Reflexión a partir de Lc. 2, 1-14
Hoy nació para nosotros un Salvador que
es Cristo el Señor, don del eterno Padre. Por lo tanto, ¡alegrémonos y exultemos;
demos gloria a Él! Según los datos del evangelista Lucas, Jesús nace en la
ciudad de David llamada Belén, en extrema pobreza. Tuvo que nacer en Belén
debido al censo de la época según el cual todos debían dirigirse a la tierra
natal para registrarse y así cumplió la profecía que indicaba a Belén como la
ciudad donde debía nacer el Mesías. Sucedió que durante el censo María, que
estaba embarazada, dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo
puso en un pesebre, porque no había lugar para ellos. Dios aceptó nacer no
solamente pobre, sino también rechazado y pasar por necesidades. Él quiso
depender de nuestro cuidado, de nuestro afecto, de nuestro amor.
El texto continúa diciendo que había
algunos pastores en la región que vigilaban el rebaño durante la noche. A ellos
y a nadie más se les aparece un ángel comunicando la gran alegría del
nacimiento del Salvador de la humanidad. ¿Por qué a ellos? Porque tenían el
corazón vigilante. Y solamente quien tiene el corazón así tiene la capacidad de
creer en buenas noticias y esperar por una realidad mejor en cada nuevo
amanecer. Solamente la persona que tiene el corazón vigilante tiene el coraje
de ponerse en camino para encontrar a Dios en los lugares más inesperados, esto
es, en un niño y en un lugar muy pobre... La conclusión de este texto exprime
una gran invitación: “Gloria a Dios en lo más algo del cielo y paz en la tierra
a todos los que él ama”.
Estamos, entonces, celebrando el
cumpleaños de Jesús que vino para salvarnos. La noticia de esta fiesta es
alegría para todos, pues el Salvador nació para todos. “El Hijo de Dios se
rebajó a nuestro nivel para elevarnos al suyo, aquel de hijos de Dios. Dios no
abandonó al ser humano en el mal y la muerte que el mismo ser humano había
creado, sino que mandó a su Hijo para librarnos de la esclavitud del pecado; él
nos enseñó el camino del bien y lo recorrió hasta el fin”. No fue ni es fácil
recibir a Jesús, porque él viene en el silencio, en lo cotidiano, lo ordinario
de las personas, esto es sin eventos extraordinarios: es necesario prestar
atención, hacer silencio y escuchar.
Alegrémonos, pues Dios nos ama, está
presente en medio nuestro y nos trae la salvación. La salvación es don de Dios
pero sucede en el mundo por la participación del ser humano, según lo que
expresa muy bien San Agustín: “Dios nos creó sin nuestra participación, pero no
no salva sin nuestra participación. En aquel simple evento, aunque de
maravillosa belleza, en aquel lugar pequeño y olvidado por todo, y en la
simplicidad de las personas envueltas (María y José), Dios revela su manera tan
particular de actuar. Esta realidad nos recuerda un dicho africano, que dice:
“Personas simples, haciendo cosas simples, en lugares simples pueden cambiar el
mundo”.
Las grandes transformaciones que nuestra
sociedad necesita deben suceder dentro del ser humano. La sociedad nueva se
dará cuando cada persona reconoce la necesidad de cambiarse a sí misma en vez
de querer cambiar a los demás. Según el Papa Francisco, “el mundo cambiará
cuando cambiemos nuestros actos a través de nuestras actitudes y elecciones”.
En Jesús Dios se vuelve uno de nosotros,
asumiendo nuestra realidad humana y ofreciendo una propuesta de vida nueva. Por
eso no basta reconocer en Jesús la salvación de Dios; es necesario que nos
dejemos guiar por su mensaje de paz y amor. El nacimiento de Jesús transformó a
todos los seres humanos en una única familia, llenando los corazones de alegría
y esperanza. En verdad, Dios se revela como pequeño, prójimo, pobre y
rechazado, invitándonos a reconocer el valor de los pequeños gestos y las
pequeñas iniciativas. Claro que esta opción de Dios nos deja avergonzados,
invitándonos a pensar y actuar de forma diferente. Es a través de la humildad,
de la simplicidad y de la pequeñez que Dios hace grandes cosas.
Según San Agustín la dificultad en creer
en el misterio de la navidad viene de nuestra falta de humildad. Solamente si
somos humildes podremos recibir la humildad de Dios. La verdad es que no
vivimos todavía plenamente el nacimiento”. Navidad es la revelación del amor de
Dios que transforma el corazón humano, volviéndose sensible a sus llamados.
Dios nos ama gratuita y generosamente, sin ningún mérito nuestro. Esta
experiencia nos lleva a hacer lo mismo por los otros. Así la navidad no será un
momento más del año. Será siempre navidad si aprendemos a amar de verdad e
invertir mejor en nosotros mismos para la construcción de una sociedad más
justa y fraterna para el bien de todos.
¡Feliz y santa Navidad!
Fr Ndega
Traducción: Nómade de Dios.
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