Reflexión a partir de Jer. 17, 5-8; 1Cor 15, 12. 16-20; Lc 6, 17. 20 – 26
La
mirada del Señor está llena de ternura para con nosotros porque quiere que
compartamos su misma vida. La primera lectura y el salmo de este domingo
afirman la importancia de cultivar un fe firme en el Señor, fuente de todo
bien. Sin confianza en él, nuestra vida está desprovista de sentido y de
fecundidad. La segunda lectura es una invitación a cultivar la certeza de nuestra
futura resurrección, gracias a Jesucristo que resucitó verdaderamente de entre
los muertos, como primicia de los que morirán, o sea, el primero de una larga
serie. Y si Cristo es la primicia de los resucitados, entonces todos los que en
él creen, por él, obtendrán la resurrección. El bautismo nos hace vivir este
don por anticipado. ¡ Vivamos como resucitados y todo será bello para nosotros
y para los otros!
En
cuanto al Evangelio, en este mismo capítulo 6, en los versículos 12 y 13, Jesús
después de haber pasado la noche entera en oración, en diálogo con el Padre,
elige a sus discípulos. Es con ellos que él desciende de la montaña y va al
encuentro de las personas que lo esperan. Todos querían escucharlo, tocarlo,
sentirlo cerca. Al ver aquella multitud, Jesús no queda insensible y aprovecha
para hacer uno de sus discursos más desconcertantes, hecho en la llanura,
podríamos decir que al nivel de las personas, de aquellas personas cansadas,
exhaustas, enfermas, desesperadas. Las palabras de Jesús están dirigidas a los
pobres, a los enfermos, a los que lloran, a los insultados y rechazados.
Estas
palabras de Jesús en la teología se llaman discurso inaugural del Reino de
Dios. También podemos encontrarlo en el Evangelio de Mateo, que menciona las
ocho bienaventuranzas. El número ocho coincide también en Lucas, que lo divide
en cuatro bienaventuranzas y cuatro advertencias, los llamados “Ay”. La
dinámica del reino consiste en la inclusión de aquellos que la sociedad
normalmente excluye, tratando bien a aquellos que la sociedad desprecia. Esta
fue la elección de Jesús: traer buenas noticias a aquellos que no son
importante, que no cuentan. Quien es pobre, infeliz y sufriente es
bienaventurado, no por la situación de pobreza o sufrimiento, sino porque Dios
los ama, viene a su encuentro y es verdaderamente cercano a ellos.
En
este pasaje, Jesús también se dirige a los poderosos de este mundo, aquellos
cuya actitud y elecciones se oponen a las propuestas del reino. ¡Ay de ustedes
que acumulan tesoros en la tierra y no son ricos delante de Dios! ¡Ay de
ustedes que se dejan poseer por las cosas que poseen! Ustedes están en el
camino equivocado. El mundo no será mejorado por aquellos que acumulan dinero y
muchos “yo”. La abundancia de bienes, la búsqueda insaciable de placer, el
deseo de suceso y aplausos… todas esas realidades nos dan una falsa seguridad y
nos hacen creer que somos más importantes que los otros. La felicidad no viene
del poseer, sino de la generosidad. Por esta razón, no recibimos los “yo” como
una amenaza, sino como un lamento, un lamentar que viene del corazón de Dios
que ama. “Recibamos las bienaventuranzas y permitamos que su lógica cambie
nuestros corazones, en la medida del de Dios”.
Las
enseñanzas de Jesús traen gran consuelo y esperanza, y aquellos que lo escuchan
y siguen son llamados bienaventurados. El Antiguo Testamento a veces usa esa
expresión en relación a la piedad, sabiduría, prosperidad, temor de Dios. Jesús
recuerda en el espíritu de los profetas, que también los pobres tienen parte en
esas bendiciones. Aquí tenemos una forma de vivir y de pensar que pertenece a
Jesús y que él no quiere que quede sólo para él. Desde el comienzo de su
actividad pública quiso llamar discípulos como colaboradores y continuadores de
su obra, este es su estilo de vida. Ellos son llamados bienaventurados porque
comparten la misma vida del maestro, el Bienaventurado por excelencia.
Las
bienaventuranzas son un programa de vida para todos nosotros que seguimos a
Jesús, porque fueron vividas por el mismo Jesús y se volvieron el camino
efectivo para entrar en su reino. Su reino es un reino de paz y todos aquellos
que lo promueven son bienaventurados. Entonces, la paz se vuelve la condición
fundamental para vivir como hijos amados de Dios como Jesús. El Papa Francisco
nos hace esta pregunta:
¿Qué
puedo hacer por la paz? Ciertamente podemos orar; pero no solamente eso: todos
pueden decir “no” a la violencia, en la medida en que depende de sí. Porque las
victorias obtenidas por la violencia son falsas victorias; mientras que
trabajar por la paz es bueno para todos. Por lo tanto, siguiendo lo que dice el
Papa, busquemos estar atentos a nuestras palabras, a nuestras actitudes para
que sean promotoras de la paz y no de la violencia. Siempre tenemos dos
alternativas de acción y el estilo de vida de Jesús nos enseña a elegir la
mejor.
Fr Ndega
Traduciòn: Nomade de Dios
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