A través de la parábola del
pobre Lázaro y del rico opulento, el evangelio llama la atención sobre una dura
realidad: la gran desigualdad entre las personas. La Iglesia de América Latina
ya denunciaba, en la década de 70: las estructuras injustas vienen generando
ricos cada vez más ricos a costa de pobres, cada vez más pobres. Esta situación
es totalmente desaprobada por Dios que, en su bondad, hace llover sobre justos
e injustos, buenos y malos a fin de que aquello que él hizo para todos esté a
disposición de todos. El cántico de María da un buen testimonio de esta
realidad en una explosión de júbilo por la forma de actuar de Dios, igualando
los desiguales para que puedan convivir de igual a igual. En fin, no debe haber
ni vencidos ni vencedores, sino hermanos y hermanas con igualdad de derechos y
dignidad.
Dios se identifica con la
situación de los más débiles y pobres. Toda injusticia hecha contra ellos toca
la imagen de Dios que representan. En la vida eterna, la situación se invierte,
comprobando que Dios nunca abandona a quien en Él confía. Quien utiliza de
aquello que posee para despreciar a los otros tira su vida a la basura, pués
vida realizada nos consiste en abundancia de bienes, sino en la capacidad de
hacer el bien. Como decía sabiamente San Juan Calabria: “Los pobres están ahí
para que los ricos se puedan salvar”.
La cuaresma nos recuerda que
la situación de los pobres tiene mucho que ver con nosotros, pués el pecado
social es resultado de la acumulación de pecados personales. Por eso, es
necesaria la conversión, no solamente de los pecados personales, sino asumir
también la responsabilidad por los pecados sociales que son parte de nuestra
“misión redentora”. Es necesario pasar de un estilo de vida derrochador, basado
a veces en la indiferencia, para un estilo de vida más simple que se alegre con
poco y que se solidariza con quien no tiene. Dios nos salva por amor, y
valoriza mucho nuestros gestos, como expresa el papa Benedicto XVI en una de
sus cartas por la cuaresma: “ de echo la salvación es don y gracia de Dios,
pero para tener efecto en mi existencia exige mi consentimiento, una recepción
demostrada en los actos, o sea, en la voluntad de vivir como Jesús, de caminar
detrás de Él”.
Pe. Degaaxé
Tradução: Nómade de Dios.
Nenhum comentário:
Postar um comentário