Reflexión a partir de Hch. 6,
1-7; 1Pedro 2, 4-9; Jn 14, 1-12
Cierto autor afirma que la crisis es una oportunidad de
crecimiento. Todos nosotros enfrentamos nuestros momentos de crisis, desde el
nacimiento y todavía tenemos mucho por enfrentar. Imaginemos cuántas personas,
a causa de la dificultad de entender y administrar esos momentos terminan mal.
Para esto necesitamos de un acompañamiento, de una referencia, un proyecto de
vida, alguien o algo en quien apoyarse. Se supera la crisis haciéndose ayudar.
Hablando al nivel de la Iglesia, podemos decir que las crisis siempre la
acompañaron y son una señal de su dinámica vitalidad. Es la certeza de la
presencia y asistencia de aquel que es el camino, la verdad y la vida que la
hace superar todas las adversidades, volviéndola más madura y más consciente de
su verdadera identidad y misión.
La experiencia de los primeros cristianos nos hace entender
que desde el principio el comienzo siempre fue la sinodalidad, la manera
correcta de resolver las dificultades que surgieron en el seno de la comunidad.
personas de buena reputación, llenas del Espíritu Santo, de sabiduría y
disponibles para el servicio fraterno eran elegidas como profecía de una
evangelización más integral a partir de su propia experiencia comunitaria. No
son los criterios humanos los que gerencian nuestra vida como discípulos, sino
la docilidad al Espíritu y la obediencia a la Palabra, que nos hace más
comprometidos en la sociedad y más acogedores en relación a la diversidad.
De acuerdo con Pedro nosotros que creemos en Cristo,
formamos en él un edificio espiritual, una nación Santa, el templo vivo de
Dios. Llamados de las tinieblas a la luz nos volvemos hijos e hijas de Dios y
la finalidad de nuestra existencia no es otra que proclamar con nuestra vida
sus maravillas. De este modo, vivamos la fe en Aquel que es la esperanza que
nunca decepciona, permitiendo que él lleve a la plenitud la obra que él mismo
inició en nuestras vidas.
El contexto del texto del Evangelio es aquel de la última
cena. Jesús hace su discurso de despedida y provoca una gran crisis en la
Comunidad de los discípulos. Ellos vivieron experiencias intensas con el
maestro y estas configuraron la identidad de ellos como discípulos. Ellos quieren
estar con él siempre. No logran salir adelante sin él porque encontraron en él
la razón de su existencia. Sin él todo es incerteza y miedo, recuerdan: sin mí
nada pueden hacer.
En momentos de crisis, cuando todo parece perder el
sentido, Jesús pide para no tener miedo, sino tener fe. El evangelista usa aquí
el mismo verbo usado en el evento de la tempestad. De hecho, a los discípulos
la ausencia del maestro trae una sensación de estar enfrentando un mar
revuelto, una tempestad, contra la cual no se sabe qué hacer. Eso que Jesús les
dirige palabras reconfortantes y los anima exhortándolos a tener fe y confianza
en Dios y en su constante presencia en medio de ellos. Es necesario superar el
miedo, porque el miedo perturba la experiencia de fe e impide ser testimonio.
Jesús quiere que los discípulos estén donde él está. Pero
Jesús no está en un lugar sino en una condición: en la plenitud de la alegría
de la condición divina. Él desea que todos sus discípulos experimenten la misma
alegría que él experimenta, esto es, la alegría de pertenecer al padre. En
verdad, Jesús quiere envolverlos en la misma comunión que él vive con el Padre,
pero la condición para eso es recibir su persona como camino, verdad y vida.
Jesús es el camino que nos conduce al padre; él es la verdad de Dios para la
humanidad y toda la verdad de la humanidad para Dios; él es la vida dada
libremente y abundante para todos.
Jesús no propone un camino para el Padre; su propia persona
es el camino. Él es la imagen visible del Dios invisible. En su persona
acontece la más perfecta síntesis entre lo divino y lo humano. Por eso, él es
el medio más seguro para ver al Padre y experimentar su misericordia. nuestra
fe no está basada en un conjunto de reglas para ser seguidas o doctrinas para
ser memorizadas, sino en una persona,
Jesús. Él es la imagen del Padre. Quien ve a Jesús ve al Padre pues él y el
Padre son una misma cosa. Eso significa que aunque siendo diferentes poseen la
misma realidad divina que no puede ser separada. Él no necesita mostrar al
Padre; Estar con él es estar con el Padre. Cuanto más buscamos conocer a Jesús
tanto más entramos en intimidad con el padre.
Como expresión concreta de la propuesta de Jesús con la
vida cristiana es un camino para el Padre, porque el mismo Jesús es la referencia
de la verdad que buscamos y la plenitud de la vida que deseamos. A veces en
nuestro caminar hay situaciones que causan miedo y que afligen nuestros
corazones impidiéndonos hacer una experiencia profunda de la presencia de Jesús
vivo. Hoy, él nos invita a tener fe y confianza en Dios Padre que nos ama y nos
atrae para sí con lazos de ternura y misericordia. La fe nos vuelve testigos
valientes de este rostro de Dios proclamando la verdad de la vida sin fin que
Jesús mismo da a todos con su resurrección.
Fr Ndega
Traducion: Nomade di Dios
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