Reflexión a
partir de Lc. 2, 1-14
Jesús nace en la ciudad de
David, llamada Belén, en extrema pobreza. Tuvo que nacer en Belén por el
empadronamiento de la época, según la cual todos debían dirigirse a la tierra
natal para registrarse. Sucedió que durante ese censo María, que estaba embarazada,
dio a luz a su hijo primogénito; ella lo envolvió en pañales y lo puso en un
pesebre porque no había lugar para ellos. Dios aceptó nacer no solamente pobre,
sino rechazado y pasar por necesidades. El texto continúa diciendo que había
algunos pastores en la región que vigilaban el rebaño durante la noche. A
ellos, y a nadie más se les apareció un ángel anunciando la gran alegría del
nacimiento del Salvador de la humanidad. La conclusión exprime un gran
propósito: “Gloria a Dios en lo más alto de los cielos y paz en la tierra a
todos los que él ama”.
Estamos, entonces,
celebrando el cumpleaños de Jesús que vino para salvarnos. La noticia de esta
fiesta es de alegría para todos, pues el Salvador nació para todos. “El hijo de
Dios se abajó a nuestro nivel para elevarnos al suyo, el de los hijos de Dios.
Dios no abandonó en el mal y la muerte al ser humano que había creado, sino que
le mandó a su Hijo para librarnos de la esclavitud del pecado. Él nos enseñó el
camino del bien y lo recorrió hasta el fin”. No fue, ni es fácil elegir a
Jesús, porque él viene en el silencio, en lo cotidiano, en lo ordinario de las
personas, esto es, sin eventos extraordinarios, es necesario prestar atención,
y también hacer silencio y escuchar.
Alegrémonos pues Dios nos
ama, está presente en medio nuestro y nos trae la salvación. La salvación es
don de Dios, pero sucede en el mundo por la participación del ser humano.
Tomemos el ejemplo de María y José en este evento maravilloso y en la
simplicidad de los protagonistas, Dios revela su forma tan particular de
actuar. Esta realidad nos recuerda un refrán africano, que dice: “Personas
simples haciendo cosas simples, en lugares simples son capaces de cambiar el
mundo”. Las grandes transformaciones que nuestra sociedad necesita deben suceder
dentro del ser humano. La sociedad nueva acontecerá cuando cada persona
reconozca la necesidad de cambiarse a sí mismo en vez de intentar cambiar a los
otros. Según el Papa Francisco, “el mundo cambiará cuando cambiemos nuestros
actos a través de nuestras actitudes y elecciones”.
En Jesús Dios se vuelve
uno de nosotros, asumiendo nuestra realidad humana y ofreciendo una propuesta
nueva de vida. Por eso no basta reconocer en Jesús la salvación de Dios, es
necesario que nos dejemos conducir por su mensaje de paz y amor. El nacimiento
de Jesús transformó a todos los seres humanos en una única familia, llenando
los corazones de alegría y esperanza. En verdad, Dios se revela como pequeño,
prójimo, pobre y rechazado, invitándonos a reconocer el valor de los pequeños
gestos y pequeñas iniciativas. Claro está que esta opción de Dios nos deja en
un estado embarazoso, vergonzoso, invitándonos a pensar y actuar de manera
diferente. Es a través de la simplicidad y de la pequeñez que Dios hace grandes
cosas.
Otro aspecto de este texto
para nuestra reflexión es la figura de los pastores, que durante la noche
vigilaban el rebaño cercano a Belén. Eran verdaderos vigilantes porque el
sentido de Dios y de su venida estaban muy vivos dentro de ellos. Los pastores
fueron los primeros en recibir el mensaje del nacimiento de Jesús porque tenían
el corazón atento. Quien tiene el corazón atento tiene la capacidad de creer en
buenas noticias y esperar por una realidad mejor en cada nuevo amanecer.
Solamente la persona que tiene el corazón atento tiene el coraje de ponerse en
camino para encontrar a Dios en los lugares más inesperados, esto es, en un
niño y en un lugar muy pobre.
El creador quiso ser niño
y desde el hogar de Belén bendecir a todos los niños del mundo. El Todopoderoso
aceptó vivir en total dependencia de cuidado y de amor humanos. “La fe nos
lleva a reconocer a este niño de Belén en cada niño que nos encontramos en
nuestro día a día. Cada niño clama por nuestro amor”. Debemos reconocer que no
cuidamos de los niños como deberíamos y que nos resistimos a ver en ellos al
mismo Dios invitándonos a vivir con simplicidad y a depender más de él. Navidad
es la revelación del amor de Dios que transforma el corazón humano volviéndolo
sensible a sus apelaciones. Dios nos ama gratuita y generosamente, sin ningún
mérito nuestro. Esta experiencia nos lleva a hacer lo mismo por los otros. Así
la navidad será más que un momento del año, será siempre Navidad si aprendemos
a amar de verdad y a invertir lo mejor de nosotros para la construcción de una
sociedad justa y fraterna para el bien de todos.
Fr Ndega
Traducción- Nómade de Dios.
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