domingo, 22 de janeiro de 2017

TODOS/AS SE ALEGRAN EN LA CLARIDAD DE TU LUZ


Reflexión a partir de Is 8, 23-9,3; 1Cor 1, 10-13.17; Mt 4, 12-23

El profeta Isaías habla de un futuro glorioso y pleno de alegría en el camino del pueblo de Dios. Todo eso se vuelve realidad en la persona y en la misión de Jesús. Él comienza suya actividad en Galilea, considerada “de los paganos” a causa del gran número de no judíos que ahí se instalaron. Después de la prisión de Juan, Jesús no tiene miedo de ser apresado también, sino que se instala en Cafarnaúm, entrando en lo cotidiano de las personas e invitándolas a la conversión. Él anuncia el Reino de Dios no como una realidad distante, sino mucho más cercana a la realidad de las personas, porque está presente en él mismo.

Jesús es la luz que estas personas tanto esperaban. Su propuesta de conversión fue una invitación a salir de las tinieblas a la luz. Él podía actuar solo, pero prefirió llamar colaboradores, que respondieran con total disponibilidad. Él no estaba satisfecho solo con los primeros colaboradores, sino que continuó caminando y llamando. El llamado que él hace es radical, así como debe ser también la respuesta de las personas. Aquellos que fueron llamados eran personas simples de Galilea, acostumbradas a los desafíos de la vida. Jesús los ve y su mirada penetra hondo en sus corazones. Es una mirada que ve lejos, que fascina porque invita a pescar diferente, a cambiar de vida. Jesús mira a Simón y ve una Piedra, mira a Juan y ve un místico, mirando para vos, ¿Qué ve El?

En el Evangelio de Juan encontramos un pasaje que dice así: “la luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas no pudieron dominarla” (Jn 1,5). Esta frase ya es un anuncio de la victoria de Cristo y de aquellos que lo siguen para tener la luz de la vida. Llamando para sí colaboradores, Jesús comparte con ellos su luz para que también ellos sean luz. En otras palabras, seguir a Jesús es caminar en la luz y ser luz. El testimonio de quien sigue a Jesús es una luz porque llena de sentido la vida de las personas. La luz ha sido hecha para iluminar y alcanzar su finalidad cuando ofrece energía y vida para todos. Así sucedió desde el principio: cuando Dios dice “hágase la luz”, la luz fue y la vida surgió. La luz de Dios es su sabiduría, su inspiración, su palabra. Quien se deja conducir por esta luz tiene capacidad para ver mejor, con el fin de alcanzar sus objetivos.


Es tan bueno saber, sentir que no estamos más en las tinieblas. Una gran luz brilló para nosotros y fue para la libertad que Cristo nos liberó. Esa fue su parte porque él es fiel. En cuanto a nosotros, debemos abandonar el poder de las tinieblas porque no fuimos abandonados al poder de las tinieblas. Así dice San Pablo: “si eran tinieblas, ahora son luz en el Señor. Compórtense, pues, como hijos de la luz” (Ef. 5, 8). Él nos recuerda que algunas divisiones entre nosotros tapan esa luz, contrariando aquello que Jesús deseó para su Iglesia. Es posible reencontrar el camino, reasumiendo a Cristo como punto de referencia de todo lo que hacemos. Muchas veces la división es causada porque en nuestra misión de pescar nuevos discípulos, no lo hacemos por Cristo, sino por nosotros mismos. Usamos el nombre de Dios para hacer el bien a las personas. ¡Y eso es lo correcto! Aquellos que son ayudados se sienten muy ligados a nosotros. ¡Aquí está el riesgo! Por falta de discernimiento ellos permanecen presos a nosotros y no logramos liberarlos para Cristo. Y cuando no es Cristo la referencia, surge la división. ¡Tengamos cuidado con esta manera de pescar discípulos!

Como seguidores de Jesús nosotros asumimos la responsabilidad de ser luz. Durante nuestro bautismo se nos dice: “fulano/a, fuiste iluminado/a por Cristo luz del mundo. Camina como hijo/a de la luz”. Cada día somos iluminados por la luz de su palabra para que podamos iluminar a los demás a partir de esta luz. De acuerdo con Jesús esta experiencia no puede quedar escondida. Él nos dice a nosotros hoy: “brille vuestra luz delante de las personas para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen al Padre que está en los cielos”. La alegría de nuestro encuentro con el Señor no puede ser escondida. Es necesario que sea compartida, proclamada. La decisión de esconder la luz puede ser humildad, pero también vergüenza o falta de coraje y entusiasmo. Así la luz no puede cumplir su finalidad. Cuando nuestras acciones son realizadas en Dios no tenemos razón de esconderlas. Si tenemos necesidad de esconder algunas de nuestras acciones es porque están carentes de la luz de la verdad. Un día la verdad de nuestras acciones será descubierta y también nuestra verdadera identidad será revelada. Considerando la necesidad de una conversión continua, recibimos la Palabra de Jesús como luz para que podamos iluminar a los demás a partir de esta misma luz que está presente en nosotros.  

Fr Ndega

Traducción: Nómade de Dios

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