sexta-feira, 9 de maio de 2014

VIVIENDO Y TESTIMONIANDO LA FE EN COMUNIDAD


Dios nos dio el don de ser y vivir en comunidad para nuestro propio bien y realización. Según el libro del Génesis, “ no es bueno que el ser humano esté solo” (Gn 2, 18). Somos individualidad, pero también relación. Cuando cultivamos demasiado la individualidad nace el individualismo – el gran atentado a la vida comunitaria, pues la persona individualista generalmente vive como si la comunidad no existiese, perjudicando la relación entre los miembros. A partir del individualismo, surgen muchos otros males. El pueblo africano cree mucho que la experiencia comunitaria debe ser central en la vida del ser humano  y que fuera de la comunidad la vida pierde su sentido. Esta situación es verdadera en relación a nuestros parientes y también a nivel de la comunidad eclesial, extensión de nuestra comunidad familiar. Es en este sentido que queremos reflexionar sobre la vivencia comunitaria de la fe como testimonio de la Resurrección de Jesús.
Enseguida después de la prisión, pasión y muerte de Jesús la comunidad de los discípulos parecía haberse olvidado de todo lo que experimentó con el Maestro, por ejemplo: acogida, solidaridad, gratitud, búsqueda del Reino de Dios en primer lugar, pasión por Dios y por el ser humano, entusiasmo profético a favor de la vida, estilo de vida simple y desapegado, perdón sin límites y sintonizar la propia voluntad con la voluntad de Dios. Frente a todo eso, los discípulos deciden “cerrar las puertas”, simplemente por miedo. Pero Jesús no los abandona y permanece con ellos, principalmente en los momentos en que el miedo parece sacarles la alegría de vivir.
En nuestra realidad también muchas situaciones nos hacen sentir miedo, por ejemplo: violencia, terrorismo y otras tantas amenazas contra la vida. El miedo nos impide vivir verdaderamente la propia fe y ser verdaderos testigos. Es ahí que nos damos cuenta cuán importante es la comunidad. Con el apoyo mutuo y la acción de Dios que se manifiesta vivo en medio de nosotros podemos con seguridad superar todos nuestros miedos y asumir con alegría y entusiasmo la importante tarea de promover la paz y la reconciliación entre las personas. Pero se no tenemos una presencia de calidad en la comunidad también tendremos dificultades en ser testimonios, pues la persona solamente puede ser testimonio de aquello que experimentó.
Las primeras comunidades creían que viviendo la fe de forma solidaria y comprometida estaban haciendo la diferencia. Y de hecho, ellos y ellas eran identificados por el testimonio auténtico de la fe en comunidad: “vean como ellos se aman”, así era dicho. Es claro que la vivencia de la fe es una decisión personal, pero envuelve una dimensión eclesial, “pues la fe de la Iglesia precede, genera y alimenta nuestra fe”. Sabemos por lo tanto que no estamos solos y que nuestro camino de fe es el resultado de un largo y maduro proceso. Eso nos hace acordarnos de nuestros padres, catequistas, sacerdotes, religiosos, religiosas y tantas otras personas que pasaron por nuestra vida y continúan ayudando a vivir con autenticidad nuestra fe. Que este sea nuestro contante empeño, de acuerdo con el apelo de San Juan Calabria: “Nuestra fe sea práctica, coherente; que no haya contraste entre la fe que profesamos y la conducta que tenemos”.

Fr. Ndega
Traducción, Nómade de Dios.

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