sábado, 13 de maio de 2023

JESÚS NOS ENVIARÁ OTRO PARÁCLITO.

 

Reflexión sobre Hechos 8.5-8. 14-17; 1Ped 3. 15-18; Jn 14, 15 – 21




 

A partir de estos textos ya se comienza a hablar sobre la persona y la misión del Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, dado para acompañar la misión de la comunidad de discípulos, para que puedan llegar a la plena comprensión de la revelación que el Maestro hizo y ser fecundos en el testimonio que están llamados a dar, aun en medio de las adversidades.

Según el texto de los Hechos de los Apóstoles, después de la persecución de la Iglesia en Jerusalén, muchos discípulos huyeron para continuar la evangelización en otros lugares. A partir del entusiasmo de Felipe en Samaría, muchos samaritanos recibieron la palabra de Dios con alegría. Los signos que Felipe realiza confirman la verdad de su palabra. Pedro y Juan son enviados desde Jerusalén para ayudar en el trabajo de Felipe, como señal de comunión de toda la Iglesia, que, guiada por el Espíritu Santo y atenta a los signos de los tiempos, realiza un apostolado fecundo para la salvación de las personas.

La evangelización no tiene límites y tiene la intención de remover el muro de separación que divide a las personas, trayéndoles los valores evangélicos. Esa misión está motivada por el Espíritu Santo, dado, no para la experiencia cerrada de un grupo, sino que es uno para todos. A través de él, aquellos que siguen a Jesús están siempre listos para “dar una respuesta a todos aquellos que piden una razón de la esperanza que está en ellos”. Este es un trabajo que debe realizarse con gentileza y respeto para que se haga la voluntad de Dios. Los misioneros son a penas instrumentos. En verdad, es Dios quien trabaja a través de su Espíritu trayendo transformación y gran alegría en la vida de las personas.

En el Evangelio, Jesús continúa su discurso de despedida y habla con sus discípulos de corazón a corazón, expresando sus profundos sentimientos hacia ellos. En este discurso él revela por un lado su comunión íntima con el Padre y, por otro, su propuesta vital a los discípulos para que puedan triunfar en su misión. Diciendo: “si aman, guardarán mis mandamientos”, a ellos les pide un compromiso concreto con sus enseñanzas, su Palabra. La Palabra no se resume en mandamientos, es mucho más. La Palabra “actúa en los que creen” (1 Tes. 2, 13), crea, genera, enciende, abre horizontes, ilumina pasos, siembra vida en los campos, da vida”.

La dificultad de entender el profundo significado del discurso del maestro y la falta de sintonía con sus sentimientos (“Si me amasen, se alegrarán…” Jn 14, 28) entristecen el corazón de los discípulos. Entonces, Jesús, como siempre, viene en auxilio de la debilidad de ellos e infunde coraje al hablar sobre la venida del Espíritu Santo a sus vidas. Este Espíritu actuará como un paráclito, pues tiene la función de quien consuela, defiende, protege, intercede en favor de ellos.

Pero, el texto atribuye al Espíritu la expresión “otro paráclito”, porque Jesús fue el primero. La acción de este Espíritu los llevará a comprender plenamente el significado de todo lo que Jesús hizo y enseñó como expresión de su amor libre y total, para que, a través de la experiencia del amor mutuo puedan tornar visible a los otros la presencia del propio Jesús. Así, el Espíritu hace presente a Jesús en ellos, el amor lo hace visible para los demás.

Vivimos en un mundo en el que el amor fue vaciado de su significado original, es decir, amo si puedo tener una ventaja, o amo hasta cierto punto, o amo a algunos y a otros no. Jesús no habla de un amor diferente, un amor verdadero y la veracidad del amor de una persona es medida por la capacidad de donarse y servir, sin discriminar a las personas. Aquellos que realmente aman sólo quieren el bien de la persona amada. Es a ese amor que Jesús nos llama hoy y es ese amor que nos vuelve verdaderamente libres y creíbles.

Amar a Jesús como él quiere es un don que nos es dado a través de la escucha fiel y constante de su Palabra. A través de la Palabra y de la acción del Espíritu, el Padre plasma en nosotros cotidianamente el corazón de Hijo para amarnos como él. No es un amor que me lleva a hacer a penas lo que me gusta, sino que me vuelve capaz de sacrificarme por los otros. Es un amor que me hace dejar mi egoísmo e ir al encuentro de los otros y sus necesidades. Este es el amor que vuelve fecundo nuestro apostolado, y solamente el Espíritu Santo puede mantener vivo ese amor en nuestros corazones. Por lo tanto, imploramos con confianza: ¡Ven, Espíritu Santo, enséñanos a amar como Jesús quiere!


Fr Ndega

Traduciòn: Nomade de Dios

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