Una reflexión a partir de Marcos 10, 46-52
Jericó es una de las ciudades más antiguas del mundo. Fue el palco de
grandes acontecimientos bíblicos; inclusive, en la época de Moisés ya se
hablaba de ella. Recordemos del “cerco y toma de Jericó” por Israel en tiempos
de Josué (Js 6, 1-27). ¿Y quien no se acuerda de Zaqueo? Su conversión sucedió
en Jericó. Esta ciudad queda próxima al río Jordán y Jesús pasó muchas veces por
ella. El presente texto se habla del encuentro de Jesús con el ciego Bartimeo,
que estaba sentado a la vera del camino de salida de la ciudad. Seguramente ya
había escuchado hablar de Jesús y deseaba una oportunidad para encontrarlo. Lo
que él no sabía era que Jesús también deseó encontrarlo para indicarle un nuevo
camino, una nueva forma de vivir. ¡La oportunidad llegó! El entusiasmo del
ciego era tan grande que nada ni nadie se lo impidieron de gritar por Jesús.
El grito del ciego es el clamor de todo ser humano consciente de su
indigencia y de la necesidad de la misericordia divina. Él (el ciego) es
símbolo de la exclusión alarmante de la cual continúan víctimas muchos de
nuestros hermanos y hermanas, los pobres. Es una oportunidad de percibir que
muchas personas están caídas o fueron dejadas a lo largo del camino. Ellas
gritan por compasión y oportunidad porque creen que los que se dicen religiosos
y seguidores de Jesús pueden oír y solidarizarse. Jesús no solamente oyó el
clamor del ciego, sino que también los gritos de los que mandaban al ciego a
cerrar la boca. La respuesta de Jesús expresa una mezcla de compasión e indignación,
ya que tuvo que enfrentarse con dos cegueras: la de Bartimeo y la de la
multitud que lo seguía sin comulgar con los mismos sentimientos que había en su
corazón. Sin embargo entre los que mandan al ciego a quedarse quieto también
hay algunas voces perdidas que representan a aquellos y aquellas que, en
nuestra sociedad, son verdaderos profetas y profetisas de la esperanza, capaces
de motivar a los desesperados. Con la vida y testimonio ellos continúan
diciendo a quien sufre: “recobren el ánimo; levántense, el Señor no se olvidó
de ustedes; él los llama para sí como nos llamó a nosotros y no permitirá que
el sufrimientos de ustedes perdure por mucho tiempo”.
El Jesús a quien seguimos es muy humano. Tiene los ojos y los oídos bien
atentos a lo que pasa con las personas. Él nos llama a tener esta misma
sensibilidad. Muchas veces somos como el ciego: deseosos de un encuentro
transformador, pero permanecemos al margen, en la superficie, sin profundidad.
Somos también como los demás en torno de Jesús, más cerrados a lo que pasa a
nuestro alrededor y todavía nos creemos con autoridad de mandar a los otros a
cerrar la boca. Estamos delante de una gran equivocación. Es necesario
desconfiar de “ciertas experiencias” que nos abren a Dios y nos cierran a los
demás. Si mi piedad no me lleva al encuentro de los otros es alienante y
equivocada. En este caso, “fe demás, no huele bien”.
Pe. Degaaxé
Tradución: Nómade de
Dios
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