segunda-feira, 18 de abril de 2016

MATRIMONIO Y FAMILIA


La fecundidad del matrimonio a la luz de la Biblia y del Magisterio de la Iglesia.

Me gustaría iniciar a partir de la Gaudium Spes, 48, uno de los documentos del Concilio Vaticano II, que reflexionando sobre la misión del matrimonio humano, por el sacramento del matrimonio, nos hace intentar la finalidad unitiva y procreativa. Así dice el texto: “Por su propia naturaleza la institución matrimonial y el amor conyugal están ordenados para la procreación y educación de la prole, su corona… El hombre y la mujer por la alianza conyugal ya no son dos, sino una sola carne, se prestan servicio y ayuda uno a otro por la íntima unión de sus personas y de sus hijos, exigen una total fidelidad y requiere la indisolubilidad de su unión”.

El consentimiento matrimonial, como nos dice el Código de Derecho Canónico, es el acto de voluntad en que un hombre y una mujer, por alianza irrevocable, se entregan y se reciben para constituir el matrimonio. A partir de ahí, nace esta institución confirmada por la ley divina, como complementa el propio Catecismo de la Iglesia Católica: “El consentimiento por el cual los esposos se entregan y se reciben mutuamente es sellado por el mismo Dios… La alianza de los esposo está integrada en la alianza de Dios con los seres humanos: el autentico amor conyugal es asumido en el amor divino”.

En verdad, por manifestar el amor divino, lo que hacen, en la donación mutua, es sagrado, pues es orden del Creador. Está en los planes de Dios. Es lo que podemos contemplar en Gn 1, 1-2, 3. El presente texto dice que después de haber criado la naturaleza y los animales de toda especie, Dios creó el hombre y la mujer, a su imagen y semejanza; los bendijo y les dio una orden diciendo: “creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla…” (27-28). Descubrimos que Dios pensó con cariño esta realidad, confiando una noble y doble misión a los dos. Y esta vida de a dos, sólo se realiza cuando hay comunión interpersonal y comunión real de vida. Por lo tanto los esposos deben respetarse uno al otro en igualdad y dignidad de persona humana, encarándose frente a frente como auxiliares mutuos, jamás transformando una de las partes como esclavo o su inferior. Una vez que fueron creados uno para el otro, el amor que los une y los complementa será uno, indisoluble y total hasta la muerte. Los diversos bienes y fines, que brotan de este compromiso son de máxima importancia, sea para el género humano, sea para el beneficio personal, sea para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la familia humana. Y sobre la íntima unión entre el hombre y la mujer, por la alianza conyugal, a través de la cual ya no son dos, sino una sola carne, comenta el Padre Olavo Moesh: “hay una misteriosa atracción mutua entre hombre y mujer para unirse y formar una comunidad real de vida”.

Concluimos por lo tanto, que la finalidad del matrimonio es la unión intima de los esposos, teniendo en vista los hijos, su resultado, fruto y realización. Es por eso que se dice: “dejará el hombre su padre y su madre y se unirá a su esposa y los dos serán una sola carne”. Una sola carne no se refiere a penas a la relación sexual genital, sino una unión más amplia de cuerpo, sentimiento, espíritu… Deben formar de hecho una comunidad real de vida y de amor. De ahí la importancia de que el acto conyugal suceda de manera humana, siguiendo lo que es deseo del Creador, al constituir uno para el otro en vista de la plena comunión de vida. El matrimonio en el plan de Dios debe ser uno, indisoluble y total.

El amor conyugal implica una totalidad, en la cual entran todos los componentes de la persona; se dirige a una unidad profundamente personal, aquella que, más allá de la unión en una sola carne, no conduce sino a un solo corazón y una sola alma; el exige la indisolubilidad y la fidelidad de la donación recíproca definitiva y se abre a la fecundidad (cf. Catecismo 1643). El amor de los esposos exige, por su propia naturaleza, la unidad y la indisolubilidad de su comunidad de personas que engloba toda su vida, de manera que ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19,6). Ellos son llamados a crecer continuamente en esta comunión a través de la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial del reciproco don total. Esta comunión humana es confirmada, purificada y rematada por la comunión en Jesucristo, concedida por el sacramento del matrimonio. La Carta encíclica HUMANAE VITAE, al hablar de este asunto, afirma que es necesario que el amor sea total, plenamente humano y libre. Cuando se es abierto a los hijos es abierto a la vida. Y en cuanto la vida no es posible (debido a casos de esterilidad) no por eso la vida conyugal pierde su valor. El dinamismo del amor conyugal es lo que vuelve a los cónyuges fecundos.

Cuando se hace referencia a la procreación y educación de la prole, como coronación de la institución matrimonial y del amor conyugal, se percibe que hay una prolongación del ser humano, como padre y madre, más allá de la historia. Hay un sentimiento de eternidad. Procreando el ser humano participa del poder de Dios. Como en Dios, la creación es un desbordamiento de sí mismo, la procreación es desbordamiento de riqueza interior del hombre y de la mujer. Quiere decir que no basta la unión conyugal, es necesario formar la familia.

En el orden de la redención y de la Gracia, Cristo bendijo copiosamente este amor a la imagen de su relación con la Iglesia. Y así como Dios viene al encuentro de su pueblo, en una alianza de amor y fidelidad, Cristo, Salvador de los seres humanos y esposo de la Iglesia, viene al encuentro de los esposos con el sacramento del matrimonio. Y no sólo viene al encontró sino que permanece con ellos. En este sentido, la FAMILIARIS CONSORTIO, 56 dice que “el don de Jesucristo no se agota en la celebración del matrimonio, sino que acompaña a los cónyuges a lo largo de toda su existencia”, manifestando su fidelidad y así como él amó a la Iglesia y se entregó por ella, motiva a los esposos a entregarse unos a otros y amarse con perpetua fidelidad. Este es un sacramento especial, pues consagra a los esposos, ayudándolos y fortaleciéndolos en su sublime misión de padre y madre, para que avancen siempre más en la propia perfección y mutua santificación.

Fr Ndega

Traducion: Nomade de Dios

Nenhum comentário: