Una reflexión a partir de Marcos 12, 28b-34
Según las Sagradas Escrituras,
Dios tiene una relación particular con el pueblo de Israel. Él establece con
este pueblo una alianza, dando algunas orientaciones para que pueda caminar con
seguridad, preservando la vida. En este contexto es donde nacen los mandamientos.
La palabra Mandamiento o Ley aquí no tiene la misma connotación que tiene en
nuestros días. Más que de obligación se trata de esencialidad. Vivir los
mandamientos se volvió esencial en el camino del pueblo de Israel para el cual
la Ley es Palabra de Dios o viceversa. Cuando afirman que “la Ley del Señor es
perfecta, conforto para el alma”, se refieren a la Palabra. Hay una correlación
profunda entre Ley y Palabra, pues los mandamientos de la Ley expresan el
cuidado amoroso de Dios que habla, señalando caminos de liberación y también
revelan la verdadera identidad de un pueblo que obedece, cultivando el
sentimiento de pertenencia a Dios. La obediencia a los mandamientos es fuente
de bendiciones que lleva a la vida; al tiempo que la desobediencia de éstos
lleva a la muerte.
Alrededor de la Ley principal,
los judíos hicieron surgir otras tantas leyes que de a poco desviaron el foco
de aquello que era esencial. Los diez mandamientos iniciales se vuelven 613, de
los cuales 248 son prescripciones y 365 son prohibiciones. Los pobres eran
considerados pecadores porque no conseguían memorizar todos esos mandamientos
y, por lo tanto no los practicaban. Sin embargo, esta parte de la población
conocía y cultivaba lo esencial de la Ley, es sobre eso que Jesús llama la
atención cuando afirma: “Amarás al Señor tu Dios con todo tú corazón, con todo
tu entendimiento y con todas tus fuerzas” (Dt6, 4-5) “y a tú prójimo como a ti
mismo” (Lv 19, 18). Amar a Dios es el primero de todos los mandamientos, pero
Jesús lo conectó con el amor al prójimo, mostrando que no es posible amar a
Dios sin amar al prójimo. Santiago en su carta llama de mentiroso a quien dice
amar a Dios y no ama a su prójimo. Del mandamiento de amar a Dios brota el amor
al prójimo, como un fruto. La fuente siempre es Dios, pues fue él quien nos amó
primero. Es a partir del amor que Dios nos tiene – de forma gratuita y generosa
– que es posible amar desinteresadamente a los demás. “Este es un desafío para
todas las culturas incluyendo aquellas en África, donde la fidelidad a la
familia y a las tradiciones es frecuentemente cultivada como el primer
mandamiento”. (African Bible, p. 1770).
Para Jesús permanece lo esencial:
amar a Dios, amando también al prójimo. Su admirable pedagogía permitió que
esos dos mandamientos se vuelvan todavía más accesibles, pidiendo que a penas
nos amemos unos a los otros como él nos amó. Así como Dios nos amó en Cristo,
debemos amar a partir de Cristo. Quien ama de esa forma entendió lo esencial de
la vida. Quien sigue a Jesús no sigue una ley o una doctrina, sino una persona.
En nuestra sociedad y comunidad estamos sujetos a leyes, pero no podemos
volvernos esclavos de ellas. Personas maduras y equilibradas entienden que lo
que más importa no es la ley en sí, sino el espíritu que motiva a la ley y la
postura que se asume frente a ella. A partir de ahí creemos que todas las leyes
deberían tener por objetivo humanizar a las personas. Si existe una ley que no
humaniza ni debería haberse hecho ley. La ley es vacía de su verdadero sentido,
apenas quando sirve para oprimir, favoreciendo privilegios e intereses personales. El
desafío para nosotros hoy es hacer de toda ley un instrumento de fraternidad
donde el amor a Dios y el amor al prójimo son cada vez más evidentes.
Pe. Degaaxé
Tradución: Nómade de Dios
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