Una reflexión a partir de 1 Sam 26, 2.7-9. 12-13. 22-23; 1Cor 15, 45-49; Lc 6, 27-38
La
liturgia de hoy nos invita a cultivar una vida de no violencia, imitando al
mismo Dios en sus gestos de bondad para con todos y todas. La primer lectura
habla que David encuentra una oportunidad para eliminar a su enemigo, pero
prefiere salvarle la vida. Esa actitud revela desde ya su vocación de ser un
rey según el corazón de Dios. Él nos enseña a combatir la maldad con gestos de
bondad.
La
segunda lectura nos invita a abandonar las actitudes del hombre viejo, hecho de
tierra y a vivir a partir de la nueva condición de hombre nuevo que el segundo
Adán-Jesús nos trajo, viniendo del cielo. Sin él somos semejantes solamente al
Adán antiguo; nada más. En este caso, sería una gran ingratitud de nuestra
parte, volviendo inútil el gesto de amor de Cristo, en su donación suprema, a
través de la cual nos vino la salvación.
En el
Evangelio, Jesús nos propone “Amar a los enemigos y rezar por aquellos que nos
maltratan”. Amar a aquellos que nos aman es fácil, gratificante e instintivo.
Amar a los enemigos y hasta aún rezar por los que nos hacen mal es heroico e
imposible para las fuerzas humanas. Por eso Jesús nos presenta al Padre como
modelo. El ejemplo del Padre es motivación para el comportamiento de los hijos.
No tenemos que inventar nada, basta con ser misericordiosos como el Padre.
Vivimos
en un mundo donde todavía prevalece la antigua ley del Talión que determinaba:
“ojo por ojo, diente por diente”. Eso quiere decir violencia, venganza en la
misma medida. Jesús al contrario, pide a sus discípulos superar esa realidad y
ofrecer la otra mejilla, esto es, otra alternativa de acción. No se debe hacer
frente a quien es violento, usando sus mismas armas, y si así lo hiciéramos
seremos como él y así la violencia no acaba. Solamente la bondad del corazón
puede eliminar la violencia porque desarma a las personas, llevándolas a
reflexionar mejor.
Por
eso es por lo que se dice que los cambios que la sociedad necesita comienzan en
el corazón humano, que es el centro de nuestras decisiones. Evangelicemos
nuestros sentimientos y todo será bello para nosotros y para los otros. Con
Jesús estamos yendo en contra mano de lo que piensa y enseña nuestra sociedad.
La razón por la cual Jesús quiere que vayamos en contra de la mentalidad actual
de violencia y venganza es para imitar al Padre. En verdad, Jesús está
anunciando el amor del Padre y su forma de actuar. Él quiere que fijemos
nuestra mirada en el Padre y actuemos como Él. Nuestra vida de discípulos de
Cristo debe volverse anuncio de la misericordia del Padre, como fue la del
mismo Cristo.
Mientras
que algunas personas aman a aquellos de quienes esperan ser amados, es esencial
para los discípulos de Jesús amar aun hasta los enemigos y hacer el bien a
aquellos que los odian. El objetivo de todo eso es para que seamos hijos del
Padre Dios, que concede sus dones no solamente a aquellos que son buenos, sino
también a los ingratos y malvados. Él actúa así porque esa es su forma de ser y
también para que podamos aprender con él. Aunque no merezcamos sus dones, no
podemos imponer límites a su generosidad.
La
venganza, el resentimiento y la violencia destruyen la fraternidad y niegan
nuestra identidad de hijos e hijas de Dios. Según el Papa Francisco, la
condición para saber quien de hecho es hijo e hija de Dios es la actitud de
misericordia. Con la ayuda de Dios, podemos cambiar nuestra realidad porque él
sabe como transformar una mala situación en buena y nuestra realidad de muerte
en vida, como sucedió con la muerte de su Hijo Jesús, que fue un hecho violento
de los seres humanos, pero que él hizo que se vuelva un beneficio para la
salvación de todos. Un bello testimonio de eso es el perdón que Jesús ofrece en
la Cruz, siendo torturado por sus enemigos. Él no solamente reza por ellos,
sino que también los defiende diciendo que no saben lo que hacen. Que podamos
cultivar en nuestro corazón los mismos sentimientos y actitudes de nuestro
maestro Jesús.
Fr Ndega
Traduciòn: Nòmade de Dios
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