Reflexión sobre Génesis 2, 7-9; 3, 1-7; Romanos 5, 12- 19: Mateo 4, 1 – 11
El
ser humano fue hecho del barro de la tierra, a fin de recibir la vida de Dios
en él. Además de un buen lugar para vivir, el ser humano recibió todos los
dones que necesitaba para vivir en comunión con Dios y en armonía con la
naturaleza, que es parte de su propio ser. Pero la tentación de usar sus dones
para sí mismo lo llevó a abandonar la comunión con Dios y organizar su vida de
manera diferente a la que Dios había pensado para él. El primer ser humano
prefirió obedecer a la serpiente – que es un símbolo del diablo – antes que
obedecer a Dios. Esta situación resultó en la muerte para todos. Es Jesús el
“verdadero hombre”, que ha rescatado el plan de Dios y superado al maligno a
través de su obediencia al Padre. Esta elección suya marcó toda diferencia, porque
trajo la vida para todos y todas.
Todo
lo que Jesús hizo alcanzó el éxito con la ayuda del Espíritu Santo. Es este
Espíritu que lo conduce al desierto, donde también fue tentado por el diablo.
Verdaderamente, él mostró su compromiso con la condición humana. Por ejemplo,
fue para el desierto después de su bautismo. Aunque él no tenía necesidad de
ser bautizado, recibió esta experiencia en solidaridad con nosotros, que somos
pecadores, y por respeto al trabajo de Juan el Bautista. Del mismo modo, él aceptó
ser tentado en el desierto. Él quiere mostrarnos que “después del bautismo,
muchas tentaciones nos vienen”. Sin embargo, aunque él fue tentado en el
desierto, “eligió permanecer fiel a Dios”. Él sabía muy bien que era Hijo de
Dios y que vino para hacer la voluntad del Padre. En resumen, es el Espíritu
Santo que lo ayudó a ser fiel al plan de Dios.
En
su experiencia en el desierto, Jesús ayunó durante cuarenta días. Cuarenta es
un número simbólico que significa “un largo tiempo”. Antes que él, tenemos algunos
ejemplos de líderes bíblicos que, antes de abrazar una nueva misión o antes de
un evento importante, se dejaban guiar al desierto y permaneció allí sin comer
por un buen tiempo, esto es, un tiempo suficiente para que pudiesen prepararse
bien para la misión que Dios les confió. Recordemos los cuarenta días que
Moisés permaneció en el Monte Sinaí para recibir los Diez Mandamientos; y los
cuarenta días de Elías caminando al Monte Horeb para encontrarse con Dios y
recibir instrucciones para su misión como profeta. El número cuarenta se aplica
también para hablar de la cantidad de años que el Pueblo de Israel permaneció
en el desierto antes de entrar en la Tierra Prometida. Para esas personas este
período fue de purificación y de madurez. Pero, infelizmente ellos no
aprovecharon esta experiencia como lo hizo Jesús.
La
experiencia del desierto es un especial período debido a la oportunidad de
soledad, purificación y maduración. Pero también nuestra vida diaria es
experiencia de desierto donde somos guiados por el Espíritu de Dios, pero
también tentados por el espíritu del mal que intenta quitar el valor a los
elegidos de Dios. El tentador comenzó a partir de algo muy pequeño,
aprovechando la disminución de las fuerzas del cuerpo de Jesús causada por el
ayuno que había hecho. Todas las tentaciones estaban dirigidas contra el tipo
de mesianismo que Jesús había elegido, para cumplor su misión. Jesús fue
tentado a usar su poder en beneficio propio y no por amor, compasión y servicio
son hermanos y hermanas. Él fue tentado también a buscar su propia gloria, en
vez de proclamar la gloria de Dios y su Reino. Las tres tentaciones de Jesús
significan una realidad concreta que experimentó en todos los momentos de su
misión. Sin embargo, él venció todas pues actuaba por el Espíritu Santo y era
obediente al Padre.
Las
tentaciones del tener, del poder y prestigio que Jesús enfrentó, no le
impidieron hacer la voluntad de Dios. Si eso sucedió con él, con Adán y con los
israelitas en el desierto, también nosotros somos tentados a vivir sin confiar
lo suficiente en la ayuda de Dios. Las trampas del tentador nos llevan a
preferir usar la autoridad antes que el servicio, a ordenar antes que obedecer,
a engañar antes que ayudar, a obligar antes que sugerir, a buscar privilegios antes
que amar, a ser hipócritas antes que auténticas seres humanos. Como Jesús ya ha
derrotado al enemigo de Dios, su elección es motivación para que también
nuestras elecciones puedan hacer la diferencia. De acuerdo con San Agustín “Si
en Cristo somos tentados, también en él venceremos al diablo. Cristo podría
lanzar al diablo bien lejos de sí; pero si él no hubiese sido tentado no nos
enseñaría cómo vencer la tentación”. Verdaderamente, quien sigue su ejemplo de
obediencia al Padre y la apertura a la ayuda del Espíritu Santo es capaz de
hacer la voluntad de Dios superando todas las tentaciones.
Fr Ndega
Traducion: Nòmade de Dios
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