Reflexión
a partir de Lc 1, 1-4: 4, 14-21
La primera parte de este Evangelio
habla que la buena noticia de Jesús generó muchos testigos. Nuestra fe es fruto
de la experiencia, esto es, de la experiencia que recibimos de las personas que
nos precedieron y de la experiencia de búsqueda personal y encuentro personal
con el Señor. No es la “doctrina” o una idea sobre Jesús que nos hace vivir con
intensidad nuestra fe, sino el encuentro personal con Él, buscado y deseado
continuamente. “Entra en tu cuarto, en tu intimidad…”. Claro que la experiencia
personal no puede ser aislada; está siempre dependiendo de la comunitaria. La
vida de los que nos precedieron continúa testimoniando que sin experiencia
(personal y comunitaria) de Jesús, nuestra fe en Él, pierde poco a poco su
significado.
La segunda parte del Evangelio trae
la experiencia de Jesús en su ciudad natal, Nazaret, donde fue criado. Él
vuelve guiado por el Espíritu Santo, proclamando la Palabra de Dios con
entusiasmo como su propio proyecto de vida, a un pueblo que aguardaba la
revelación del Mesías con fervor y pasión. Jesús elige justamente un momento
litúrgico para proclamar la prioridad de su misión. Él se siente ungido y
enviado por el Espíritu Santo para proclamar una buena noticia a los pobres y
la liberación a los oprimidos. Con esta fuerza, Él es capaz de reavivar la
esperanza de ellos, haciendo volver sus corazones a la alegría de vivir. Esta
realidad es razón de identidad para Jesús y parte del plan de amor y salvación
de aquel que es su y nuestro Padre.
La prioridad de Jesús es la prioridad
de Dios. Así, podemos imaginar cuán grande y contagiante fue la alegría que
Jesús sintió internamente a causa de esa forma de actuar del Padre. Dios ama a
cada persona y quiere alcanzar a todos con su amor. Pero hay algunos que
necesitan de cuidados especiales y con urgencia, porque son rechazados por la
sociedad. Jesús no quiso esperar. Dios nos pide esta misma atención respecto de
esa realidad. Quien tiene necesidad hoy no puede esperar hasta mañana. Nos dice
el principio de subsidiaridad: “no dejar para otro aquello que usted puede
hacer y no dejar para mañana aquello que puede hacer ahora”.
En Jesús, comienzo un tiempo
completamente nuevo, esto es, un tiempo de gracia y de salvación. Jesús es el
Salvador que vino a liberta a todos los seres humanos que perdieron su libertad
por causa del pecado y de las fuerzas de la muerte, presente en sus corazones.
La liberación que Jesús proclama va más allá de la realidad espiritual causada
por el pecado. Él quiere alcanzar a toda la sociedad con su mentalidad contraria
al proyecto de Dios revelado en Jesús. Aquellos considerados desgraciados para
una sociedad que aprendió a descartar a sus hijos, son para Jesús
“bienaventurados”. Este es el adviento del Reino de Dios, que vino del cielo
para este mundo.
Jesús quiere construir la humanidad
y sociedad nuevas. “Él no se hará oír en las plazas…” Su revolución es de
dentro para afuera, pues es en el corazón que se toma la decisión de ser justo
o injusto, de amor o de odiar. Él puede hacerlo solo, pero preferentemente
continuar contando con nosotros, sus nuevos discípulos. Para ser fieles a la
misión que él nos confía es necesario que cultivemos su misma sensibilidad y
asumamos como nuestra la misma prioridad de su misión. El mismo Espíritu que lo
condujo en su misión quiere ser nuestro guía para que podamos hacer la
diferencia en la vida de muchas personas. Si vivimos con coherencia y osadía
nuestra fe, seguramente podremos volver más visible, concreta y creíble la
profecía de esta Buena Noticia.
Fr Ndega
Tradición: Nómade de Dios
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