Reflexión
a partir de Is. 58, 7-10; 1Cor 2,1-5; Mt 5, 13-16
De acuerdo con esta reflexión, Dios nos
llamó y eligió para que seamos instrumentos de su salvación. Si nuestro
servicio lo hacemos para su gloria, brilla en la oscuridad y da sentido al
mundo.
De acuerdo con el primer texto, después de
dejar el cautiverio babilónico, el pueblo de Israel fue invitado a planear sus
vidas de acuerdo con su identidad de ser “luz de las naciones para la gloria de
Dios”. Todo lo que ellos son llamados a hacer para el honor y la gloria de Dios
debe ser acompañado con acciones concretas de fraternidad. Así, ayunar y rezar
sin compromiso fraterno y solidario se vuelven actividades inútiles.
En el segundo texto, San Pablo
humildemente reconoce su debilidad delante de la grandeza de la obre de
evangelización. Él actúa de manera muy prudente para que el misterio de Cristo
crucificado sea manifestado fielmente. El éxito de su trabajo, Pablo lo
atribuye a la luz del Espíritu Santo y no a la vana interpretación según la
inteligencia y sabiduría humanas. Estas palabras de Mateo y Pablo tienen una
fuerte conexión con el pensamiento de San Juan Calabria, que dice, “La obra es
de Dios. Es Él quien hace todo. Nosotros somos apenas pobres instrumentos”.
En el Evangelio, continuamos reflexionando
sobre el sermón de Jesús en el monte. En la reflexión anterior, él sugirió la
manera correcta de vivir para encontrar la verdadera felicidad. Este método
revela su propia manera de ser y también la proximidad de Dios. Las vidas de
sus discípulos son preciosas para él. Éstas son profecía de un nuevo tiempo y,
por lo tanto, son como la sal y la luz. En nuestra experiencia allá en casa, ¿para qué
sirve la sal? Es muy útil para que el alimento pueda tener un buen gusto. Si
ponemos mucha sal no sale bien, y si la cantidad es demasiado pequeña, no
sentimos el sabor de la comida. La luz ha sido hecha para iluminar y alcanza su
finalidad cuando ofrece energía y vida para todos. Así sucedió desde el inicio,
esto es, cuando Dios dice “Que se haga la luz”. La luz se hizo, y la vida
surgió. Así, sin sal la comida no puede ser sabrosa y sin luz hay oscuridad, y
la oscuridad es una señal de muerte.
Estos dos ejemplos de la sal y de la luz
nos ayudan a comprender el significado del discipulado de Jesús. Sus discípulos
no existen para sí mismos, sino para toda la comunidad. Su misión es promover
el bien en la sociedad y ayudar a preservar lo que la comunidad tiene de bueno.
Nuestro bautismo nos lleva a dar buen testimonio a través de nuestras acciones
donde vivimos y trabajamos. Así nos ha sido dicho: “Querido niño, fuiste
iluminado/a por Cristo, Luz del mundo. Camina como hijo de la luz”.
La presencia de Cristo en el mundo será
sentida a penas cuando nosotros, sus seguidores, hagamos la diferencia en la
realidad en que vivimos. La alegría de nuestro encuentro con el Señor no puede
ser escondida. Debe ser compartida y proclamada. La decisión de esconder la luz
parece ser una actitud de humildad, pero puede ser también vergüenza o falta de
coraje y entusiasmo. Así la luz no puede cumplir su finalidad. Cuando nuestras
acciones son realizadas en Dios no tenemos ninguna razón para esconderlas. Aun
cuando tenemos dificultades de considerar el valor de nuestra presencia en la
sociedad y en nuestras comunidades, esta idea no anula nuestra identidad de ser
sal para dar sentido y ser luz para generar vida.
En la Biblia, Dios es la fuente de la luz
y por participar en esta luz, sus criaturas sobreviven y se vuelven una luz
para el mundo. A causa de su relación con el Padre, Jesús es la luz de Dios en
el mundo, que nos atrae hacia él. Nuestra relación con Jesús nos vuelve hijos
de la luz. La luz brilla porque siempre está unida a su tronco. De esta
relación es que le viene su fuerza. Sobre eso, Jesús dice a sus discípulos:
“sin mi nada pueden hacer”. Él no dice: “no podéis hacer mitad o parte de tu
trabajo”, sino que dice “nada podéis hacer”.
Permanecer conectados a él es la condición para que podamos cumplir el
propósito de nuestra vida. Estamos invitados a buscar estar más cercanos a Dios
que es la fuente de toda luz y vida. “podemos iluminar a los demás si esta luz
ya está en nuestros corazones”. Los cambios que proponemos a los otros, debemos
experimentarlos primero. Para iluminar, necesitamos primero ser iluminados.
Todos los días tenemos la oportunidad de leer y rezar la Palabra de Dios. Si la
ponemos en práctica seriamente, recibiremos la sal que necesitamos para dar
sabor y la luz para nuestra vida diaria, para gloria de Dios.
Fr Ndega
Tradución: Nómade de Dios
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