Reflexión a partir de 1Rey 19, 9-13 y Mt 14, 22-33
El texto del libro de los Reyes, destacando la figura de Elías, nos
invita a reflexionar sobre la manera particular en la que Dios se revela.
Aunque la perspectiva de Elías sea que Dios se revelase en el viento, en la
tempestad o en el terremoto, en fin, en los fenómenos extraordinarios, Dios,
por el contrario, se revela en la brisa suave.
Elías está huyendo de una situación violenta que él mismo había causado
al proponer el desafío sobre el verdadero Dios que debían seguir, y mandar a
matar a los profetas de Baal. La reina Jesabel lo persigue, queriendo matarlo.
Caminando para el monte Horeb, frustrado y desilusionado, Dios viene a su
encuentro de una forma simple, discreta, diferente de lo que él había hecho
pensar a los demás. Esta situación nos desafía a cultivar momentos de
serenidad, de silencio, de escuchar y dejar que Dios se deje descubrir a su
manera y no como lo entendemos.
Muy diferente es la situación presentada en el Evangelio, donde en
medio de las tempestades y vientos Dios se manifiesta. Descubramos, en un
primer momento, que Jesús invita a pasar para la otra orilla, mientras él
despide a las multitudes. Para ser verdadero discípulo de Jesús, es necesario
cambiar de orilla, dejar las seguridades, las estructuras, ciertas
mentalidades, lanzarse en una aventura, aventura de fe. Cambiar de orilla tiene
mucho que ver con la desinstalación, con la conversión y ahí va a suceder la
ruptura, una de las marcas registradas del seguimiento de Jesús. No se puede
seguir a Jesús y permanecer de la misma forma que antes. Se fuese para dejar
todo de la misma manera, no habría necesidad de Jesús ni de su mensaje.
Encontrarse con Cristo es una experiencia que provoca decisión.
Jesús da un gran testimonio respecto de la vida de oración. Revela ser
fundamental la intimidad con Dios, de una manera profunda y constante. Esta
actitud la encontraremos durante todo el Evangelio: ya estaba con el pueblo, ya
con el Padre. Jesús puede realizar la síntesis más perfecta entre ser todo del
pueblo y todo de Dios.
Sus discípulos enfrentan la noche, amenazados por las ondas y por los
vientos. Ellos están preocupados, con miedo y angustiados. La noche siempre
está ligada a este tipo de sensación. La confusión es de tal tamaño que les
impide reconocer a aquel que viene al encuentro, pues no abandona a quien lo
sigue. La dificultad de reconocer a Jesús también puede estar ligada a la
resistencia de romper ciertas estructuras y seguridades a las cuales todavía
estamos apegados. Jesús siempre viene a nuestro encuentro porque es un Dios
peregrino. Nos pone a prueba para ver
nuestra fe y llevarnos a seguirlo con mayor convicción.
Muchas veces prestamos más atención a aquello que nos causa miedo y
temor que a la certeza de que Jesús está siempre con nosotros. No reconocerlo
quiere decir que no lo amamos verdaderamente, pues “sólo se ama a quien se
conoce”. Donde hay amor no hay miedo, pues el amor saca todo miedo e
inseguridad. El amor nos abre a la fe. Cuando nos falta una verdadera intimidad
con Dios, fácilmente nos asustamos con su forma de intervenir en nuestra vida.
Él será siempre un extraño y jamás descubriremos su verdadera intensión
respecto de nosotros. ¿Él será un fantasma? Jesús enseguida gritó: soy yo, ¡no
tengan miedo!
El miedo hace hundir. La confianza en la ayuda divina sustenta y hace
caminar. En el ejercicio de la misión no puedo contar apenas con mis fuerzas y
buena voluntad. Necesitamos convencernos de que es la gracia de Dios y la plena
confianza en su providencia que nos pueden sostener en el caminar. Que la lección de la barca nos lleve a asumir
con coraje la misión que nos es confiada, dejando que Jesús sea parte de la
barca de nuestra vida para vencer todos los miedos y adversidades. Nuestro
testimonio debe llevar a las personas a creer que Dios no abandona a quien se
confía a Él.
Fr Ndega
Traducion: Nomade di Dios
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