Reflexión a partir de Is 63, 16-|7; 64, 1. 4-8; 1Cor1, 3-9; Mc 13, 33-37
Estamos iniciando el tiempo del
adviento. Este es un período de espera vigilante y alegre para la venida del
Señor. De acuerdo con la dinámica de este tiempo, durante las dos primeras
semanas reflexionamos sobre su venida en la gloria, al final de los tiempos, o
sea, en la realización de los tiempo ya que el mundo y la historia no caminan
hacia un fin, sino para su verdadera finalidad: el mismo Jesús. En las dos
semanas siguientes nos hace reflexionar sobre el misterio de su primera venida
en nuestra historia, encarnándose en nuestra realidad, volviéndose uno de
nosotros.
El profeta Isaías, Juan Bautista y la
Virgen María son los personajes bíblicos más importantes durante este período
por su contribución en la preparación del cumplimiento de la venida del
Salvador de la humanidad. Las dos palabras que nos acompañarán en este período
son vigilancia y espera. Las dos caminan juntas porque nuestra espera no es
pasiva, como la de los espectadores, sino que es una espera vigilante y activa.
Esperamos porque es cierto que él viene, y vigilamos para poder recibirlo bien.
En la primer lectura, el profeta Isaías
dirige una intensa oración a Dios, reconociéndolo como Padre. Por un lado, el
profeta recuerda con gratitud la fidelidad de Dios que hace cosas maravillosas
para salvar a su pueblo; por otro lado, él reconoce la falta de correspondencia
por parte del pueblo, sintiéndose también él culpable al ser miembro de ese
pueblo. Esta oración nos motiva a confiar en Dios que es Padre plasmó cada
persona y está dispuesto a dar siempre una nueva oportunidad a quien quisiera
volver hacia Él. Que podamos aprovechar esta oportunidad que nos está dando.
En la segunda lectura, Pablo agradece a
Dios por la acción de su gracia en la comunidad de Corintios, la cual dio
buenos frutos como respuesta a esta acción. Esta comunidad esperó la venida del
Señor no de cualquier manera, sino con una fe activa como expresión de su
compromiso frente a los dones recibidos. La esperanza de San Pablo es que esta
comunidad continúe firme en el mensaje recibido sobre Jesús y crezca en la fa
en Él, que es confiable.
En el Evangelio, Jesús nos pide que
estemos preparados para su venida y nos invita a vigilar para que él, el “dueño
de casa”, pueda venir en cualquier momento, sin aviso previo. El tiempo que nos
es dado no es apenas kronos (cantidad de tiempo), es también y
principalmente Kairós (calidad de tiempo), esto es, tiempo oportuno,
oportunidad de conversión y, por lo tanto de salvación. Estamos invitados a
“retomar la relación de amistad con el tiempo y descubrirlo habitado por una
presencia” que quiere ser reconocida y recibida. El Señor viene para traer
alegría. Entonces, “tengamos cuidado para no perdernos la posibilidad de ser
feliz”.
“Presten atención, vigilen...” con esa
exhortación Jesús manifiesta todo su amor por sus discípulos y el deseo de
recompensarlos por su fidelidad. Con ellos, nosotros también somos siervos,
administradores de los dones de Dios. Tenemos tareas y responsabilidades
confiadas por el Señor para el cuidado de su casa, o sea, el mundo, las
hermanas y hermanos de camino, etc. El Señor que viene quiere que estemos
vigilantes en oír y practicar sus enseñanzas. Esas actitudes traducen la
verdadera vigilancia del siervo bueno y fiel que espera el regreso de su señor.
¿Para qué nos pide el Señor que estemos
prontos? “Para el esplendor del encuentro. Y no con un Dios amenazador, que es
la proyección de nuestros miedos y mentalidad”, sino con el Dios bueno que
viene para hacer fiesta con nosotros y darnos la recompensa por nuestra
fidelidad en la vivencia del amor con el cual debemos relacionarnos y cuidar
unos de los otros. Este es el verdadero rostro de Dios, revelado por Jesús. Por
lo tanto, “el mensaje no es de miedo, sino de alegría porque el Señor viene
definitivamente para ser la luz de nuestras vidas”, apartando la noche de
infidelidad e hipocresía que niegan nuestra identidad como buenos y fieles
siervos y también niegan ese verdadero rostro de Dios.
El riesgo que corremos es aquel de que
nos encuentre durmiendo sin percibir que estamos siendo visitados. San Juan
Pablo II dice que “uno de los grandes males de nuestro tiempo es el eclipse de
la conciencia” - que no logra distinguir el bien del mal, lo dulce de lo
amargo. En este sentido, la oración es importante no como una repetición de
fórmulas, sino como un diálogo constante con el Señor para mantener esa
conciencia viva. Sobre ese diálogo, dice Santa Teresa de Ávila que se trata de
“un diálogo de tú a tú con Aquel por quien sabemos que somos amados”.
El Señor quiere entrar en nuestras
vidas. El Adviento nos trae precisamente este mensaje: vamos a abrir nuestros
corazones a la esperanza porque él quiere traer alegría. Si el Señor entra en
tu vida te va a pedir cambiar algunas cosas, pero eso no debe ser un problema
para ti porque aquel que te pide cambiar tiene cosas mejores para ti: él te
trae la alegría. Por eso, ¡coraje!, ¡confianza! Nuestra realidad está “grávida”
de Dios. Que podamos estar preparados para reconocerlo y recibirlo todo el
tiempo, en todas las situaciones y en cada persona que se acerque a nosotros.
Fr Ndega
Traducion: Nomade de Dios