Reflexión sobre Hechos 2,42-47; 1Ped 1,3-9; Jn 20,19-31
En
este domingo de la misericordia estamos invitados a aprender de Cristo cómo ser
misericordiosos con los otros, así como él es con nosotros. En el texto de
Mateo él mismo nos asegura: bienaventurados los misericordiosos porque ellos
alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7). De acuerdo con el Papa Francisco,
“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe
cristiana parece encontrar en esta palabra la suya síntesis. Necesitamos
contemplar siempre el misterio de la misericordia. Esta es una fuente de
alegría, de serenidad y de paz”.
La
primer lectura habla del modo como los primeros cristianos vivían, que es
referencia para la identidad de las comunidades cristianas de todos los
tiempos. Los primeros cristianos habían alcanzado éxito en su misión debido a
cuatro aspectos fundamentales, a saber, “la enseñanza de los apóstoles, la
fraternidad, la fracción del pan (Eucaristía) y las oraciones”. La unidad entre
ellos atraía a muchos otros que reconocían sus acciones y la acción del mismo
Jesús resucitado. Así, a través del su testimonio, muchas personas hacían
experiencia de la misericordia de Dios. En la segunda lectura, Pedro alaba a Dios
por su misericordia para con su pueblo, que somos todos nosotros. Debido a la
resurrección de Cristo hemos sido regenerados para cultivar una esperanza viva,
viviendo nuestra identidad cristiana con alegría y compromiso para alcanzar el
objetivo de nuestra fe, la salvación.
Después
de la violencia que sucedió contra el Maestro, los discípulos de Jesús vivían
en un clima de mucho miedo. De hecho, ellos no querían tener el mismo fin del
maestro; sin embargo, ellos continuaban encontrándose, aún en privado. Muchas
cosas que ellos aprendieron de Jesús eran para ellos razón de identidad. Así,
aunque no sean consistentes, no eran personas sin esperanza, porque aquel que
los llamó para seguirlo quería que ellos sean sus testigos.
El
primer resultado de la manifestación del Señor resucitado a sus discípulos es
la alegría, confirmando que ser discípulo de Jesús es ser portador de alegría.
La alegría abre las puertas del corazón para recibir otros tantos dones. El
Señor da a sus discípulos su paz como una señal de identificación consigo
mismo, él que es llamado como “el profeta de la no violencia”. Si el Señor
resucitado es el centro de la comunidad, sus miembros se vuelven instrumentos
de paz. El soplo del Espíritu Santo es la señal de nueva vida para la humanidad
que fue totalmente regenerada por la cruz y resurrección de Cristo. Personas
nuevas reunidas en nombre de Cristo, con la ayuda del Espíritu Santo son
llamadas a vivir y promover la comunión y la reconciliación.
Tomás
no estaba presente en el encuentro comunitario cuando el Señor resucitado se
reveló dando sus dones. Seguramente, él prefirió una experiencia diferente,
esto es, “extracomunitaria”. La primer idea que tenemos de Tomás es sobre su
ausencia en la comunidad. Digamos que Tomás es el símbolo de aquellas personas
que tienen cierta dificultad de participar en los momentos fuertes de la vida
de la comunidad. Esta ausencia puede haber sido un riesgo para su experiencia
de fe personal y también podría colocar obstáculos a la fe de los otros. Por
otra parte, también se puede decir que la figura de Tomás provoca la comunidad
a dar testimonio más auténtico y creíble de su fe. No es suficiente decir
“nosotros vimos al Señor”, sino que necesita reconocerlo y proclamarlo sin
miedo como “Mi Señor y mi Dios”. Debido a Tomás, Jesús hace esta bellísima
proclamación: “Bienaventurados los que creen sin haber visto”. Aquí Jesús está
hablando de todos nosotros.
A
través de sus apóstoles, Jesús nos da el don de la fe y nos pide vivir esta fe
en comunidad, amándonos y ayudándonos mutuamente como una señal concreta de
estar envueltos en la propuesta de la resurrección que el Señor nos ofrece cada
día. La persona tiene dificultades de creer si está sola. La fe de cada
cristiano es el resultado de la experiencia comunitaria de la fe vivida por la
Iglesia, porque la fe de la Iglesia precede, genera y nutre la fe personal. Sin
la participación en la comunidad, tenemos dificultad de reconocer las señales
de la presencia de Cristo resucitado en medio de nosotros y de nuestra fe, se
vuelve vacía y hasta puede representar un obstáculo para la fe de los otros.
Este
texto nos ayuda a reconocer la importancia de compartir la vida en comunidad.
El Señor resucitado quiso revelarse a nosotros a través de la ayuda de los
otros. Debemos estar atentos a la tendencia de nuestra sociedad para una forma
individualista de vivir y que viene influyendo mucho en nuestras relaciones
fraternas. A través del individualismo otros males vienen. Debemos elegir a
Jesús como centro de nuestra experiencia comunitaria y tener a la comunidad
como parte fundamental en nuestras vidas, para que podamos superar nuestros
miedos y la falta de confianza, y así, dar un testimonio más eficaz en la
realidad que vivimos.
Fr Ndega
Traducion: Nomade de Dios
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