Necesitamos
partir del principio de que el pueblo negro ha contribuido mucho en relación a
la sociedad, para que se vuelva más humana y fraterna; y, en relación a la
evangelización de la Iglesia, para que se vuelva más dinámica y comprometida.
En este sentido, decimos con el documento de Aparecida que los
afrodescendientes se caracterizan, entre otros elementos, “por la expresividad
corporal, el enraizamiento familiar y el sentido de Dios” (cf. DAp., 56).
Una
de las cosas que me hacen feliz es poder pertenecer a un pueblo que siempre
vivió en plena libertad en tierras de la Madre África y que aún siendo deportado,
nunca perdió de vista el sueño de hacer de cada lugar un pedazo de Africa
libre. Este pueblo, por ser tan rico en valores e incansable en su lucha, suporta
con mucho estilo y mucho axé, cada
dia de nuevo, el peso del racismo y sus diversas manifestaciones. Reconozco las
maravillas que el Dios Libertador realizó a través de nuestros ancestrales y
continúa realizando en medio nuestro, mostrándose solícito a lo que pasa con
nosotros. Esto nos estimula a caminar y a decir sin miedo de ser feliz: “soy negro/a
y qué”. Tendremos una nueva civilización cuando cada negro o negra asuma su
identidad y ayude a los no-negros a darse cuenta que la vida es bella y se
vuelve aún más bella cuando recibimos lo diferente y nos enriquecemos
mutuamente.
A
veces duele mucho, descubrir que muchos hermanos y hermanas todavía no
consiguen asumir la propia identidad, indiferente a toda lucha de nuestros
antepasados y a la vivencia de la negritud. Esta situación es generadora de
conflictos entre los mismos líderes y compromete la confianza en los reales
fines de la lucha. Aún así, quiero ser profeta de la esperanza, y seguir
cantando a la vida, pues, quien tiene a Dios, no se cansa.
El
camino de los grupos y comunidades negras me ha ayudado a entender la dinámica
de la experiencia de Dios que realizan y la respuesta de este Dios a lo largo
de la historia. Esto me lleva a profundizar el proceso de inculturación del
Evangelio en la cultura y religiosidad afro brasileña. Mi investigación quiere
atender también a una solicitud de la Conferencia de Aparecida, en lo que se
refiere a “esfuerzos para inculturar la liturgia en los pueblos indígenas y
afro-americanos” (DAp., n. 99). Se sabe, por experiencia, que este es un camino
tenso, a veces conflictivo, con todo, rico y necesario. La inculturación es
vista, por Aparecida, como una riqueza, por la presencia de nuevas expresiones
y valores, manifestando y celebrando cada vez mejor el misterio de Cristo,
pudiendo unir fe y vida y así contribuir para una catolicidad más plena (DAp. ,
n. 479) y más consciente.
El entusiasmo
de los afrodescendientes dentro de la Iglesia y asumido por ella, se vuelve una
acción pastoral efectiva en vista de la vida y dignidad de esta parte de la
población, trayendo al seno de nuestras comunidades eclesiales reflexiones
sobre el racismo y la necesidad de un postura más acorde con el evangelio,
ayudando a sus miembros a posicionarse en un continuo proceso de “descolonizar
las mentes, el conocimiento, a recuperar la memoria histórica, fortalecer los
espacios y las relaciones inter culturales”. Todas estas “son condiciones para
la afirmación de la plena ciudadanía de esos pueblos” (DAp., n. 96). Estos
negros y negras, agentes de pastoral, cultivan una fe comprometida con la
transformación de la realidad, solidaria con las anhelos de los oprimidos de
todos los tiempos.
“La
Iglesias, con su predicación, vida sacramental y pastoral, tendrá que ayudar
para que las heridas culturales injustamente sufridas en la historia de los
afro-americanos, no absorban ni paralicen, a partir de su interior, el
dinamismo de su personalidad humana, de su identidad étnica, de su memoria
cultural, de su desarrollo social en los nuevos escenarios que se presentan”
(n. 533). Esa ayuda puede venir de la búsqueda de un mayor conocimiento y respeto
en relación a los valores y tradiciones de los afrodescendientes, recibiendo el
proceso de inculturación, principalmente de la liturgia, no con desconfianza,
sino como parte fundamental del proceso evangelizador. Esta posibilidad ya
había sido tenida en cuenta por el Concilio Vaticano II cuando afirma que
“salvando la unidad substancial del rito romanos se dé lugar a legítimas
variaciones y adaptaciones para los diferentes grupos, regiones y pueblos (SC,
37-40). Con esta postura, la Iglesia se da cuenta de que no puede haber
verdadera y sólida evangelización si se distancia de las culturas de los
hombres y mujeres locales. En este sentido es que, como Pueblo Negro, buscamos
celebrar con un nuevo rostro, rescatando en el Misterio Pascual de Cristo,
valores que siempre estuvieron en la base de nuestra experiencia existencial.
Fr
Ndega
Traducion:
Nomade de Dios
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