domingo, 30 de janeiro de 2022

SER PROFETA.

 

Reflexión a partir de Jer. 1, 4-5. 17-19; 1Cor 12, 31-13, 13; Lc 4, 21-30

 


La liturgia de este domingo trae como tema central la profecía. El profeta es un mensajero de la palabra de Dios y está llamado a ser fiel aún cuando tiene que enfrentar resistencias en su misión. La vida de una persona se vuelve profecía de la proximidad y de la ternura de Dios cuando coloco en el centro el don recibido antes que las dificultades enfrentadas para vivirlo.

La primera lectura nos habla de la conciencia del profeta Jeremías sobre el origen divino de su vocación y la garantía de la proximidad divina para el éxito de su misión. Para ser fiel a su vocación y misión, el profeta debe hablar no en su nombre, sino en nombre de Dios. Nuestras palabras pueden hacer la diferencia en la vida de alguien cuando dejamos a Dios hablar en nosotros. La segunda lectura nos presenta el famoso himno al amor que nos hace pensar en nuestra única vocación. La forma de vida que elegimos no puede llevarnos a la plena alegría si dejamos de lado el contenido de este himno. El amor da sentido a la vida y sólo las cosas hechas con amor permanecen para siempre.

El pasaje del Evangelio de hoy continúa el mensaje de la semana pasada, en el que Jesús visita la ciudad de Nazaret y elige un momento litúrgico para anunciar su proyecto de vida personal, o sea, el proyecto de amor del Padre. Anuncia que se siente ungido por el Espíritu y llamado a evangelizar a los pobres, liberar a los oprimidos y revelar el verdadero rostro de Dios. Jesús se identifica con un movimiento que ya en el Antiguo Testamento ayudaba a las personas a poner en su vida la voluntad de Dios y el bien de los necesitados en primer lugar.

Quien se siente llamado por Dios a hablar en su nombre tiene la experiencia de identificación: deja de lado sus propios proyectos para encarnar el proyecto de Dios; por ejemplo tenemos a la Virgen María, el mismo Jesús, los apóstoles y todos los santos. Esto tiene que ver no sólo con la vida religiosa, sino también con otras formas de vida. Con relación al matrimonio, no se casa de verdad quien no aprendió a abrazar un proyecto de vida de a dos, un proyecto común, o sea, el proyecto de Dios para la familia. En la matemática del matrimonio se aprende que uno más uno es igual a uno.

Retomando nuestro texto, lo que al principio causa gran admiración por parte de los coterráneos de Jesús se vuelve rechazo y violencia. Quedan escandalizados con un coterráneo que demostró una sabiduría y capacidad extraordinarias. La resistencia contra él se debe al hecho de que Jesús era muy conocido por todos ellos, pues vivió entre ellos en la infancia y la juventud, y no tenía diploma de escriba o permiso para explicar las Escrituras. En esas condiciones, se volvió difícil aceptar que él era un profeta. Podemos decir que el conocimiento que ellos tenían de Dios no fue una ayuda, sino un obstáculo para una verdadera experiencia de su presencia.

Jesús anuncia con autoridad el plan de amor del Padre. Eso es lo que lo vuelve diferente a los otros rabinos. Él anunció lo que buscó vivir: la paternidad de Dios y su amor de predilección por los necesitados, la fraternidad entre las personas, la alegría de donarse por los otros. Todo eso es parte de una pedagogía divina; es su manera de amar. Él es un Dios que sólo quiere dar, no recibir. Si abrimos el espacio para él en nuestra vida, él se revela con todo su amor. Dios no exige que ames, que te dones, sino que te da la capacidad de amar y de donarte.

En nuestro camino vocacional, no podemos pensar que las informaciones recibidas sobre Jesús sean suficientes para nuestra perseverancia en su seguimiento. Estamos invitados a conformarnos constantemente con el estilo de vida de aquel que no llamó y que nos conduce con ternura y paciencia. ¡Cuántas veces pensamos que Dios debe realizar sus acciones salvíficas adaptándose a nuestros criterios! Nos ofende que Él esté preocupado con lo que consideramos asuntos triviales. Nos gustaría un Dios creado a nuestra imagen y semejanza, un Dios espectacular. Pero él se reveló como un Dios humilde, el Dios de la vida cotidiana, que siente gran placer en servirnos: el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir (Mc 10,45). En esta lógica reside la verdadera alegría. Entonces, ¡intentemos imitarlo!

 

Fr Ndega

Traduciòn: Nòmade de Dios

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