Reflexión sobre Is. 53, 10-11; Heb. 4, 14-15; Mc 10, 35-45
La vida de quien sirve a los demás, según la caridad de
Cristo, está llena de sentido porque experimenta la verdadera alegría: “Hay más
alegría en dar que en recibir”, nos dice la Palabra. La persona realizada no es
aquella llena da títulos y éxitos, sino aquella que aprendió a hacer de la vida
un don para los otros con humildad y paciencia. Así dice San Pablo: “No hagan
nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a
estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no
solamente su propio interés, sino también el de los demás. (Filipenses 2, 3-4).
Viven de verdad solamente aquellos que sirven a los otros, no aquellos que se
sirven de los otros. Aquí se aplica muy bien la máxima: “quien no vive para
servir, no sirve para vivir”. Es precisamente sobre eso que la liturgia de este
domingo nos hace reflexionar.
La primera lectura, del profeta Isaías, está sacada de uno
de los canticos del “Siervo del Señor”. De acuerdo a este texto, el siervo es
una persona verdaderamente realizada porque logró darle un verdadero sentido a
su vida, dándola por los otros. Su existenncia es preciosa a los ojos del Señor
y todo lo que él hace tiene por objetivo revelar la voluntad de aquel que se
hizo siervo. Debido a la fidelidad al Señor que lo ama y está cerca de él,
muchas personas son salvadas.
Según la Carta a los Hebreos, Jesús realizó plenamente su
sacerdocio dando su vida como sacrificio por la salvación de todos. Él es capaz
de comprendernos en nuestras miserias, porque él quiso experimentar en su
propia piel lo que sentimos. Este es el sacerdote que necesitamos, alguien como
nosotros, que toma sobre sí nuestras flaquezas – excepto el pecado – para
mostrarnos el camino para resistir las inspiraciones del mal y vencerlas con la
ayuda de su gracia. Debemos dirigirnos a él
con plena confianza, con la seguridad de que nunca seremos defraudados.
En el Evangelio, después que Jesús revela por tercera vez
el misterio de su Pascua, o sea, su pasión y muerte y la gloria de la resurrección,
dos de sus discípulos fueron hasta él para pedirle puestos de honor, a su
derecha y a su izquierda. En otra ocasión, mientras Jesús hablaba sobre esos
eventos importantes, los discípulos discutían sobre quien debería ser el mayor
entre ellos. Así, mostraron que las expectativas y la manera de pensar de ellos
todavía estaban distantes de la propuesta de Jesús: al comprender que esa
mentalidad estaba presente también en los otros, él llamó a los doce para
traerlos de vuelta a lo esencial de su seguimiento.
Los dos discípulos estaban buscando el prestigio, el
suceso, la fama y el poder dominar. Los otros diez también andaban por el mismo
camino y no querían quedar atrás en la disputa. Ellos estaban conduciendo su
vida en una dirección totalmente opuesta a la propuesta de su maestro. En otras
palabras, ellos tenían un plan de vida muy claro para cumplir, per eligieron a
la persona equivocada para cumplir con ese plan. Delante de esa división en el
grupo, debido a la competencia para ser los primeros y dominar, Jesús los llama
hacia sí como lo hizo la primera vez, corrigiendo lo que está equivocado:
“Remueve la idea que ellos construyen sobre sí mismo” y sobre él.
Jesús usa esta oportunidad de retomar con ellos las
condiciones para ser verdaderos discípulos. Ellos tendrán que entender que él
tiene una elección y una mentalidad diferente a la del mundo. “En el Reino de
Jesús, quien tiene autoridad no existe para explotar a los otros o para
depender de su honra y el servicio del pueblo, sino que los líderes son siervos
del pueblo”. El punto de referencia para todo eso se encuentra en la propia
vida del maestro Jesús: “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para
servir y dar su vida en rescate por muchos”. No hay otra manera de encontrar el
verdadero sentido de la vida. Quien decide seguir a Jesús no puede continuar
pensando y actuando como antes; la persona termina más buscando el bien de los
otros que de sí mismo.
“Jesús encontró gran resistencia en Jerusalén, le costó la
vida. Pero lo que Jesús experimenta es un servicio de amor a su pueblo”. Es por
la fe en Cristo y por la inspiración de la palabra de Dios que la persona puede
enfrentar adversidades, rechazo y sufrimientos sin negar su fe. En cada gesto de bondad estamos llamados a
vivir la propuesta de Jesús de hacer de la vida un don para los demás. La
mentalidad que nos rodea nos lleva a buscar ser servidos en vez de servir,
dominar a los otros y sentirnos mejores que ellos. Pensamos hasta en justificar
eso con el uso de la frase: “todo el mundo lo hace así” o “es así en todos
lados”. Pero Jesús es muy claro en su exhortación: “entre ustedes no debe ser
así”. Por vocación, somos diferentes, pero eso no significa que seamos mejores
que los otros. Nuestra característica es la caridad y el servicio.
Cargamos en el corazón un profundo deseo de fidelidad a
Aquel que nos confió una misión. Podemos superar lo que no está bien en nuestra
vida porque no caminamos solos. Aquel que aceptó entregarse como un don a todas
las personas es nuestro modelo y nuestra garantía, su ayuda para que podamos
perseverar en el servicio al prójimo aún en medio de las dificultades. Si es el
amor lo que da sentido a la vida, no hay otra forma de vivir con sentido, sino
por el servicio humilde y generoso a los demás como una forma concreta de amor.
Esta es también una identificación con Aquel que “murió y resucitó por
nosotros, se ofrece a nuestra libertad y nos llama a buscar, a descubrir y a
anunciar este sentido verdadero y pleno”.
Fr Ndega
Traduciòn: Nomade de Dios
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