domingo, 26 de março de 2017

EL DIOS DE JESUCRISTO Y NUESTRAS “IMÁGENES” DE DIOS


Reflexión sobre 1Sam 16, 1b, 6-7, 10-13ª; Ef 5,8-14; Jn 9,1-41

El Dios que Jesús reveló es el Dios misericordia, el Dios que se ocupa de la vida humana, el Dios amor, el Dios que es Padre. Pero muchas veces escuchamos decir que “Dios castiga”, o “Dios exige” que se haga así… y no de otra manera; o aún, lo que fulano mató en “nombre de Dios”, o delante de una desgracia, alguien dice que “Dios lo quiso así”, etc. ¿Será que estamos hablando del mismo Dios revelado por Jesucristo? Pienso que es hora de conocer mejor a Dios. Como ya “conocemos” muchas cosas sobre Dios a la luz de la razón, tal vez nos esté faltando “conocerlo” a la luz de la fe. Estoy hablando del conocer bíblico, esto es, relación personal e íntima. Algunas especies de “demonios” – imágenes de Dios – sólo son expulsadas con mucha oración.

La primera lectura habla sobre la elección y unción del rey David. Los criterios usados para esta elección contradicen todas las expectativas humanas. Mientras miramos mucho para el aspecto físico, y consideramos más la fuerza y la capacidad de discurso, todo lo que nos impresiona – y, dígase de paso, son apenas aspectos externos – a los ojos del Señor, cuenta más aquel que es insignificante, o menor, el simple, el humilde. Dios ve más allá porque puede ver lo que pasa por dentro del corazón de las personas. Por lo tanto, sólo puede ver bien quien ve con la mirada de Dios, y después, es sólo actuar según el corazón. Sabemos que el corazón es el centro de nuestras decisiones. Por lo tanto, es allí dentro que decidimos vivir como hijos de la luz o hijos de las tinieblas.

Pero antes de cualquier decisión, San Pablo nos invita a considerar que ya fuimos iluminados por Cristo para ser y vivir como hijos e hijas de la luz. Por parte de Dios, la condición de ser hijos de la luz ya está garantizada, pero la continuidad de este proceso es una respuesta cotidiana. Siempre me causó una fuerte impresión la frase de un santo que dice: “¿qué somos? Somos hijos de Dios; ¿y qué nos volvemos? Esta es nuestra respuesta a él”. Y claro que en esta respuesta no pueden faltar los frutos de la bondad, la justicia y la verdad. Es bueno saber que Dios tiene un plan de amor para nuestra vida y que nos dio todas las condiciones para corresponder a este plan. Nos dice a través del profeta Jeremías, “Él es para mí un hijo tan querido, un niño de tal manera preferido que cada vez que menciono su nombre pienso en él con amor. Por eso mi corazón se conmueve por él y siento por él una profunda ternura”. (Jr 31,20).

En Jesús, Dios tiene una manera especial de mirar. Jesús ve un ciego de nacimiento y su mirada es de ternura y compasión. Ahí donde todos veían un condenado, un castigado por Dios, Jesús ve un hijo amado de Dios, que tiene un deseo profundo de participar integralmente de la comunidad viendo y reconociendo a los demás como verdaderos hermanos y hermanas. La pregunta de los discípulos revela la mentalidad de la época que consideraba la ceguera y otras enfermedades como una condenación divina. Jesús no responde sobre quien causó la ceguera, él prefiere revelar la verdadera imagen de Dios a través de una forma especial de cuidar a las personas. Curando al ciego de nacimiento, Jesús revela también su identidad de mesías, pues según una profecía del profeta Isaías, solamente el mesías esperado es capaz de realizar tal actividad (Is 29,18). De ahí se entiende la razón del interrogatorio que hacen los fariseos y la resistencia de ellos para aceptar esa acción que viene de Jesús.

Jesús se revela como luz del mundo y asegura que aquellos que lo siguen no caminan en tinieblas sino que tendrán la luz de la vida. Seguir a Jesús es caminar en la luz. Y este seguimiento se da en una progresiva iluminación, así como sucedió con la cura del ciego. La saliva de Jesús mezclada con la tierra produce un efecto iluminador, restaurador. Es la nueva creación sucediendo para aquel ciego así como fue en el comienzo, cuando Dios creó al ser humano del barro de la tierra y de su aliento vino la vida. La saliva de Jesús es símbolo de la su Palabra que ilumina y hace caminar. Pero reconocer esta función de su palabra todavía no es suficiente para ser su discípulo. Es necesario reconocerlo como alguien que es más que una persona y más que un profeta. Él es el Cristo de Dios y él mismo quiere revelar eso en el encuentro personal con cada uno de nosotros para que podamos reconocerlo y testimoniarlo. Es en el constante cultivo espiritual que se da la identificación del discípulo con el Maestro.


De todo este proceso sacamos tres conclusiones importantes para nuestro caminar. Primero es sobre la visión que tenemos de Dios, necesitamos corregir nuestras imágenes de Dios. Es una equivocación pensar que podemos controlar a Dios con nuestras medidas mezquinas. No podemos poner límites a su generosidad y misericordia. Necesitamos dejar a Dios ser Dios, permitir que él se revele a nosotros con toda la fuerza de su amor. Segundo, es sobre la visión que tenemos de los otros. Necesitamos aprender a mirar con los “anteojos de Dios”, pues tenemos una visión deficiente, cuando miramos a las personas fácilmente las juzgamos y hasta las condenamos. La mirada de Dios no juzga, no condena, sino que motiva a caminar, porque está lleno de ternura y compasión. Tercero, el deseo de Dios es plasmar en nosotros la imagen y el corazón de su Hijo. Ese es un proceso largo, que va sucediendo diariamente a través de la escucha de su Palabra que “nos llama a la conversión, conmueve nuestro corazón y nos mueve a la acción”. Así progresivamente nos vamos curando de nuestra visión deficiente en relación a él, en relación a nosotros mismos y en relación a los demás. 

Fr Ndega
Tradución: Nómade de Dios

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