Reflexión a partir de Ez 14, 11-12.15-17; 1 Cor
15, 20-26.28; Mt 25, 31-46
Concluyendo el año litúrgico, la Iglesia nos presenta la Solemnidad de
Jesucristo, el Rey del Universo, recordándonos que Él quiere que participemos
de su reino. Los textos elegidos para esta ocasión nos ayudan a reflexionar
sobre la imagen de Dios Rey y Pastor, que no sólo tiene el deseo de reunir a
todas sus ovejas alrededor suyo, sino que Él mismo las cuida y tiene un amor
particular especialmente por aquellas que sin más débiles. Su actitud es la
referencia de nuestras acciones.
El profeta Ezequiel habla en nombre de Dios a los líderes de Israel,
criticando la irresponsabilidad de ellos como pastores, que llevó al pueblo a
experimentar un periodo de dolor y sufrimiento en Babilonia. Pero en su
mensaje, el profeta también anuncia el cuidado de Dios por este pueblo que él
mismo conducirá a una nueva situación, como un verdadero lo pastor hace por sus
ovejas. En verdad, el pueblo fue liberado del exilia, pero este fue a penas un
anuncio de la verdadera liberación que ocurrirá con la misión de Jesús, el Buen
Pastor, que se entrega para que todas las personas puedan tener vida nueva y
plena.
Según el testimonio de San Pablo, Jesús resucitó, pero no para ser el
único. Él es primicia, o sea, el primero de una larga fila. Él abrió para
nosotros el camino para una vida plena y definitiva. ¿Cómo se hace eso?
Venciendo todo el poder del mundo, a través de su muerte y resurrección,
salvando toda la humanidad y estableciendo el reino de Dios, su Padre. Todas
las personas están invitadas a participar de este Reino, que ya está presente entre
nosotros y solamente la unión con Cristo nos hace capaces de probarlo de forma
concreta.
El Evangelio de hoy es conocido como “el Juicio Universal” y muchos de
nosotros imaginamos a Jesús como “juez” que, sentado en su trono juzgará a la
humanidad, recompensando a algunos y sentenciando a otros, como los reyes de
este mundo. Pero no podemos olvidar lo que él mismo dice: Dios no envió a su
Hijo al mundo para ser su juez, sino para ser su Salvador” (Juan 3,17).
Entonces su propósito no es juzgar, sino salvar por su amor y misericordia.
Entonces, ¿cómo es posible entender este texto de Mateo que habla del juicio?
Los evangelistas muestran que Jesús rechazó el título de rey en sus
grandes momentos, pero o aceptó cuando parecía derrotado, o sea, en la cruz. Su
oposición a este título fue debido a la mentalidad política de reino, que iba
contra el significado de su misión. Aquí Él usa la imagen del rey-pastor para
hacer entender el verdadero significado de su Reino y su propósito como el Rey.
En primer lugar, su reino no viene de este mundo y no puede ser visto,
diciendo: él está aquí o está allí. Él sigue una lógica diferente: no es visto,
sino que está presente.
Aunque Jesús no haya definido lo que es el Reino de Dios, lo mostró
presente entre nosotros y nos invitó a experimentar su presencia a través del
bien realizado a los necesitados. Es verdad que el Reino también se manifiesta
a través de algunas de mis accione, pero, ¡atención! El Reino no es algo que
hago, sino que es lo que Dios realiza en mi vida, en el mundo y en la historia.
Jesús es el Rey que aceptó la cruz como su trono, donde mostró su gran amor por
el mundo. Aquí está el juicio: su amor, su compasión como punto de referencia
de nuestra acción.
Como hace un pastor con sus ovejas, Jesús quiere reunir a todas las
personas alrededor de si en su reino. Él se identifica con los más necesitados
y establece el bien hecho a ellos como condición para la salvación. Sus
palabras nos ayudan a discernir para que podamos hacer bien nuestras
elecciones. El tipo de relación que tenemos con aquellos que más los necesitan,
nos juzga, por lo tanto, estamos siendo juzgados todo el tiempo de nuestra existencia;
pero el momento decisivo de nuestras vidas vendrá cuando nos encontremos cara a
cara con Dios. En ese momento no se nos preguntará si pertenecemos a alguna
religión o cuantas veces fuimos a la iglesia, sino cuánto realmente amamos.
Así, tenemos como ejemplo los gestos de Cristo en su identificación con
los humildes y pobres. “Tomen mi ejemplo, haz lo mismo”, él nos lo dice todavía
hoy. Todo lo que hacemos por y con ellos, inspirados por Cristo, lo hacemos por
Él mismo. No necesitamos dejar nuestra humanidad para encontrar a Dios, el
mismo Dios se hace encontrar en lo humano y allá donde está la humanidad más
sufrida, más afligida y maltratada, la presencia divina es más concreta e
intensa. Las obras de misericordia hechas para los más necesitados pueden
volverse una verdadera experiencia de Dios y llave para entrar en su reino.
El mensaje y los gestos de compasión de este Rey-Pastor no vuelven más
humanos, atentos a las necesidades de los otros. No podemos permitir que
nuestras elecciones lleven nuestra vida a la ruina, lejos del propósito pensado
por el Señor para nosotros. La clave es el amor. “Y aquí está el juicio: ¿que
queda cuando no queda nada más? Permanece el amor dado y recibido”. Entonces,
apurémonos a amar porque sólo el amor edifica y solamente lo que es hecho con
amor tiene su consistencia. El resto no cuenta para nada. Dios, que es amor
está en nosotros. Demos a Él le la oportunidad para actuar porque, “Si tenemos
a Dios en nosotros, haremos el bien solamente con nuestro andar” (San Juan
Calabria).
Fr Ndega
Traducion: Nomade de Dios
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