los primeros
cristianos – “Ved como se aman” – solamente fue posible porque permanecieron
unidos al amor de aquel que los llamó. Esta exigencia continúa con validez en
nuestros días y es eso que asegura la vitalidad de nuestra misión.
Pe. Degaaxé
Tradução Nómade de
Dios
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