Reflexión a partir de Is 8, 23-9,3; 1Cor 1, 10-13.17; Mt 4,
12-23
El
profeta Isaías habla de un futuro glorioso y pleno de alegría en el camino del
pueblo de Dios. Todo eso se vuelve realidad en la persona y en la misión de
Jesús. Él comienza suya actividad en Galilea, considerada “de los paganos” a
causa del gran número de no judíos que ahí se instalaron. Después de la prisión
de Juan, Jesús no tiene miedo de ser apresado también, sino que se instala en Cafarnaúm,
entrando en lo cotidiano de las personas e invitándolas a la conversión. Él
anuncia el Reino de Dios no como una realidad distante, sino mucho más cercana
a la realidad de las personas, porque está presente en él mismo.
Jesús
es la luz que estas personas tanto esperaban. Su propuesta de conversión fue
una invitación a salir de las tinieblas a la luz. Él podía actuar solo, pero
prefirió llamar colaboradores, que respondieran con total disponibilidad. Él no
estaba satisfecho solo con los primeros colaboradores, sino que continuó
caminando y llamando. El llamado que él hace es radical, así como debe ser
también la respuesta de las personas. Aquellos que fueron llamados eran
personas simples de Galilea, acostumbradas a los desafíos de la vida. Jesús los
ve y su mirada penetra hondo en sus corazones. Es una mirada que ve lejos, que
fascina porque invita a pescar diferente, a cambiar de vida. Jesús mira a Simón
y ve una Piedra, mira a Juan y ve un místico, mirando para vos, ¿Qué ve El?
En
el Evangelio de Juan encontramos un pasaje que dice así: “la luz brilló en las
tinieblas, y las tinieblas no pudieron dominarla” (Jn 1,5). Esta frase ya es un
anuncio de la victoria de Cristo y de aquellos que lo siguen para tener la luz
de la vida. Llamando para sí colaboradores, Jesús comparte con ellos su luz
para que también ellos sean luz. En otras palabras, seguir a Jesús es caminar
en la luz y ser luz. El testimonio de quien sigue a Jesús es una luz porque
llena de sentido la vida de las personas. La luz ha sido hecha para iluminar y
alcanzar su finalidad cuando ofrece energía y vida para todos. Así sucedió
desde el principio: cuando Dios dice “hágase la luz”, la luz fue y la vida
surgió. La luz de Dios es su sabiduría, su inspiración, su palabra. Quien se
deja conducir por esta luz tiene capacidad para ver mejor, con el fin de
alcanzar sus objetivos.
Es
tan bueno saber, sentir que no estamos más en las tinieblas. Una gran luz
brilló para nosotros y fue para la libertad que Cristo nos liberó. Esa fue su
parte porque él es fiel. En cuanto a nosotros, debemos abandonar el poder de
las tinieblas porque no fuimos abandonados al poder de las tinieblas. Así dice
San Pablo: “si eran tinieblas, ahora son luz en el Señor. Compórtense, pues,
como hijos de la luz” (Ef. 5, 8). Él nos recuerda que algunas divisiones entre
nosotros tapan esa luz, contrariando aquello que Jesús deseó para su Iglesia.
Es posible reencontrar el camino, reasumiendo a Cristo como punto de referencia
de todo lo que hacemos. Muchas veces la división es causada porque en nuestra
misión de pescar nuevos discípulos, no lo hacemos por Cristo, sino por nosotros
mismos. Usamos el nombre de Dios para hacer el bien a las personas. ¡Y eso es
lo correcto! Aquellos que son ayudados se sienten muy ligados a nosotros. ¡Aquí
está el riesgo! Por falta de discernimiento ellos permanecen presos a nosotros
y no logramos liberarlos para Cristo. Y cuando no es Cristo la referencia,
surge la división. ¡Tengamos cuidado con esta manera de pescar discípulos!
Como
seguidores de Jesús nosotros asumimos la responsabilidad de ser luz. Durante
nuestro bautismo se nos dice: “fulano/a, fuiste iluminado/a por Cristo luz del
mundo. Camina como hijo/a de la luz”. Cada día somos iluminados por la luz de
su palabra para que podamos iluminar a los demás a partir de esta luz. De
acuerdo con Jesús esta experiencia no puede quedar escondida. Él nos dice a
nosotros hoy: “brille vuestra luz delante de las personas para que viendo
vuestras buenas obras glorifiquen al Padre que está en los cielos”. La alegría
de nuestro encuentro con el Señor no puede ser escondida. Es necesario que sea
compartida, proclamada. La decisión de esconder la luz puede ser humildad, pero
también vergüenza o falta de coraje y entusiasmo. Así la luz no puede cumplir
su finalidad. Cuando nuestras acciones son realizadas en Dios no tenemos razón
de esconderlas. Si tenemos necesidad de esconder algunas de nuestras acciones es
porque están carentes de la luz de la verdad. Un día la verdad de nuestras
acciones será descubierta y también nuestra verdadera identidad será revelada.
Considerando la necesidad de una conversión continua, recibimos la Palabra de
Jesús como luz para que podamos iluminar a los demás a partir de esta misma luz
que está presente en nosotros.
Fr
Ndega
Traducción:
Nómade de Dios
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