Reflexión a partir de Job 7. 1-4, 6-7; 1Cor 9, 16-19. 22-23; Mc 1, 29-39
Vivir es la oportunidad que nos es dada
para amar y servir, pero se vuelve una ilusión cuando perdemos el tiempo que
tenemos viviendo para nosotros mismos, buscando satisfacción y realización
personal en las cosas que pasan. Esta es una enfermedad de la cual el Señor nos
quiere curar. Hoy Él pide para entrar en la casa de nuestra vida y solamente
dentro de la casa, o sea, de una relación de intimidad nos puede curar y
hacernos levantar para servirnos con amor y generosidad. No existe otra manera
de hacer de la vida una oportunidad plena para ser vivida.
La historia de Job nos enseña a ir más
allá de la experiencia que vivimos en esta tierra. Él era un hombre que vivía
en la abundancia, pero su corazón estaba preso de lo que poseía. Después de
perder todo lo que era material, los familiares y hasta a sus propios amigos,
él pasa a considerar la vida como un fardo, debido al sufrimiento que lo
afectó. Sin embargo, mantiene la fe en Dios, razón de su esperanza.
Job está consciente de la brevedad de la
vida y por eso busca vivirla de acuerdo con la voluntad de Dios. En su llamado
“recuerde que mi vida es un soplo”, él exprime la fragilidad de la condición
humana pero al mismo tiempo hace una importante alusión a la alianza y
fidelidad divinas, y por eso él sabe que no quedará defraudado en el momento
definitivo de su existencia. Esa experiencia de Job es una invitación para que
también nosotros hagamos de nuestras vidas una entrega constante en las manos
de aquel para el cual vivimos, nos movemos y existimos.
De acuerdo con el testimonio de San
Pablo, aquellos que evangelizan no lo hacen por iniciativa propia. Evangelizar
es una misión que se nos confía. Cristo nos dio el Evangelio con total
gratuidad, diciendo: “Recibisteis gratuitamente, den también gratuitamente”.
Para tener parte con el Evangelio como el Señor quiere la persona debe invertir
todas sus energías con total gratuidad y con conciencia de ser un siervo
inútil.
Aquellos que evangelizan deben servir al
Evangelio, no servirse de el. Estamos llamados a servir a los hermanos y
hermanas, no a servirnos de ellos. Protagonista no es la persona que lleva el
contenido, sino el contenido que lleva la persona. Aquellos que sirven no son
más importantes que los que son servidos. En este sentido, debemos tener
cuidado porque la búsqueda por privilegios, recompensa y elogios pone en riesgo
la credibilidad del contenido que llevamos y el propósito de nuestro servicio. Para
superar esa tendencia tenemos que fijar nuestra mirada sobre Jesús que se
ofrece totalmente para que pudiéramos tener vida.
El Evangelio comienza diciendo que Jesús
después de dejar la sinagoga entró en la casa de Pedro. Es importante enfatizar
ese pasaje porque cuando Jesús visitaba la sinagoga no iba a rezar, sino a
enseñar. En aquel lugar, él siempre enfrentó oposiciones a sus pensamientos,
porque su propósito era liberar a las personas, no usarlas como sus líderes lo
hacían. El hombre endemoniado que él encontró dentro de la sinagoga es una
señal concreta de esa oposición, pero Jesús no se deja vencer.
En ves de eso, cuando Jesús entra en “la
casa”, la situación cambia totalmente. La casa nos transporta a la experiencia
familiar, a la intimidad de las relaciones. Al contrario de la sinagoga, donde
Jesús encontraba resistencia, en la casas el encuentra acogida. La acogida
ofrecida a Jesús y a sus enseñanzas en el interior de la casa permite que la
salvación ocurra. Recordemos el episodio de Zaqueo: “hoy entró la salvación en
esta casa”. Por lo tanto, es apenas a través de una relación de intimidad que
Jesús continúa tocando a cada persona con la abundancia de sus dones
salvíficos.
Cuando Jesús llega a la casa, los
discípulos inmediatamente lo informan sobre la enfermedad de la suegra de
Pedro. Esa actitud de los discípulos indica la mediación de la comunidad que se
dirige con confianza a aquel que tiene el poder de liberarnos de todo mal. Como
Él es el primer interesado en hacerlo, inmediatamente se aproxima, la toma por
la mano y la levanta. La proximidad de Reino de Dios no es algo teórico para
relatar. Es un tomar las manos de la humanidad sufridora, “herida en el cuerpo
y en el espíritu”, paralizada e impedida de servir y vivir sus relaciones plenamente.
A continuación las personas son atraídas
y se reúnen al frente de la casa, porque saben que dentro de esa “casa”, o sea,
en el centro de ella está Jesús que movido por la compasión garantiza una nueva
vida para todos. Así, con palabras y gestos concretos, Jesús revela el
verdadero rostro de Dios que finalmente visita a su pueblo y participa de lo
cotidiano, no para dejarlo de la misma manera, sino para llenarlo con
significado. Aunque la fama y la popularidad de Jesús crezcan, ella no lo
impiden de escapar solo para encontrarse con el Padre, la fuente que lo vuelve
capaz de donarse a los otros. Jesús es la síntesis perfecta entre ser todo de
Dios y todo para el pueblo.
Jesús es libre para ir a otros lugares.
Él no deja que nadie lo retenga. Está consciente de que es “patrimonio
universal”. Él confiaba en el Padre, las personas le confiaban sus enfermos, y
la vida retomaba su significado y vigor. Con la experiencia de Jesús aprendemos
que debemos rezar par discernir y confiar para decidir. Sólo la oración nos
vuelve humanos porque nos hace sensibles a las necesidades de los otros. Cuando
más nos aproximamos de Dios, más él nos abre a los otros. Sólo la oración nos
hace conscientes de nuestras miserias y abiertos a la experiencia de la
misericordia divina.
Entonces, vamos al encuentro de los
demás, intentemos liberarnos de la fiebre de sentirnos superiores o mejores que
ellos; vamos como personas que fueron curadas, perdonadas, “misericordiadas”.
La verdadera oración nos abre para la eternidad de Dios, volviéndonos todo para
todos, sin dejar preso a nadie. Aquello que somos en la relación con los otros
depende mucho de la calidad de nuestra oración, o sea, de la intensidad de
nuestra relación con Dios. La oración es una experiencia fundante, sin ella el
edificio de nuestra existencia se derrumba. Es por eso que San Juan Calabria
decía: “Ustedes pueden dejar todo, menos la oración”.
Fr Ndega
Traducion: Nomade de Dios
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