sábado, 21 de novembro de 2020

DIOS SE DEJA ENCONTRAR EN LO HUMANO.

 

Reflexión a partir de Ez 14, 11-12.15-17; 1 Cor 15, 20-26.28; Mt 25, 31-46




       Concluyendo el año litúrgico, la Iglesia nos presenta la Solemnidad de Jesucristo, el Rey del Universo, recordándonos que Él quiere que participemos de su reino. Los textos elegidos para esta ocasión nos ayudan a reflexionar sobre la imagen de Dios Rey y Pastor, que no sólo tiene el deseo de reunir a todas sus ovejas alrededor suyo, sino que Él mismo las cuida y tiene un amor particular especialmente por aquellas que sin más débiles. Su actitud es la referencia de nuestras acciones.

    El profeta Ezequiel habla en nombre de Dios a los líderes de Israel, criticando la irresponsabilidad de ellos como pastores, que llevó al pueblo a experimentar un periodo de dolor y sufrimiento en Babilonia. Pero en su mensaje, el profeta también anuncia el cuidado de Dios por este pueblo que él mismo conducirá a una nueva situación, como un verdadero lo pastor hace por sus ovejas. En verdad, el pueblo fue liberado del exilia, pero este fue a penas un anuncio de la verdadera liberación que ocurrirá con la misión de Jesús, el Buen Pastor, que se entrega para que todas las personas puedan tener vida nueva y plena.

     Según el testimonio de San Pablo, Jesús resucitó, pero no para ser el único. Él es primicia, o sea, el primero de una larga fila. Él abrió para nosotros el camino para una vida plena y definitiva. ¿Cómo se hace eso? Venciendo todo el poder del mundo, a través de su muerte y resurrección, salvando toda la humanidad y estableciendo el reino de Dios, su Padre. Todas las personas están invitadas a participar de este Reino, que ya está presente entre nosotros y solamente la unión con Cristo nos hace capaces de probarlo de forma concreta.

    El Evangelio de hoy es conocido como “el Juicio Universal” y muchos de nosotros imaginamos a Jesús como “juez” que, sentado en su trono juzgará a la humanidad, recompensando a algunos y sentenciando a otros, como los reyes de este mundo. Pero no podemos olvidar lo que él mismo dice: Dios no envió a su Hijo al mundo para ser su juez, sino para ser su Salvador” (Juan 3,17). Entonces su propósito no es juzgar, sino salvar por su amor y misericordia. Entonces, ¿cómo es posible entender este texto de Mateo que habla del juicio?

      Los evangelistas muestran que Jesús rechazó el título de rey en sus grandes momentos, pero o aceptó cuando parecía derrotado, o sea, en la cruz. Su oposición a este título fue debido a la mentalidad política de reino, que iba contra el significado de su misión. Aquí Él usa la imagen del rey-pastor para hacer entender el verdadero significado de su Reino y su propósito como el Rey. En primer lugar, su reino no viene de este mundo y no puede ser visto, diciendo: él está aquí o está allí. Él sigue una lógica diferente: no es visto, sino que está presente.

     Aunque Jesús no haya definido lo que es el Reino de Dios, lo mostró presente entre nosotros y nos invitó a experimentar su presencia a través del bien realizado a los necesitados. Es verdad que el Reino también se manifiesta a través de algunas de mis accione, pero, ¡atención! El Reino no es algo que hago, sino que es lo que Dios realiza en mi vida, en el mundo y en la historia. Jesús es el Rey que aceptó la cruz como su trono, donde mostró su gran amor por el mundo. Aquí está el juicio: su amor, su compasión como punto de referencia de nuestra acción.

       Como hace un pastor con sus ovejas, Jesús quiere reunir a todas las personas alrededor de si en su reino. Él se identifica con los más necesitados y establece el bien hecho a ellos como condición para la salvación. Sus palabras nos ayudan a discernir para que podamos hacer bien nuestras elecciones. El tipo de relación que tenemos con aquellos que más los necesitan, nos juzga, por lo tanto, estamos siendo juzgados todo el tiempo de nuestra existencia; pero el momento decisivo de nuestras vidas vendrá cuando nos encontremos cara a cara con Dios. En ese momento no se nos preguntará si pertenecemos a alguna religión o cuantas veces fuimos a la iglesia, sino cuánto realmente amamos.

      Así, tenemos como ejemplo los gestos de Cristo en su identificación con los humildes y pobres. “Tomen mi ejemplo, haz lo mismo”, él nos lo dice todavía hoy. Todo lo que hacemos por y con ellos, inspirados por Cristo, lo hacemos por Él mismo. No necesitamos dejar nuestra humanidad para encontrar a Dios, el mismo Dios se hace encontrar en lo humano y allá donde está la humanidad más sufrida, más afligida y maltratada, la presencia divina es más concreta e intensa. Las obras de misericordia hechas para los más necesitados pueden volverse una verdadera experiencia de Dios y llave para entrar en su reino.

    El mensaje y los gestos de compasión de este Rey-Pastor no vuelven más humanos, atentos a las necesidades de los otros. No podemos permitir que nuestras elecciones lleven nuestra vida a la ruina, lejos del propósito pensado por el Señor para nosotros. La clave es el amor. “Y aquí está el juicio: ¿que queda cuando no queda nada más? Permanece el amor dado y recibido”. Entonces, apurémonos a amar porque sólo el amor edifica y solamente lo que es hecho con amor tiene su consistencia. El resto no cuenta para nada. Dios, que es amor está en nosotros. Demos a Él le la oportunidad para actuar porque, “Si tenemos a Dios en nosotros, haremos el bien solamente con nuestro andar” (San Juan Calabria).


Fr Ndega

Traducion: Nomade de Dios

 

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