domingo, 7 de novembro de 2021

LA GENEROSIDAD DEL CORAZÓN.

 

Reflexión a partir de 1 Reyez 17, 10-16; Heb. 9, 24-28; Mc 12, 38 – 44



 

El centro de nuestra reflexión es la palabra generosidad, como actitud fundamental de la persona que cree. Dios no se deja ganar en generosidad. Quien es generoso con él recibe mucho más. Esta experiencia está muy presente en lo cotidiano de nuestra vida y es evidente en la vida de las dos viudas presentadas por la liturgia de hoy.

En el primer texto (1 Reyes 17, 10 – 16), Elías es enviado a una viuda de Sarepta. Ese encuentro cambia completamente la perspectiva de vida de aquella señora y de su hijo, que viven una situación dramática, o sea: “comeremos y después moriremos”. La respuesta generosa al pedido del profeta expresa una actitud de abandono confiante a la acción providente de Dios, para quien nada es imposible. Estamos llamados a tener esta misma actitud para que la acción de gracias de Dios sea eficaz en nuestra vida.

El pasaje de la Carta a los Hebreos enfatiza en que Cristo anuló el pecado por la entrega total en la cruz. Este es el misterio que nos salvó y que revivimos en cada Eucaristía que celebramos. Por medio de ella experimentamos la generosidad abundante de Dios que nos amó tanto que dio a su hijo por nuestra salvación. Por lo tanto, no es apenas la memoria de un acontecimiento histórico, sino la oportunidad de participar de la propia vida de Cristo, que nos invita a continuar su obra a través de la donación de nuestra vida como él mismo lo hizo.

En la primer parte del Evangelio, Jesús llama la atención de los discípulos por las actitudes de los escribas como un comportamiento para evitar en su seguimiento. A ellos les gusta ser elogiados por el pueblo. Ellos rezan durante mucho tiempo, pero sin la correcta intención. Ellos se sienten superiores a los otros y explotan a las viudas. Delante de eso Jesús expresa preocupación, pues esa forma de vida se opone completamente a lo que él propone a sus seguidores.

Las personas entienden que existe una gran diferencia y hasta oposición entre las enseñanzas de Jesús y de los escribas. Jesús enseña a las personas con la autoridad recibida del Padre. Mientras que la autoridad de los escribas fue una convención pos exilio babilónico, en la que después que los israelitas volvieron de esa experiencia dramática, los escribas asumieron una tarea muy importante en la administración de la vida social y religiosa. “Durante el exilio, fueron los que escribieron los primeros cinco libros de la Biblia, la Torá. Sólo ellos podías juzgar y condenar de acuerdo a la Ley” (cf. F. Armellini). Ellos exhortan a las personas a guardar la Ley como el fundamento de sus vidas. Pero, aunque enseñaban a las personas a vivir la Ley, su modo de vida estaba lejos de aquello que enseñaban.

Todos estamos de acuerdo que el abuso de autoridad, la vanagloria y la hipocresía son tentaciones constantes en la vida de quien tiene la responsabilidad de liderar. Pero no sólo a ellos les afectan esos males. Son vicios que acompañan nuestra frágil condición humana en la cual nadie está exento. Frecuentemente, estamos tentados a hacer cosas para ser apreciados, sintiéndonos superiores a los demás, deseando ser servidos en lugar de servir. Para combatir esta tendencia debemos siempre fijar nuestra mirada en Jesús, que tenía una lógica diferente y una forma infalible de superar todas las tentaciones, o sea, la lógica y el camino del amor y de la entrega sin reservas. Sólo así podemos agradar a Dios.

Este es el camino elegido por la viuda mencionada en la segunda parte del Evangelio. “Ella no conocía a Jesús, no era bautizada”, pero manifestó la forma acertada de ser discípula de Jesús. Fue al templo a hacer una ofrenda. Justo en ese momento Jesús estaba sentado cerca del tesoro del templo con sus discípulos. Mientras las personas ponían el dinero en el cofre llamando la atención de todos por la cantidad, llegó esta madre viuda y colocó sólo dos monedas. Este gesto simple y casi oculto, lleno de generosidad, atrajo la atención de Jesús que inmediatamente lo presentó a sus discípulos como un modelo a seguir.

Jesús puede ver lo que los otros no ven, porque está atento a los detalles, a lo que es oculto, a saber: “el ser humano ve las apariencias, pero Dios mira el corazón”. Así, mirando para el corazón, Jesús concluye que en su ofrenda la viuda dio todo lo que tenía para vivir, o sea, ella entró con la propia vida, dio todo de sí. Esta es la ofrenda que agrada a Dios, que no mira la cantidad de cosas que alguien puede ofrecer o hacer en su nombre, sino la generosidad de corazón. Encontramos el verdadero sentido de la vida cuando somos capaces de imitar a Dios que en su generosidad no nos ofrece alguna cosa, sino a sí mismo.

El valor de nuestra ofrenda es medido de acuerdo con la generosidad de nuestro corazón. La grandeza del corazón de una persona no se mide por la generosidad del presente que ofrece, sino por la belleza de su gesto. En verdad, son los pequeños gestos que hacen la diferencia. El gran bien que podemos hacer a los otros es ser para ellos lo que estamos llamados a ser: fraternos y sinceros. Donde no existe eso, reina la hipocresía que nos impide cultivar las relaciones verdaderas con los otros. Combatamos esa mala actitud aprendiendo con las personas humildes que construyen la fraternidad en nuestro entorno sin llamar mucho la atención y que son la expresión de la bondad y generosidad de Dios.


Fr Ndega

Traduciòn: Nomade de Dios

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