domingo, 12 de março de 2017

NUESTRO CAMINO DE LA FE ES UNA INVITACIÓN A UNA TRANSFIGURACIÓN CONSTANTE


Reflexión sobre Génesis 12, 1-4ª; Mateo 17, 1-9

El camino de aquellos que creen en Dios está lleno de sentido, porque caminan en la esperanza de la vida eterna. El ser humano es un “buscador de Dios” desde su nacimiento. Después de cada paso, estamos invitados a dar el siguiente, pues, existe dentro de nosotros una fuerza que nos empuja para adelante, diciéndonos que el “horizonte todavía no llegó”, pero es necesario continuar caminando. A lo largo del camino hay muchas cosas que debemos dejar, ya que cada nueva etapa de nuestra vida nos lleva a adquirir (nuevas) cosas.

Para alcanzar la finalidad plena de nuestras vidas, no necesitamos prisa, sino una decisión que, acompañada por la fe, encuentre la dirección correcta, pues, aquel que nos invita a iniciar la gran “aventura de vivir”, en verdad nos está atrayendo a sí mismo, de acuerdo con el teólogo Agustín, que dice: “oh Dios, vos nos hiciste para ti, y nuestro corazón vive inquieto hasta descansar en ti”. Fijando nuestra mirada en Jesús, que se transfigura, es fácil entender el verdadero sentido de nuestra vida y también del universo entero. Es en esta perspectiva que estamos invitados a reflexionar sobre la invitación que Dios hace a Abraham para que vaya a una “tierra desconocida” y la invitación de Jesús a sus discípulos de andar junto a él “en la cima de la montaña”.

Abraham es conocido como “nuestro padre en la fe”, porque él fue la primera persona que creyó contra toda expectativa humana. Él fue invitado a iniciar un viaje. Él no sabía dónde debía llegar, pero eligió creer en Dios y aceptar su promesa como garantía para “cargar” en el viaje. Todas las cosas dichas por Dios se volvieron realidad, porque es fiel Aquel que promete. Abraham no estaba caminando solamente en busca de la realización de un proyecto personal de vida, sino – principalmente - para hacer la voluntad de aquel que lo llamó. Esta realidad nos hace recordar el estribillo de un canto muy conocido en Brasil, que dice así: “feliz es quien parte, quien anda, y quien va, con la seguridad delante y la historia en las manos. Feliz es quien cree en las promesas del Padre y consagra su vida en favor de los hermanos”. Puede ser nuestro camino no es tan diferente que el de Abraham, tal vez lo que nos está faltando es aquella fe que él tuvo.

El evento de la transfiguración de Jesús se dio seis días después de haber revelado que debía sufrir, morir y resucitar. Al mismo tiempo, él invitó a sus discípulos a unirse a él en esta causa a través del “negarse a sí mismo, cargar con la propia cruz y seguirlo”. Verdaderamente, esto fue contra todas sus expectativas sobre el hombre que ellos habían conocido como el Cristo de Dios. Aunque Jesús había hablado también el tema de la “resurrección”, sus corazones ya estaban invadidos por la terrible noticia de su muerte y no podían entender muy bien.

Entonces, Jesús decidió invitar a algunos para acompañarlo a la cima del Monte Tabor. Este caminar “transfiguró” la visión de ellos. Allá en la montaña, Jesús fue transfigurado delante de ellos, él mostró un poco de su gloria y la realidad futura de aquellos que lo siguen fielmente. Jesús los invita a hacer la experiencia de lo “alto” para que pasen a ver a partir de lo “alto” y poder asimilar el sentido de su entrega y la realidad que son llamados a asumir en identificación con el Maestro. En realidad, “Jesús no necesitó cambiar en nada, lo que él cambió fue la visión de ellos sobre Jesús”.

La presencia de Moisés y Elías nos recuerda la referencia de la revelación del Antiguo Testamento. Ambos hablan con Jesús, mostrando que no hay ruptura entre la enseñanza de ellos y la de Jesús, sino conexión y continuidad. Aunque la enseñanza de Jesús sea continuidad, la voz que viene de la nube da testimonio de que él es quien tiene autoridad de enseñar e interpretar correctamente lo que ha sido dicho por los “ancestrales”. Así, el padre testificó sobre su Hijo, presentándolo como referencia en nuestra vida, esto es “este es mi hijo amado, escúchenlo”. Todos están invitados a escucharlo. Escuchar es un verbo muy significativo en la experiencia bíblica. Esta es la actitud correcta del judío fiel delante de la Palabra de Dios, asumiendo el compromiso de practicar lo que escuchó, entonces, escuchar tiene toda relación con el vivir.


“Ellos desean permanecer en la montaña, pero una voz del cielo los invitó a escucharlo y obedecerle”. Muchas veces Dios nos invita a hacer experiencia de su presencia como sucedió con Abraham, o como aquellos en la montaña, por ejemplo, participar en las celebraciones, en momentos de oración, retiros, etc. Experiencias como estas fortalecen nuestra fe y nuestro celo por la Obra de Dios. Naturalmente nosotros no queremos que esas experiencias lleguen al final, por lo tanto, nuestro camino de fe no está hecho solamente de “escalar montaña” (experiencia espiritual personal) sino también de “bajar de la montaña” (experiencia fraterna). Todos los días estamos invitados a hacer “experiencia de transfiguración”, a través de la escucha y de la práctica de la Palabra de Jesús. Esa experiencia nos ayuda a descubrir los rostros desfigurados de muchos hermanos/as a nuestro alrededor y tener para con ellos los mismos sentimientos y actitudes de Cristo. “Escuchar su Palabra nos da fuerza para seguirlo hasta el fin”. Entonces, tenemos aquí la forma acertada de ser y vivir como “hijos/as amados/as” de Dios.

Fr Ndega
Tradución: Nómade  de Dios

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