sexta-feira, 7 de abril de 2017

SOLIDARIDAD EN EL SUFRIMIENTO


Reflexión sobre Mt 21,1-11; Is 50,4-7; Fil 2,6-11; Mt 26,14-27,66



Estamos comenzando la semana más importante para la Comunidades cristianas. Es la semana que reúne los eventos centrales de nuestra fe, narrando con mucho simbolismo y profundidad los últimos momentos de Jesús en su existencia terrena e invitando al silencio y a la contemplación. Es una oportunidad también para rever todo nuestro caminar de compromiso con el Señor y dejarnos renovar por su ejemplo de fidelidad y decisión.

Estamos invitados a acompañar a Jesús que entra victorioso en Jerusalén para terminar su obra de amor. De hecho, él no viene montado en un caballo, con arrogancia, ni con un ejército poderoso como hacían los generales al entrar en las ciudades, sino que viene montado en un asno, lleno de bondad y misericordia así como ha sido toda su vida. Jesús es muy consciente de lo que está por suceder a él, pero no se deja perturbar. Al contrario, demuestra libertad de Hijo muy amado y enviado para salvar a la humanidad. Mientras recordamos su entrada solemne en la ciudad de la paz, recordamos también su pasión y muerte en esta ciudad que tiene también la fama de actuar de forma violenta contra los enviados de Dios. Por lo tanto, su muerte no es una fatalidad, pero el resultado de una misión profética vivida con fidelidad hasta las últimas consecuencias.

Como sabemos, el profeta Isaías presenta cuatro cánticos para hablar de identidad misionera del Pueblo de Dios, que es también llamado “Siervo del Señor”.  Estos canticos fueron compuestos durante el exilio de Babilonia y podemos encontrarlos en la segunda parte del libro de Isaías. El texto que estamos usando es el “tercer cántico” y según dice, el Siervo vive su vocación como un don de Dios para dar nueva vida a sus hermanos y hermanas. A causa de su fidelidad, enfrenta muchas humillaciones, rechazos y sufrimiento, pero no se desanima, sino que se siente acompañado y ayudado por Dios. Este siervo es figura del mismo Jesús que en su identificación con la condición humana, acepta ser humillado, ultrajado y muerto por causa de su fidelidad a Dios. Su confianza filial en Dios es la razón de su fidelidad. Por la humillación él encontró el camino de su glorificación. El camino de la humildad, de los pequeños gestos y de la opción por lo que es más insignificante, serán las auténticas señales que identificarán los que continúen su obra.

Según esta narración de Mateo, Jesús considera que su prisión, pasión y muerte serán motivo de escándalo para sus discípulos, ya que ellos todavía tenían la mentalidad triunfalista del mesías. Por lo tanto, él completa el discurso – como siempre – hablando de la resurrección y retomará con ellos desde donde empezó todo, de Galilea. Para Jesús no existe expresión de amor mayor que dar la vida por los amigos, aunque estos hayan huido (excepto las mujeres y el discípulo amado). En su grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, él expresó el dolor que realmente sintió como ser humano, esto es, el dolor del abandono, el dolor de los ultrajes, el dolor de los pecados de la humanidad, etc. Y en el momento en que todo parecía haber sido en vano, tenemos la gran profesión de fe: “verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios”.

Jesús fue abandonado por sus amigos, pero no estaba solo en la cruz, y nunca estuvo solo en su misión. De sus propias palabras tenemos este entusiasta testimonio: “Aquel que me envió está conmigo, no me dejó solo, yo hago todo aquello que le agrada”. (Jn 8,29). Por eso “el grito” que Mateo pone en la boca de Jesús debe ser reflexionado siempre en conexión con su confianza filial expresa en la versión de Lucas, pues así sucedió durante toda su vida: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu” (Lc 23,46). De lo contrario negaríamos no solamente su obra en intima comunión con el Padre y la fidelidad de este mismo Padre.

El misterio de la pasión y muerte de Jesús no tiene como primer referencia el dolor y sufrimiento que él pasó, sino su gran amor hasta las últimas consecuencias. La muerte no fue una imposición, sino una aceptación voluntaria, esto es, libre. Jesús estaba consciente de lo que estaba haciendo las cosas bien y por eso su pasión es el comienzo de la suya victoria sobre la muerte, reavivando todas las esperanzas de los pobres y de toda la humanidad pecadora.


El sufrimiento del Hijo de Dios nos invita a reflexionar sobre la dura realidad del sufrimiento humano. Así como Dios respondió con la resurrección delante de la muerte del Hijo, podemos concluir que Dios no quiere el sufrimiento y mucho menos la muerte de las personas. Él no abandona a quien sufre y no se calla delante de su sufrimiento. Cristo hizo suyos los dolores de todas las personas de todos los tiempos. Él continúa sufriendo en nosotros cuando experimentamos dolores y probaciones en nuestro caminar. Su ejemplo nos motiva a ser presencia eficaz en la vida de los que sufren más que nosotros. Las cruces de la solidaridad y de la compasión que estamos llamados a cargar cada día, como Jesús lo hizo, vuelve nuestro sacrificio en un gesto de amor también como participación en su pasión por la salvación de toda la humanidad. 

Fr Ndega
Tradución: Nómade de Dios

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