Las
culturas africanas conciben el ser humano como parte integrante del universo.
En esta participación y comunión con el universo, el ser humano encuentra uno
de los fundamentos del vivir y esto es posible por concebir a la tierra como un
ser vivo, maternal y fecundo. Pero esta participación solamente es posible si
él está integrado a una familia, a una comunidad. Esta experiencia caracteriza
su identidad de forma bien original, pués para los pueblos bantu, Dios (Nzambi),
cuando creó el ser humano lo hizo de forma comunitaria. En un solo acto, creó
toda la comunidad familiar: el hombre, la mujer y los niños. Por lo tanto, más
allá de ser la más antigua institución, es también el concepto fundante para la
comprensión del origen y del destino del mundo y de las personas. También para
los yorubá no será diferente: Dios (Olorum) creó, en un mismo instante, el
hombre y la mujer. Los creó juntos, haciendo que la comunidad sea el centro de
sus vivencias y es en ella que ellos deben buscar continuamente reforzar el Axé, en vista de una vida armonizada y
realizada, conforme el teólogo A. A. da Silva.
Las
culturas afrobrasileñas conservan mucho esta característica, pués para ellos
“el Dios de la vida es un Dios comunitario. Dios llama y salva no solamente al
individuo, sino todo el pueblo. En este caso, el papel fundamental continúa
siendo de la familia, como base para la construcción y comprensión
comunitaria”, según Marcos R. da Silva. Este aspecto mereció especial atención
en el documento de Aparecida, según el cual, “los afro-americanos se
caracterizan, entre otros elementos, por la expresividad corporal, el
enraizamiento familiar y el sentimiento de Dios” (DAp 56). Está muy presente en
las reflexiones teológicas en la óptica del pueblo negro, según destaca el
teólogo negro A. A. da Silva: “ la comunidad, es por lo tanto, el punto de
referencia en la vida y en la muerte: quien vive comunitariamente, no muere
jamás – al terminar sus días, permanece en la comunidad como un ancestro”. Al
contrario, “quien vive de manera exclusivista, egoistamente, muere y no se
torna nada más que un cadaver”. La comunidad es el criterio para la salvación
(...) La salvación viene de la vivencia, de la participación y de la
integración comunitaria. Fuera de la comunidad no hay salvación”.
La
comunidad es, entonces, el punto de intercambio entre los vivos y los muertos;
es encuentro del mundo visible con el invisible. Es el centro de la unidad que
dirige cada persona en el encuentro con los Antepasados, parientes o extraños.
Toda persona tiene necesidad de vivir amparada, sentir el calor humano y la
solidaridad del grupo, sin los cuales se sentiría perdida y sin horizontes para
caminar y realizarse. El dinamismo vital – Axé
– solamente es posible en comunidad. La persona encuentra su fuerza vital
si está en comunión, si participa de la suerte de la comunidad. Fuera de esta –
en la que sucede la transmisión del Axé
– la vida pierde sentido. Es cierto que la experiencia de pertenencia divina es
individual y que la persona debe asumirla con responsabilidad, pero ella sólo
la vivencia como miembro de una comunidad. En otras palabras, el
desenvolvimiento de las potencialidades humanas sólo es posible mediante la
experiencia comunitaria.
La
vida, por lo tanto, sólo tiene sentido si es en comunidad, si el ser humano se
siente multiplicado en los demás miembros, lo que rescata el sentido de la
familia ampliada o alargada, según Franziska Rehbein. Esta realidad es un apelo
a sumar esfuerzos para combatir toda forma de marginalización, que representa
un atentado a la forma afro de ser y que hiere principios fundamentales de la
persona humana. Por lo tanto, lo que sucede en lo individual tiene que ver con
el todo. Proporcionando armonía o desarmonía. Sin el sentido comunitario de
vivir la persona se perjudica y, por consecuencia, compromete todo el universo.
En otras palabras, la persona es llamada a dar la vida por la comunidad.
Axé!
Pe.
Degaaxé
Tradução: María Erika Martínez
Tradução: María Erika Martínez
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