A
partir de Levítico 19, 1-2. 17-18; 1Cor 3, 16-23; Mt 5, 38-48
La
creación del ser humano fue un acto de amor. Cuando Dios lo hizo él dice:
“hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza”. Por lo tanto,
desde el inicio el ser humano es llamado a actuar como Dios. Actuar como Dios
es amar. Todo lo que el ser humano realiza en su camino terreno debe llevarlo
en esta dirección. Así, podemos entender la razón de aquella ley en el Antiguo
Testamento que dice: “Sed santos, porque Yo, el Señor, vuestro Dios, soy
santo”. Esta ley es la referencia de la santidad para los judíos. Debido a la
santidad de Dios, el pueblo que fue elegido por él, es llamado a ser santo, y
el medio para alcanzar este objetivo es “amar al prójimo como a sí mismo”. El
deseo de Dios es que ellos puedan actuar como él lo hace. El segundo texto nos
dice que el Espíritu Santo nos ha sido dado y vive en nosotros. Así nuestras
vidas se han vuelto templo de Dios. Esto confirma nuestra vocación a la
santidad de acuerdo con el plan original de Dios. La presencia del Espíritu
Santo en nosotros es la ayuda que necesitamos para que nuestras acciones sean
santas.
Las
enseñanzas de Jesús proponen una nueva relación entre las personas con Dios y
entre las mismas personas. Su objetivo es mostrar que la perfección del Padre
es inspiración para la perfección de sus hijos e hijas. Esto no es imposible,
ya que el mismo Jesús mostró paso a paso como aproximarse de Dios, y como vivir
con él, que es lleno de amor y generosidad. La expresión “ojo por ojo, diente
por diente” que Jesús mencionó, es llamada como “Ley del Talión”. Esta ley no
quiere ser motivación a la violencia o a la venganza, sino que se hizo
justamente para evitar la venganza sin control, “y así proteger a la persona
que comete un error, para que no sea castigada con un peso mayor que el de la
ofensa”. Verdaderamente esta ley nació porque “muchas veces el castigo era mayor
que la mala acción de la persona”. Por lo tanto, esta manera de actuar que esta
Ley enseñaba no reflejaba la voluntad de Dios, que mandó “amar al prójimo como
a sí mismo”.
Como
la intención de Jesús es rescatar el plan original de Dios, él decide enseñar a
las personas una manera diferente. Él no fuerza a sus discípulos a asumir ese
compromiso, sino que para que ellos puedan seguirlo verdaderamente existen
algunas condiciones. Mientras otras personas aman solamente a aquellos que los
aman, los discípulos de Jesús deben amar hasta a los enemigos y hacer el bien a
los que los odian. Este es lo amor sin límite che la característica del amor
cristiano. El objetivo de ese proceso es que sean hijos de Dios, que concede
sus dones a aquellos que son buenos y también a los malos. Él hace esto porque
es su manera de ser y para que podamos aprender de él. Aunque no merezcamos sus
dones, no podemos poner límites a su generosidad.
El
verdadero discípulo de Jesús “no dispute con la persona mala”, sino ofrezca una
visión diferente de la vida, esto es una manera diferente de actuar. Eso
significa darle la posibilidad de pensar mejor en vista de un cambio en sus
acciones. Esta es también una oportunidad para reflexionar sobre la presencia
del mal en el mundo. Esta situación no es obra de Dios, sino resultado de la
libertad humana. El mismo Dios es el primer interesado en querer eliminar el
mal del mundo, y por eso mismo motiva a los discípulos de su Hijo a usar la
bondad del corazón y buenas acciones para los otros, sin juzgar sus
comportamientos, o sea, “hacer el bien, sin mirar a quien”. Con la ayuda de
Dios podemos vencer el mal, porque el mismo Dios tiene el hábito de hacer que
las realidades que son malas se vuelvan buenas, y situaciones de muerte se
vuelvan situaciones de vida. La muerte de su Hijo, fue un acto malo del ser
humano, pero él hizo que esa situación mala se vuelva beneficiosa para la
salvación del ser humano. Una señal muy clara de esta situación es que cuando
Jesús estaba en la cruz, torturado por sus enemigos, él reza a Dios Padre por
ellos y los defiende diciendo que ellos no saben lo que hacen.
Dando
el ejemplo de Cristo, que es llamado también profeta de la “no violencia”, la
única forma de superar este mal es responder con señales de paz. Jesús quiere
que nuestras actitudes sean opuestas a la tendencia de nuestra sociedad a la
venganza, violencia, etc. Estas situaciones entre nosotros han complicado la
vida fraterna y negado nuestra identidad de hijos de Dios. De acuerdo con el
papa Francisco “el criterio de nuestra identidad como hijos de Dios es la
actitud de misericordia”. Como seguidores de Jesús no somos mejores que los
otros, sino que debemos actuar de forma diferente, esto es, mostrar la otra
mejilla a la violencia. Cuando nosotros odiamos a nuestros enemigos les damos
poder sobre nosotros: poder sobre nuestro sueño, nuestro apetito, nuestra
presión arterial, nuestra salud, nuestra felicidad (Dale Carnegie). En resumen,
no podemos permitir que la persona mala decida cómo debemos actuar.
Existe
una pequeña historia que dice algo más sobre eso. “Un escritor llamado Sydney
Harris, cuenta una historia que sucedió cuando él acompañaba a su amigo a la
puesto de revistas. Su amigo saludó al dueño con mucho respeto, pero como
respuesta el hombre fue muy mal educado. El amigo de Harris aceptó la revista
que le tiró hacia donde él estaba y sonrió respetuosamente, deseando un buen
fin de semana para el vendedor. Más tarde, mientras caminaban, en el camino, el
autor preguntó al amigo: “¿Ese hombre siempre tiene ese mal trato con vos? –
Sí, infelizmente él es así. ¿Y vos tienes siempre una actitud educada y cordial
con él? –Sí, la tengo. – ¿Porque sus tan bueno con él y él se porta tan mal con
vos? Porque yo no quiero que él decida cómo debo actuar.
Es
el mismo Jesús quien nos invita a actuar así. Según él, el mal no puede remover
el mal, sólo el bien lo puede hacer. Intentemos amar como Jesús lo hizo y a
través de este amor construyamos la sociedad que Dios espera para sus hijos e
hijas.
Fr Ndega
Traducion: Nomade de Dios
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