Reflexión sobre Génesis 12, 1-4a; 2Tim. 1, 8b-10; Mateo 17, 1-9.
El camino
de aquellos que creen en Dios está lleno de sentido, porque caminan en la
esperanza de la vida eterna[1].
El ser humano es un “buscador de Dios” desde el nacimiento. Después de cada
paso, estamos invitados a dar el siguiente, pues existe dentro de nosotros una
fuerza que nos empuja hacia adelante, diciéndonos que el “horizonte todavía no
llegó”, pero que es necesario continuar caminando. A lo largo del camino hay
muchas “cosas” para dejar, pues cada nueva fase de nuestra vida nos lleva a
encontrar “cosas” nuevas.
Para
alcanzar la felicidad plena de nuestras vidas no necesitamos apuro, sino la
decisión que, acompañada por la fe, encuentra su correcta dirección en el mismo
Dios que nos atrae hacia sí, de acuerdo con el teólogo Agustín, que dice: “Oh
Dios, tú nos hiciste para Ti y nuestro corazón vive inquieto hasta reposar en
ti”. Fijando nuestra mirada en Jesús, que se transfigura, es fácil entender el
verdadero sentido de nuestra vida y también del universo entero con nosotros[2].
Es en esta perspectiva que estamos invitados a reflexionar sobre la invitación
que Dios hace a Abraham, la invitación de Jesús a sus discípulos para estar
junto a él en lo alto de la montaña, y la invitación a la santidad hecha a
Timoteo.
Abraham es
conocido como el “nuestro padre en la fe”, porque fue la primera persona que
creyó contra toda expectativa humana. Él fue invitado a iniciar un viaje, no
sabía a dónde debía llegar, pero eligió creer en Dios y aceptar su promesa como
garantía para el viaje. Todas las cosas dichas por Dios se volvieron realidad,
porque es fiel a Aquel que promete. Abraham no estaba caminando solamente en
busca de la realización de un proyecto personal de vida, principalmente para
hacer la voluntad de Aquel que lo llamó. Pues nuestro caminar no es tan
diferente al de Abraham. Tal vez nos falta una fe como la suya para soñar con
Dios.
El evento
de la transfiguración de Jesús ocurrió seis días después que reveló que debía
sufrir, morir y resucitar. Al mismo tiempo, él invitó a sus discípulos a unirse
a él en esta causa a través del “negarse a sí mismos, cargar con la propia cruz
y seguirlo”. Verdaderamente esto fue contra todas las expectativas que tenían
sobre el hombre que habían reconocido como el Cristo de Dios. Están
desilusionados y se preguntan se todavía vale la pena seguir a un maestro que
no tiene nada mas que ofrecer que la muerte en una cruz. Aunque Jesús había
hablado también sobre el tema “resurrección”, sus corazones ya estaban abatidos
y no podían entender muy bien.
Entonces,
Jesús tomó consigo a algunos de ellos, Pedro, Santiago y Juan, para acompañarlo
al Monte Taboa. Allí en la montaña Jesús fue transfigurado delante de ellos.
Esta fue una experiencia de transfiguración para ellos. Él mostró un poco de su
gloria y la realidad futura de aquellos que lo siguen fielmente. Jesús los
invita a hacer la experiencia de lo “alto” para que puedan ver mejor, entender
el sentido de su entrega y el sentido de la participación de ellos en su
misión. Con eso el evangelista quiere mostrar que ese mismo Jesús que camina
para la cruz, es el Hijo amado del Padre, la revelación máxima de Dios. Nadie
más puede revelar a Dios como él lo hace.
La
presencia de Moisés y Elías recuerda la referencia de la revelación en el
Antiguo Testamento. Ambos hablaban con Jesús mostrando que no hay ruptura entre
la enseñanza de ellos y la de Jesús, sino una conexión y continuidad. Aún,
según la voz del Padre, es Jesús quien tiene la autoridad para enseñar e
interpretar correctamente lo que fui dicho a los Ancestros: “Este es mi Hijo
amado, escúchenlo”. Todos están invitados a escucharlo[3].
Escuchar es un verbo muy significativo en la experiencia bíblica. Indica la
actitud correcta del judío fiel ante la Palabra de Dios, asumiendo el
compromiso de practica lo que oyó. Entonces, escuchar la Palabra está
correlacionado con su práctica.
Los
discípulo tenían el deseo de permanecer en la montaña, pero una voz del cielo
los invitó a oír y obedecer a Jesús. Muchas veces Dios nos invita a hacer
experiencia de Su presencia como sucedió con Abraham, como aquellos en la
montaña o como Timoteo, esto es, a sufrir por el Evangelio. Este evangelio recibido
con una escucha atenta no hace entender quien es Dios y quienes somos nosotros.
Él nos hace entender que “una existencia hecha donación no es fracaso, aun si
termina en la cruz”. La prueba de eso es la vida que resplandece de la cruz de
Jesús, mostrando el verdadero sentido de una vida comprometida en el servicio a
los hermanos y hermanas.
Según el
Papa Francisco, “la vida cristiana es un camino, no triste sino alegre” porque
no conduce a la muerte sino a la verdadera vida. Este caminar está hecho de “escalar
la montaña” para dar la vida en la experiencia fraterna y solidaria. Como los
discípulos, también nosotros a veces somos tentados a la desilusión porque no
comprendemos la lógica de Dios y su designio de bondad y sabiduría. La
respuesta a nuestros miedos y desilusiones viene de lo alto de la montaña donde
Jesús muestra que “la auténtica realización de una persona se da con la entrega
de la propia vida”. Que su elección nos motive a vivir como hijos amados, como
él, a amar hasta el fin y a celebrar la victoria de la vida sobre la
muerte.
Fr Ndega
Traduciòn: Nòmade de Dios
[1]
Hago aquí una referencia al autor L. Wittgenstein en su reflexión sobre el
factor místico y religioso del ser humano. Según él, “creer en Dios es
comprender la cuestión del sentido de la vida. Creer en Dios es afirmar que la
vida tiene sentido. Sobre Dios, que está más allá de este mundo, no podemos
hablar. Y sobre lo que no podemos hablar, debemos callar” (Tractatus 7). Y se
completa en la afirmación de Ernest Bloch, citado por LB en su artículo La
religión como fuente de utopías salvadoras, que dice: “Donde hay religión,
hay esperanza”.
[2] Es
oportuno citar aquí un fragmento de un gran teólogo que continúa ayudándonos
con sus profundas reflexiones en sectores no eclesiales: “Jesús es apenas el
primero de muchos hermanos y hermanas; también la humanidad, la tierra y el
propio universo serán transfigurados para ser el Cuerpo de Dios. Por lo tanto,
nuestro futuro es la transfiguración del universo y todo lo que contiene,
especialmente la vida humana… Tal vez sea ésta nuestra gran esperanza, nuestro
futuro absoluto”. (LB)
[3]
Jesús es la máxima revelación de Dios. No hay otro que pueda hacer lo que él
hace. De hecho, Dios habló a los ancestros en el pasado, pero “en estos días”
todo lo que Dios continúa revelando a las personas lo hace a través de su Hijo
Jesús. Hasta aquellos que no conocen a Jesús reciben la revelación de Dios a
través de él. En los hermanos/as que son capaces de ayudar en nombre de Cristo,
ellos pueden encontrarse con Cristo que se identificó con los necesitados de
todos los tiempos (cf. Mt 25, 31-46). El criterio es el amor/compasión. Sus
actos de compasión hablan de Cristo Jesús.
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