Reflexión a partir de Gn. 15, 1-6; 17, 5; 21, 1-3; Heb 11, 8. 11-12. 17-19; Lc 2, 22-40
Cuando el Espíritu de Dios encuentra
apertura en nuestros corazones, nos hace experimentar la proximidad divina de
una forma sorprendente. El pasaje del Libro del Génesis nos habla sobre la
experiencia de Abraham que creyó en las promesas de Dios y fue capaz de
experimentar gran alegría a causa de la fidelidad divina. Su testimonio de fe
es una gran ayuda para que podamos cultivar un abandono confiante en Dios que
nunca abandona a quien confía en él.
La carta a los Hebreos retoma la
experiencia de fe de Abraham y la inserta en la lógica de los dones. Cuando
Abraham fue puesto a prueba, él no vaciló en ofrecer a Dios el presente más
precioso que Dios mismo le había dado. La certeza de la acción providente de
Dios estaba muy viva en su memoria y en su corazón. La conciencia de haber
recibido muchos dones de Dios nos lleva a ser generosos en nuestras respuestas
a Él. Y como él no se deja ganar en generosidad, nos dará mucho más.
El Evangelio narra la presentación del
niño Jesús en el templo, de acuerdo a la Ley del Señor. Llama mucho la atención
la simple y humilde participación de María, José y el niño Jesús en la vida de
su comunidad, entre las personas que van al templo todos los días,
especialmente para realizar el ritual de ofrecer los dones según la ley del
Señor.
Con la visita al templo, la Familia de
Nazaret realiza un rito de purificación y, al mismo tiempo, el rito de
presentación y rescate del niño, reconociendo lo que enseña la ley: todo
primogénito pertenece al Señor. Los hijos no pertenecen a los padres; son don de
Dios y le pertenecen a Dios. Cada familia, a su vez, es llamada a crear las
condiciones para que los hijos descubran su vocación y la concreten de acuerdo
a la voluntad del Señor.
Esa visita era una situación normal, de
participación comunitaria, pero la acción del Espíritu, protagonista del texto,
hace que esa “situación normal” se vuelva una oportunidad reveladora: el
profeta Simeón y la profetisa Ana reconocen en aquel niño presentado en el
templo, la salvación que Dios prometió a su pueblo y el mismo Espíritu que los
guía a ese reconocimiento, también los motiva a hablar sobre el niño a todos
aquellos que, como ellos, vivían esa experiencia de expectativa: “Ahora, deja,
Señor … está realizado”.
La familia santa se somete a la ley de
su pueblo porque la considera una inspiración divina y también hace la oferta
al Señor como una familia pobre, o sea, un par de tórtolas, porque para Dios no
importa la medida o la cantidad de la ofrenda, sino la intención del corazón.
Durante su misión pública, Jesús insistirá sobre eso. Basta recordar el gesto
simple y significativo de la viuda entre muchos que ofrecían grandes cantidades
de cosas superfluas. Sólo Jesús entendió, porque él sabe mirar profundamente,
más allá del gesto.
Mientras María y José presentan al niño
en el templo, Dios lo presenta al mundo. Esta es la verdadera y mayor ofrenda,
ahora hecha por el mismo Dios, que no solo sustituye las otras ofrendas, sino
que garantiza la salvación. Entre tantas personas presentes en el templo,
cuando Jesús fue presentado, apenas Simeón y Ana descubrieron la peculiaridad
de aquel niño. Ellos son los “justos” que fueron capaces de esperar la promesa
de un nuevo tiempo y ahora alaban a Dios por esta oportunidad, de haber sido
capaces de reconocer a Cristo, la salvación de Dios.
Especialmente Simeón, de acuerdo con el
texto, va al templo movido por el Espíritu. Esta es precisamente la razón de la
capacidad de Simeón. El Espíritu Santo es mencionado tres veces, como señal de
totalidad y plenitud. Significa que el viejo Simeón realmente tenía intimidad
con el Espíritu. Sabemos que la obra de Lucas habla mucho sobre la acción de
esta Persona divina, como punto de referencia para toda la novedad que Jesús
trajo. Desde el “Si” de María en la Anunciación hasta la acción de las
Comunidades de los discípulos, la presencia del Espíritu es constante.
Este Espíritu que guía a Simeón para
“reconocer a Cristo”, está muy presente en nosotros y nos guía para una
verdadera experiencia de Dios ya a partir de nuestro bautismo. El Espíritu es
quien motiva la profecía. Él nos hace nuevos y nos da fuerza para vivir y
realizar los proyectos de Dios. Este Espíritu vuelve a María solidaria con la
misión del Hijo, con una fe humilde y total adhesión al plan de Dios. En
verdad, su fidelidad como madre y discípula la llevará a compartir el dolor del
Hijo, acompañándolo hasta las últimas consecuencias. El ejemplo de fidelidad de
María nos vuelve fuertes para continuar con nuestra decisión de ser discípulos
de su Hijo hasta el fin. Estamos invitados a “recibir a Jesús con la misma
alegría que Simeón, con la misma perseverancia en la espera, con la misma
docilidad a la acción del Espíritu” y así también, el momento dramático de
prueba que nuestras familias están experimentando con esta pandemia encontrará
su sentido.
Fr Ndega
Traduciòn: Nomade de Dios
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