Una reflexión a partir de Mt 5, 20-26
Mateo presenta a
Jesús como el “Nuevo Moisés”, y todo lo que se refiere a Cristo trae una marca
de novedad: el Monte de las Bienaventuranzas es el nuevo Monte Sinaí; las
Bienaventuranzas son un nuevo Discurso sobre los Mandamientos; la fraternidad
es la nueva justicia, que supera la justicia de los escribas y fariseos; su
cuerpo es el nuevo templo. En el discurso de Jesús no hay una separación con lo
que pensaban los antiguos, sino una continuidad, interpretando de un nuevo modo
el verdadero sentido de lo que fue dicho. El objetivo de Jesús es rescatar el
plan original de Dios. Hasta la aparición de Jesús, la experiencia reveladora
como “palabra de Dios” estaba relacionada a los escritos del Antiguo
Testamento. La atención se vuelve para estos, consagrados como norma de vida.
Con Jesús las cosas comienzan a cambiar. Los primeros cristianos pueden hacer
referencia a los escritos antiguos, pero son las enseñanzas de Jesús que,
posteriormente, se vuelven norma y hasta el mismo Antiguo Testamento.
Aunque Jesús tenga
autoridad para hablar, cumpliendo plenamente lo que fue revelado antes, él no
desprecia los escritos de la Antigua Alianza, al contrario, incentiva a
apreciarlos y cumplirlos (Mt 5, 17- 20). Pero la dureza de los corazones y las
interpretaciones arbitrarias de la Ley original lleva a Jesús a afirmar: “ yo,
por lo tanto le digo…” A partir de
entonces vale la explicación que él da sobre lo que fue dicho. En Mateo,
justicia significa voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios es que las personas
sean generosas, yendo más allá de lo que fue establecido por ley, en cuanto a
caridad y reconciliación. De a poco los discípulos de Jesús fueron viendo que
el deseo de Jesús era establecer un nuevo relacionamiento con Dios y con los
demás. La referencia para eso no puede ser la justicia humana – tan limitada y
a veces tan injusta en sus criterios – sino la justicia divina, basada en el
amor y la misericordia.
En Jesús todo se
vuelve nuevo y para manifestar esta novedad al mundo, los nuevos discípulos y
discípulas de Jesús necesitan más fraternidad que espacios físicos lujosos. El
verdadero culto a Dios se da en la relación con los demás. No puedo vivir como
si las otras personas no existiesen. Es necesario estar vigilantes, tal vez,
estamos siendo homicidas y no nos damos cuenta. En ese contexto, no necesito
tomar un arma para matar a otra persona, puedo matarla a través de la relación
con ella. La rabia que tenemos contra alguien es un verdadero homicidio. El
desprecio es el comienzo. Los chismes contra alguien roban su dignidad. No es
posible relacionarnos bien con Dios mientras no nos reconciliemos con quien
ofendimos o nos ofendió. No debo esperar que la otra persona venga para
reconciliarse conmigo, soy yo que debo tomar la iniciativa. No elijo a las
personas con las cuales debo convivir, simplemente las recibo como dones de la
gracia de Dios. La ternura, la corrección fraterna y la reconciliación son
condiciones básicas que las personas esperan de mi para no tener que ir a
buscar afuera lo que no encuentran dentro de la comunidad.
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