domingo, 5 de fevereiro de 2017

SER SAL Y LUZ PARA LA GLORIA DE DIOS


Reflexión a partir de Is. 58, 7-10; 1Cor 2,1-5; Mt 5, 13-16

De acuerdo con esta reflexión, Dios nos llamó y eligió para que seamos instrumentos de su salvación. Si nuestro servicio lo hacemos para su gloria, brilla en la oscuridad y da sentido al mundo.
De acuerdo con el primer texto, después de dejar el cautiverio babilónico, el pueblo de Israel fue invitado a planear sus vidas de acuerdo con su identidad de ser “luz de las naciones para la gloria de Dios”. Todo lo que ellos son llamados a hacer para el honor y la gloria de Dios debe ser acompañado con acciones concretas de fraternidad. Así, ayunar y rezar sin compromiso fraterno y solidario se vuelven actividades inútiles.
En el segundo texto, San Pablo humildemente reconoce su debilidad delante de la grandeza de la obre de evangelización. Él actúa de manera muy prudente para que el misterio de Cristo crucificado sea manifestado fielmente. El éxito de su trabajo, Pablo lo atribuye a la luz del Espíritu Santo y no a la vana interpretación según la inteligencia y sabiduría humanas. Estas palabras de Mateo y Pablo tienen una fuerte conexión con el pensamiento de San Juan Calabria, que dice, “La obra es de Dios. Es Él quien hace todo. Nosotros somos apenas pobres instrumentos”.
En el Evangelio, continuamos reflexionando sobre el sermón de Jesús en el monte. En la reflexión anterior, él sugirió la manera correcta de vivir para encontrar la verdadera felicidad. Este método revela su propia manera de ser y también la proximidad de Dios. Las vidas de sus discípulos son preciosas para él. Éstas son profecía de un nuevo tiempo y, por lo tanto, son como la sal y la luz.  En nuestra experiencia allá en casa, ¿para qué sirve la sal? Es muy útil para que el alimento pueda tener un buen gusto. Si ponemos mucha sal no sale bien, y si la cantidad es demasiado pequeña, no sentimos el sabor de la comida. La luz ha sido hecha para iluminar y alcanza su finalidad cuando ofrece energía y vida para todos. Así sucedió desde el inicio, esto es, cuando Dios dice “Que se haga la luz”. La luz se hizo, y la vida surgió. Así, sin sal la comida no puede ser sabrosa y sin luz hay oscuridad, y la oscuridad es una señal de muerte.
Estos dos ejemplos de la sal y de la luz nos ayudan a comprender el significado del discipulado de Jesús. Sus discípulos no existen para sí mismos, sino para toda la comunidad. Su misión es promover el bien en la sociedad y ayudar a preservar lo que la comunidad tiene de bueno. Nuestro bautismo nos lleva a dar buen testimonio a través de nuestras acciones donde vivimos y trabajamos. Así nos ha sido dicho: “Querido niño, fuiste iluminado/a por Cristo, Luz del mundo. Camina como hijo de la luz”.
La presencia de Cristo en el mundo será sentida a penas cuando nosotros, sus seguidores, hagamos la diferencia en la realidad en que vivimos. La alegría de nuestro encuentro con el Señor no puede ser escondida. Debe ser compartida y proclamada. La decisión de esconder la luz parece ser una actitud de humildad, pero puede ser también vergüenza o falta de coraje y entusiasmo. Así la luz no puede cumplir su finalidad. Cuando nuestras acciones son realizadas en Dios no tenemos ninguna razón para esconderlas. Aun cuando tenemos dificultades de considerar el valor de nuestra presencia en la sociedad y en nuestras comunidades, esta idea no anula nuestra identidad de ser sal para dar sentido y ser luz para generar vida.

En la Biblia, Dios es la fuente de la luz y por participar en esta luz, sus criaturas sobreviven y se vuelven una luz para el mundo. A causa de su relación con el Padre, Jesús es la luz de Dios en el mundo, que nos atrae hacia él. Nuestra relación con Jesús nos vuelve hijos de la luz. La luz brilla porque siempre está unida a su tronco. De esta relación es que le viene su fuerza. Sobre eso, Jesús dice a sus discípulos: “sin mi nada pueden hacer”. Él no dice: “no podéis hacer mitad o parte de tu trabajo”, sino que dice “nada podéis hacer”.  Permanecer conectados a él es la condición para que podamos cumplir el propósito de nuestra vida. Estamos invitados a buscar estar más cercanos a Dios que es la fuente de toda luz y vida. “podemos iluminar a los demás si esta luz ya está en nuestros corazones”. Los cambios que proponemos a los otros, debemos experimentarlos primero. Para iluminar, necesitamos primero ser iluminados. Todos los días tenemos la oportunidad de leer y rezar la Palabra de Dios. Si la ponemos en práctica seriamente, recibiremos la sal que necesitamos para dar sabor y la luz para nuestra vida diaria, para gloria de Dios.

Fr Ndega
Tradución: Nómade de Dios 

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