Reflexión
sobre 1Sam 16, 1b, 6-7, 10-13ª; Ef 5,8-14; Jn 9,1-41
El
Dios que Jesús reveló es el Dios misericordia, el Dios que se ocupa de la vida
humana, el Dios amor, el Dios que es Padre. Pero muchas veces escuchamos decir
que “Dios castiga”, o “Dios exige” que se haga así… y no de otra manera; o aún,
lo que fulano mató en “nombre de Dios”, o delante de una desgracia, alguien
dice que “Dios lo quiso así”, etc. ¿Será que estamos hablando del mismo Dios
revelado por Jesucristo? Pienso que es hora de conocer mejor a Dios. Como ya
“conocemos” muchas cosas sobre Dios a la luz de la razón, tal vez nos esté
faltando “conocerlo” a la luz de la fe. Estoy hablando del conocer bíblico,
esto es, relación personal e íntima. Algunas especies de “demonios” – imágenes
de Dios – sólo son expulsadas con mucha oración.
La
primera lectura habla sobre la elección y unción del rey David. Los criterios
usados para esta elección contradicen todas las expectativas humanas. Mientras
miramos mucho para el aspecto físico, y consideramos más la fuerza y la
capacidad de discurso, todo lo que nos impresiona – y, dígase de paso, son
apenas aspectos externos – a los ojos del Señor, cuenta más aquel que es
insignificante, o menor, el simple, el humilde. Dios ve más allá porque puede
ver lo que pasa por dentro del corazón de las personas. Por lo tanto, sólo
puede ver bien quien ve con la mirada de Dios, y después, es sólo actuar según
el corazón. Sabemos que el corazón es el centro de nuestras decisiones. Por lo
tanto, es allí dentro que decidimos vivir como hijos de la luz o hijos de las
tinieblas.
Pero
antes de cualquier decisión, San Pablo nos invita a considerar que ya fuimos
iluminados por Cristo para ser y vivir como hijos e hijas de la luz. Por parte
de Dios, la condición de ser hijos de la luz ya está garantizada, pero la
continuidad de este proceso es una respuesta cotidiana. Siempre me causó una
fuerte impresión la frase de un santo que dice: “¿qué somos? Somos hijos de
Dios; ¿y qué nos volvemos? Esta es nuestra respuesta a él”. Y claro que en esta
respuesta no pueden faltar los frutos de la bondad, la justicia y la verdad. Es
bueno saber que Dios tiene un plan de amor para nuestra vida y que nos dio
todas las condiciones para corresponder a este plan. Nos dice a través del
profeta Jeremías, “Él es para mí un hijo tan querido, un niño de tal manera preferido
que cada vez que menciono su nombre pienso en él con amor. Por eso mi corazón
se conmueve por él y siento por él una profunda ternura”. (Jr 31,20).
En
Jesús, Dios tiene una manera especial de mirar. Jesús ve un ciego de nacimiento
y su mirada es de ternura y compasión. Ahí donde todos veían un condenado, un
castigado por Dios, Jesús ve un hijo amado de Dios, que tiene un deseo profundo
de participar integralmente de la comunidad viendo y reconociendo a los demás
como verdaderos hermanos y hermanas. La pregunta de los discípulos revela la
mentalidad de la época que consideraba la ceguera y otras enfermedades como una
condenación divina. Jesús no responde sobre quien causó la ceguera, él prefiere
revelar la verdadera imagen de Dios a través de una forma especial de cuidar a
las personas. Curando al ciego de nacimiento, Jesús revela también su identidad
de mesías, pues según una profecía del profeta Isaías, solamente el mesías
esperado es capaz de realizar tal actividad (Is 29,18). De ahí se entiende la
razón del interrogatorio que hacen los fariseos y la resistencia de ellos para
aceptar esa acción que viene de Jesús.
Jesús
se revela como luz del mundo y asegura que aquellos que lo siguen no caminan en
tinieblas sino que tendrán la luz de la vida. Seguir a Jesús es caminar en la
luz. Y este seguimiento se da en una progresiva iluminación, así como sucedió
con la cura del ciego. La saliva de Jesús mezclada con la tierra produce un
efecto iluminador, restaurador. Es la nueva creación sucediendo para aquel ciego
así como fue en el comienzo, cuando Dios creó al ser humano del barro de la
tierra y de su aliento vino la vida. La saliva de Jesús es símbolo de la su
Palabra que ilumina y hace caminar. Pero reconocer esta función de su palabra
todavía no es suficiente para ser su discípulo. Es necesario reconocerlo como
alguien que es más que una persona y más que un profeta. Él es el Cristo de
Dios y él mismo quiere revelar eso en el encuentro personal con cada uno de
nosotros para que podamos reconocerlo y testimoniarlo. Es en el constante
cultivo espiritual que se da la identificación del discípulo con el Maestro.
De
todo este proceso sacamos tres conclusiones importantes para nuestro caminar.
Primero es sobre la visión que tenemos de Dios, necesitamos corregir nuestras
imágenes de Dios. Es una equivocación pensar que podemos controlar a Dios con
nuestras medidas mezquinas. No podemos poner límites a su generosidad y
misericordia. Necesitamos dejar a Dios ser Dios, permitir que él se revele a
nosotros con toda la fuerza de su amor. Segundo, es sobre la visión que tenemos
de los otros. Necesitamos aprender a mirar con los “anteojos de Dios”, pues
tenemos una visión deficiente, cuando miramos a las personas fácilmente las
juzgamos y hasta las condenamos. La mirada de Dios no juzga, no condena, sino
que motiva a caminar, porque está lleno de ternura y compasión. Tercero, el
deseo de Dios es plasmar en nosotros la imagen y el corazón de su Hijo. Ese es
un proceso largo, que va sucediendo diariamente a través de la escucha de su
Palabra que “nos llama a la conversión, conmueve nuestro corazón y nos mueve a
la acción”. Así progresivamente nos vamos curando de nuestra visión deficiente
en relación a él, en relación a nosotros mismos y en relación a los demás.
Fr Ndega
Tradución: Nómade de Dios
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